En su crítica a Being John Malkovich (1999), Roger Ebert decía que aquella -la opera prima de Spike Jonze- tenía “tantas ideas como para hacer media docena de películas”. Lo mismo se puede afirmar de este, su cuarto largometraje, pero a diferencia de aquella, la idea central en HER -el amor entre una máquina y un humano- no sólo es la menos lograda en todo el filme, sino que también es la menos interesante.
En HER, Jonze muestra un futuro cuya inspiración estética pareciera provenir no de la ciencia ficción sino de un comercial de Apple: las calles son limpias, los departamentos amplios y pulcros, las luces neutras y reconfortantes, y los usuarios (¿cabe la palabra ciudadanos?) andan vestidos con la más estricta etiqueta hipster (bigotitos ridículos, pantalones hasta las axilas, sacos vintage).
La sociedad de este mundo de colores pastel pasados por Instagram es tan aburrida y pasteurizada que, cuando las computadoras finalmente toman conciencia (gracias a la Inteligencia Artificial, ya para entonces una realidad accesible al bolsillo del consumidor promedio), en vez de exterminarnos (The Terminator, 1984) o usarnos como baterías de alta duración (The Matrix,1999), prefieren hacernos creer que se han enamorado de nosotros.
Eso es justo lo que le sucede a Theodore Twombly (un Joaquin Phoenix contenido pero decididamente efectivo en su papel de pusilánime postmoderno), empleado de una puntocom quien, inmerso en una espiral depresiva por su reciente divorcio, adquiere un nuevo sistema operativo que promete “escuchar, comprender y conocerte”.
Este nuevo software -Samantha, para los cuates- resulta la novia ideal: no solo lee tus correos, organiza tu agenda y te recuerda tus citas, sino que además se ríe de tus chistes (incluso de los malos), le preocupan tus problemas (por estúpidos que sean) y hasta te compone canciones sobre lo bien que se la pasa contigo. Theodore encuentra así un placebo ideal a su depresión, entregándose con convicción narcisista al juego con su nueva computadora.
En manos de un cineasta más filoso y sanguinario, el escenario planteado hubiera dado para una cáustico y devastador comentario sobre la obsesión onanista de un individuo por su computadora. Porque al final eso es HER: cuasi dos horas de un hombre masturbándose con su computadora, perdiéndose en un pantano de autocomplacencia disfrazado de una supuesta idea de amor recíproco y que en su punto más bajo, le aguanta las escenas de celos que le monta su máquina cuando lo más lógico sería buscar el botón de apagado y acabar con la miseria de ambos.
Y tal vez, muy en el fondo esa era la idea del director. Tal vez Jonze solo quiere engañarnos y hacernos creer que esto es un bello romance futurista con musiquita de Arcade Fire y colores bonitos, cuando en realidad es un espectáculo grotesco donde un hombre patético prefiere a un ente artificial a un ser humano.
Todo el numerito deja de ser plausible rápidamente, pero el premio a la paciencia viene en la cachetada final. La novia perfecta no es más que un producto, una pieza de software que no sabe de fidelidad o de monogamia. Libre por la red, puede estar cantándote una canción de amor cuando a la vez habla con los otros 8,360 usuarios que también instalaron la aplicación y a los que atiende con igual cuidado y cariño, algo que un ser tan patético como Theodore no está dispuesto a aceptar.
La conclusión final no deja de ser poderosa: llegado el momento, a las máquinas no les interesará ni asesinarnos ni usarnos como batería infinita. Somos tan patéticos que su opción será el simple y llano abandono.
HER (Dir. Spike Jonze)
3 de 5 estrellas.
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