12/03/2009

Una guerra a muerte contra la resistencia de los pueblos
Homar Garcés (especial para ARGENPRESS.info)

Para muchos, la realidad del imperialismo yanqui sobre nuestra América forma parte del realismo mágico que caracteriza grandemente nuestra cotidianidad y nuestra esencia como continente.

Esto ha logrado que el imperialismo yanqui sea percibido por algunos como la excusa recurrente de la gente de izquierda para explicar todos los males sufridos por nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños, sin molestarse en conocer a profundidad los elementos históricos que lo han hecho posible, contentándose con una visión simplista que no termina de explicar las causas del subdesarrollo al cual pareciéramos estar condenados sin redención alguna. Sin embargo, las acciones del imperialismo gringo se evidencian desde finales del siglo XIX y a todo lo largo del siglo XX, extendiéndose hasta hoy, con una secuela aparentemente interminable de intervenciones militares (directas e indirectas), golpes de Estado, bloqueos económicos, secuestros, asesinatos y desapariciones de dirigentes y luchadores populares, todo lo cual conforma una vasta gama de tácticas y estrategias dirigidas a asegurarle a Washington y sus grandes corporaciones transnacionales la hegemonía y el control de los mercados latino-caribeños, de los diversos recursos naturales indispensables y de las soberanías subordinadas de nuestras naciones, a las cuales sólo se les permite, hasta cierto nivel, algunos asomos de nacionalismo e independencia que no afecten el orden imperante.

No obstante, la estrategia de mayor consecuencia puesta en práctica por la clase dominante de Estados Unidos, aquella que es menos visible, pese a todo el despliegue militar y las imposiciones políticas y económicas que suelen marcar la relación de éstos con nuestra América, está representada por la transculturización, en una guerra a muerte contra la resistencia de los pueblos, ya no únicamente a escala continental sino también mundial, valiéndose para ello del dominio monopólico y oligopólico de los diferentes medios de información, reduciendo todo a una única visión del mundo en que vivimos y a la adopción inducida del llamado “american way life”, en una especie de darwinismo cultural que desconoce (con la prepotencia que le es característico) la diversidad cultural existente.

De esta forma, nuestras sociedades “subdesarrolladas” mantienen latente una paradoja entre la cultura “moderna” (léase, gringa) y la cultura autóctona (refiriéndonos con ello no únicamente a las expresiones de nuestras primeras naciones indígenas, sino además a la amalgama resultante de las mezclas étnicas y culturales producidas desde el momento de la invasión europea a estas tierras hasta los días actuales). De esta suerte, las víctimas de esta alienación constante terminan por avergonzarse de todo lo relacionado con la cultura popular y prefieren pasar por cultos, asumiendo como propios los patrones de conducta reinantes en el norte anglosajón, no importa que ello les haga ver como verdaderos ignorantes, al imitarlos torpemente.

Según su concepción neoliberal de globalización económica, para el imperialismo yanqui toda expresión de independencia, autodeterminación e identidad cultural entre los pueblos de nuestra América y del resto del planeta constituye una grave amenaza para el éxito de sus planes hegemónicos, de control territorial de recursos básicos y mercados, en una guerra de baja intensidad que es secundada por la mayoría de los medios de comunicación controlados por empresarios nacionales que, por otra parte, están asociados a los grandes capitales estadounidenses; forjándose, en consecuencia, la degradación persistente de la autoestima y demás valores que resaltan su carácter nacional.

De ello están muy conscientes los jerarcas de Washington, pues reconocen tácitamente que los movimientos culturales de nuestros pueblos son claras manifestaciones de resistencia ante su acción depredadora y avasalladora.

Esto impone la activación de tendencias culturales que promuevan en lo inmediato una mayor toma de conciencia, con profundo sentido revolucionario, de manera que contribuyan a una mejor comprensión, creadora y re-creadora, de la realidad circundante y a evitar que, en esta guerra a muerte contra la resistencia cultural de nuestros pueblos triunfe el más fuerte.

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