Jazz
Maroto, mejor que nunca
Antonio Malacara
Los
discos físicos se siguen multiplicando ante el desconcierto de quienes
vaticinaban su desaparición desde hace ya algunos años; y los del jazz
local se siguen acumulando entre las amplias pilas de mi escritorio y
el reducido espacio de esta columna. Escribir una reseña de cada uno de
ellos resultaría imposible… aunque hay discos que se abren paso por sí
mismos, que nos imponen su esencia y su presencia para ser contados,
para ser narrados.
Ocaso es uno de ellos. Pocas veces en cincuenta y tantos
años hemos escuchado un disco tan completo… probablemente se noten
ciertos resbalones en la posproducción, pero la propuesta estética y la
instrumentación no tienen mácula (
No tienen madre, decía Mario Ugalde ante la excelencia de un disco, cuando nos visitaba en Clavería).
Abraham Barrera es el causante y culpable principal de todo esto.
Entre los tres discos compactos que presentó este pianista en 2013, el
de Ocaso es algo especial no sólo por la belleza y la
complejidad de sus composiciones, o por el virtuosismo de sus tres
ejecutantes; resulta también algo singular porque es la primera vez que
Antonio Sánchez graba en México, con músicos locales, después de
haberse instalado como uno de los bateristas más importantes en el
escenario internacional.
Y si a todo esto le agregamos el pulso y la pasión orgánica de Aarón
Cruz en el contrabajo, pues nomás imagínense (bueno, no se lo imaginen,
mejor compren el disco y escúchenlo a placer). Aunque aquí habría que
apuntar que las consabidas y formidables improvisaciones del maestro se
vieron un tanto amuralladas por la estructura misma de las
composiciones de Abraham, pues la mayor parte de las líneas del
contrabajo ya iban acotadas en el papel. Que no por ello dejan de ser
altamente disfrutables, por supuesto.
Esto es una suerte de música académica contemporánea llevada a los
terrenos del jazz. Desde sus primeros compases, Barrera inserta suaves
y afables líneas melódicas en medio de complicados y a veces
inextricables juegos armónicos, cubriendo todo esto con tremendas
polirritmias, con pasajes donde cada uno de los instrumentos trota en
compases diferentes, creando atmósferas de la más absoluta
contemporaneidad. Hasta llegar a la propuesta mexicanista de una
trilogía dedicada a Carlos Fuentes.
Arseni
Tarkovski decía (dice) que la muerte no existe en este mundo, que son
inmortales todos y todo es inmortal. Aunque un siglo después tendríamos
que agregar que hay de inmortales a inmortales.
Otra joya de reciente aparición es Asian Trio, disco
grabado por Diego Maroto du-rante su reciente gira por Singapur, Japón,
Indonesia y Malasia, específicamente, en la ciudad de Kuala Lumpur, la
de mayor densidad y movimiento en Malasia. Aunque la sorpresa mayor no
era que un saxofonista mexicano anduviera tocando y grabando en el
lejano oriente, sino que a pesar de ser uno de los músicos más
completos y uno de los mejores improvisadores de nuestra historia, el
maestro Maroto tuviera un solo disco en su haber: Mundo paralelo, de 2003. Bueno, pues ahora son dos.
Sin vuelta de hoja, es el disco de la década. Su contenido: jazz
contemporáneo y hard bop del siglo XXI; una gran técnica instrumental,
que no por híper disciplinada deja de jugar y de desbordarse en
irreverencias; fraseos que fluyen con pasmosa agilidad y con una garra
frágil y poderosa (no débil, no endeble, sólo frágil y poderosa).
Las bondades de la aldea global se despliegan en el atlas con la
propuesta del sax mexicano y el soporte de dos músicos singapurenses:
Jonathan Ho al contrabajo y Benjamin Low en la batería; el primero, de
excelente pulso y gran imaginación, alcanzando reiteradamente la
proporción ideal entre sus diálogos con el saxofón; el baterista es
cumplidor, aunque en Passion dance, de McCoy Tyner, alcanza magníficos niveles.
Diego Maroto está tocando mejor que nunca, en plena madurez humana y
conceptual, torciendo y retorciendo magistralmente las líneas del sax
sin romper un solo instante con la pulcritud de los esquemas. Además de
sus rolas y la Tyner, incluye una nostálgica recreación de Duke
Ellington y dos iconoclastias de Luri Molina, otro de los grandes de
este adolorido país, con más de tres años en trabajo de parto. Salud.
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