12/31/2013

El fin de una ilusión






Dos acontecimientos paralelos impactaron con fuerza en todos los países del mundo al final del siglo XX: el proceso de restructuración capitalista y el triunfo temporal de la contrarrevolución que llevó al derrocamiento de la construcción socialista en la URSS, y en otros países de Europa, Asia y África.

La ilusión de que era posible un tercer camino se vino así por los suelos. Esta era cimentada por la correlación que abría la confrontación entre el campo socialista y el campo del imperialismo. Algunos pensadores y sus organizaciones, así como la retórica del nacionalismo revolucionario argumentaban sobre la originalidad del camino mexicano y su sistema de economía mixto (intervención del estado en la economía y propiedad privada); algunos reformistas sostenían, deformando al marxismo, que ello abría el paso gradual y pacifico al socialismo. 

Hoy esa ilusión llega a su fin, cuando el Congreso de la Unión y el Constituyente Permanente aprueba, a toda velocidad el fin del monopolio del Estado mexicano sobre el petróleo y la electricidad, dando paso a la promulgación presidencial de Peña Nieto sobre la reforma energética. 

Este hecho marca la muerte definitiva de lo que algunos llaman el nacional-desarrollismo. Su agonía empezó con un acelerado proceso de privatizaciones a mediados de los 80’s, que desmantelaron el sector estatal de la economía (casi el 70% de la economía entonces) transfiriéndolo en procesos irregulares y plagados de corrupción a lo que hoy son poderosos monopolios en diversas ramas de la economía: en la minería y metalurgia, las telecomunicaciones, el sector financiero, la agroindustria, la industria de la construcción y los transportes, la industria alimenticia, etc., así como en sectores parasitarios de la economía, como la especulación inmobiliaria, la compraventa de dólares, la bursatilización de los fondos sociales, como las jubilaciones y pensiones, así como el blanqueado de dinero del narco, etc.

La primera generación de reformas dejó ya maltrecha y a la espera de la muerte esta ilusión. La reforma al artículo 27 de la Constitución arrebataba la tierra al campesinado y daba fin al ejido, la unidad territorial colectiva que alimentaba esa ilusión de un capitalismo que podía dar bienestar a los campesinos e indígenas. 

El TLCAN fue la vía para que los capitales del norte del continente se entrelazaran y la interdependencia de la economía se maximizara. Bajo este contexto el petróleo y la electricidad tenían encendida la llama de que México podía seguir un tercer camino y que un sector de la burguesía podría jugar un rol en la lucha. Es una ilusión el tercer camino, como también lo es la ideología de la revolución mexicana, porque finalmente se seguía enmarcado en el capitalismo, es decir, de la propiedad privada de los medios de la producción y las relaciones del mercado. 

Hoy no podemos anhelar un pasado que también fue capitalista [1]. Todos los gobiernos posteriores a la década de 1920 representaron el desarrollo del capitalismo, hasta el mismo Lázaro Cárdenas personaje al cual se le exalta de una manera sobre exagerada por las decisiones emprendidas durante su mandato; lo cual no puede ser obviado, ni defendido. Si somos consecuentes con la cosmovisión marxista-leninista las definiciones adoptadas por el curso del capitalismo contemporáneo son resultado de los años pasados, de las decisiones tomadas en décadas pasadas, y en este caso, la ruta de estatizaciones y nacionalizaciones no tenía una orientación socialista, sino la lógica de la centralización y concentración de los capitales.

Este proceso de desarrollo capitalista fue elogiado como progresista, y algunas fuerzas políticas trataron de justificarlo, desde el marxismo, deformándolo abiertamente, sobre todo en lo referente al carácter del Estado, que como sabemos fue una operación intentada por el oportunismo de la decadente II Internacional. Aquí se llegó a colocar al Estado por encima de la lucha de clases –como un árbitro entre éstas–, infeliz planteamiento que subordinó la lucha proletaria durante décadas, permitiendo que el capital actuara impunemente.

