Laura M. López Murillo (especial para ARGENPRESS.info)
El balance presentado en Palacio Nacional por Felipe Calderón giró exclusivamente en torno a la actuación de la fuerza pública y su discurso presentó cifras y acciones espectaculares en la lucha contra el narcotráfico. Es evidente que en este momento del régimen, la denominación incuestionable del calderonismo lo erige como titular del monopolio de la violencia, que emprendió una verdadera cruzada contra el crimen organizado, emulando el fervor medieval y los magros resultados de aquellos afanes.
La tendencia calderonista trazada desde el inicio del régimen se desplazó hacia el despotismo, pretendiendo consolidar un estado sin contrapesos ni límites. Este ha sido un régimen sustentado en la lealtad de las fuerzas armadas y el pretendido éxito en la guerra contra el narcotráfico es el argumento que justifica la implementación de instrumentos de control, como la cédula de identificación ciudadana y la reciente inauguración del Centro de Inteligencia.
Sin embargo, a tres años de haber asumido el mandato y a tres años de entregarlo a su sucesor, Felipe Calderón no ha logrado consolidarse como un estadista. A mitad del camino, el balance presenta rubros desiguales y desproporcionados.
La realidad trasciende las líneas del discurso oficial y desde el exterior llegaron las críticas a una guerra destinada al fracaso; y ya se prevén: el incremento de la población en condiciones de pobreza, la disminución de PIB y la irremediable pérdida de empleos.
Y si además se consideran las reformas postergadas y las iniciativas mostrencas, los exabruptos del mandatario, el predominio de un criterio religioso que lesiona la condición laica del estado, la impericia en el manejo de la crisis, el resultado es un estado ineficiente, insuficiente y excluyente.
Hoy por hoy, en el punto sin retorno a partir del cual se inicia la carrera por la presidencia, el estado calderonista no ha cumplido con las expectativas que lo llevaron al poder, no se realizó ningún cambio, la clase gobernante concentra el repudio social y no existen alternativas en la partidocracia.
A tres años de distancia, el candidato vencedor se ha transformado en un presidente iracundo, incapaz de articular o dirigir el mecanismo gubernamental, ajeno a los reclamos sociales, proclive a la virtualidad mediática que se desvanece cuando las realidades se imponen a los ideales y los resultados se traducen en fracasos, que ha traspasado el punto sin retorno y ahora inicia el declive de un criterio…
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