Afortunadamente para la clase obrera esas ilusiones ya no existirán más, aunque señalamos que fuerzas políticas reformistas seguirán aferrándose a esos planteamientos. Actualmente esas fuerzas están cada vez más disminuidas y en su papel testimonial sólo se dedican a lamentar, rabiar y, cual plañideras pensar que el futuro estará en el regreso al pasado. Su argumento es primario y tienen una lectura distinta a la que tenemos los comunistas de la realidad del país. 

En tanto los reformistas ven a México como un país dependiente, los comunistas consideramos que México es un país de pleno desarrollo capitalista, inserto plenamente en el sistema imperialista, donde ocupa un lugar intermedio, con monopolios consolidados y poderosos.

Ya no queda nada en la Constitución que sirva como argumento para ocultar que el conflicto social es el del capital contra el trabajo, que en el campo de batalla se dará la confrontación entre la burguesía y el poder de los monopolios, contra el proletariado, la clase obrera, el conjunto de los trabajadores, de los desempleados, de todos los explotados y oprimidos; entre los de arriba y los de abajo.

Como efecto de las reformas aprobadas durante este año y la serie de maniobras políticas efectuadas por todos y cada uno de los partidos políticos que gobiernan, podemos hablar también de la muerte de la democracia burguesa, cuyos síntomas estaban en los fraudes y en la abstención creciente. Como nunca fue claro que el gran legislador fue el poder de los monopolios a través del Pacto por México, suplantando sus propias instituciones parlamentarias que fueron un simple eco, no sólo por la farsa de lo escenificado en el Senado y la Cámara de Diputados, sino por la celeridad del Constituyente Permanente, con el fast track.

Nuestro partido se opuso a esta reforma, pero no lo hacíamos defendiendo PEMEX como el modelo que nosotros consideremos ejemplar. La nacionalización no es positiva en sí; lo que determina finalmente la nacionalización o no de una empresa es la naturaleza de clase del Estado. 

En un Estado burgués las nacionalizaciones son funcionales al desarrollo del capitalismo. No podemos levantar las banderas del desarrollo capitalista, ni añorar una vía de desarrollo burgués que entró en su fase monopolista. Lo que siempre trabajaremos entre las masas es el agrupamiento con una dirección al derrocamiento del capitalismo, la concentración de fuerzas contra el poder de los monopolios, deslindándonos del populismo neokeynesiano y trabajando para la independencia de clase.

Durante años las organizaciones populares y clasistas estuvieron entrampadas en defender una vía de desarrollo capitalista, o para ser exactos un grado previo del desarrollo capitalista, que es colocado en nuevo escalón hoy. Por eso la acción siempre era defensiva, de resistencia.

Sin duda que para nuestro pueblo la vida se pauperizará pues recursos que antes eran destinado en mínimo porcentaje a la salud, la educación, la infraestructura y hoy serán estrictamente para la rentabilidad de los monopolios que se beneficiaran; habrá dificultades en la vida cotidiana, ya de por si afectada por la crisis capitalista de sobreproducción y sobreacumulación, y las medidas para estabilizarla adoptadas en nuestro país con la reforma laboral. Sobre todo este último año el nivel de vida descendió abruptamente, y en el bolsillo del trabajador y la familia popular se resiente con brutalidad. Todos estos factores maximizarán las contradicciones del conflicto de clase.

Estamos frente al fin de una etapa y el comienzo de una nueva, y cualquier cosa puede pasar, pues el desarrollo capitalista barrió sus propias bases de sustentación y legitimidad.

La lucha no será fácil, hay muchas complicaciones. El Estado es el instrumento del que se valen las clases dominantes para la opresión. En su ingenuidad algunos hablan de la extinción del Estado o de su empequeñecimiento en tanto que en los hechos hay un fortalecimiento de éste con el refuerzo del ejército y la policía, así como de los cuerpos jurídicos y su ampliación con los paramilitares (una extensión del brazo represivo), en tanto que se da constitucionalmente una reducción de las garantías individuales y de las libertades democráticas. Tal error obedece a la premisa antes señalada de una visión que consideraba al Estado mexicano con autonomía de la clase dominante o de la lucha de clases.

Hace unos meses, el Partido Comunista de México señaló que el gobierno del Pacto por México es el gobierno del hambre y la miseria, pero que también conduce a México a un estado de excepción.

Peña Nieto, es inculto, pero no tonto, y en breve lapso completó lo que no pudieron Zedillo, Fox y Calderón, pese a que lo intentaron. Ello, además de las “habilidades” del priísmo obedece sobre todo a que los monopolios han cerrado filas con dirección a la contención preventiva de estallidos del proletariado o de las capas medias en proceso de proletarización.

Los comunistas además de la organización de la clase obrera en torno a los objetivos del socialismo-comunismo, estamos en el deber de agrupar a todas las capas de la sociedad que son oprimidas, explotadas y empobrecidas en una dirección anticapitalista y antimonopolista.

El Pacto por México ya cumplió, pero aún no desaparecerá y ya veremos de nuevo al PRD sumado a la alianza gubernamental junto con el PRI y PAN, en su destacado papel de apagafuegos, así como MORENA es la barrera de contención y el instrumento de la desmovilización. Las tareas más complejas del Pacto por México están en el porvenir inmediato y tienen que ver con asegurar la estabilidad de los intereses del capital frente a las turbulencias que desatarán la reforma laboral y energética.

MORENA y López Obrador demostraron la inutilidad de su táctica, y seguramente veremos su veloz adaptación a las nuevas medidas del capitalismo, pues también su programa quedó enterrado. Sin embargo los amplios sectores populares deben afrontar la lucha, si bien exigen a sus dirigencias avanzar, deben tomar la decisión en sus manos y empujar las tareas desde las posturas pusilánimes a las más firmes acciones al lado de todos los sectores populares combativos

La tentativa por parte de la socialdemocracia de capitalizar en su favor y con su discurso el descontento popular, de colocarse a la cabeza de movilizaciones en contra de la Reforma, o de juntar firmas, o de pedir una consulta, etc., para desde ahí sembrar ilusiones de una gestión “alternativa” del capitalismo ha cosechado más bien fracasos. Difícil es para cualquiera tragar su discurso de oposición a la reforma energética cuando se trata de los mismos que votaron a favor de todas las anteriores agresiones, incluyendo la reforma laboral, o aprueban medidas como el aumento al pasaje del metro, la criminalización y el asedio policíaco a la protesta, el asesinato de dirigentes populares, etc. 

Ayer el PAN se desgarraba las vestiduras por la reforma fiscal aprobada por el PRD y el PRI, después continuó votando en bloque con el Pacto por México, hoy le toca al PRD representar ese mismo papel en la comedia de vida parlamentaria que ha dejado el Pacto por México.

Mientras tanto la verdadera oposición se halla en las fábricas, los campos y las calles. Los paros, huelgas y protestas contra las medidas contempladas en la reforma laboral se suceden de manera continua aunque no aparezcan en las primeras planas. 

Un número cada vez mayor de trabajadores, amas de casa, estudiantes, etc. busca una forma de oponerse al ataque contra su nivel de vida y contra sus derechos políticos. Las guardias comunitarias se enfrentan lo mismo en la Huasteca que en Guerrero al despojo que pretenden las compañías mineras y petroleras y se enfrentan a la barbarie paramilitar y militar.

Con cuanta actualidad la socialización de la economía y el poder obrero y popular emergerán en los días siguientes, o para decirlo más francamente, con cuanta actualidad se coloca en la agenda nacional la tarea de una nueva Revolución de la que el pueblo será el protagonista.

El poder obrero y popular es hoy la alternativa y vamos a dar un acento especial al frente ideológico para impedir que se vuelvan a sembrar ilusiones entre los trabajadores.

Nota:

[1] Desde que Venustiano Carranza y los capitalistas definieron el rumbo de la Revolución tras la liquidación de la rebelión suriana dirigida por Emiliano Zapata, si bien militarmente el curso había sido dirimido con la derrota de la División del Norte en el bajío en 1915.

Pável Blanco Cabrera. Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de México.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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