Por: Alejandra Buggs Lomelí*
Gracias al trabajo de la Asociación Internacional para la Prevención
del Suicidio, desde 2003 el 10 de septiembre se ha convertido en el Día
Mundial de Prevención del Suicidio, con la intención de concientizar al
mundo sobre esta problemática y saber que es un acto que puede
prevenirse en la mayoría de los casos.
Quiero aprovechar la oportunidad que tengo al escribir para CIMAC, para
visibilizar a través de mi columna el importante e impactante tema del
suicidio, compartiendo parte de la ponencia que impartí el pasado 10 de
septiembre en el Segundo Congreso de Prevención del Suicidio en la
Ciudad de México.
Sé que el fenómeno del suicidio es un acto sumamente difícil de
comprender para cualquier persona, por lo que a lo largo de la historia
de la humanidad el suicidio aunque ha sido investigado y se ha escrito
mucho sobre él, sigue siendo un tema escabroso y sinuoso de revisar,
visibilizar o simplemente nombrar, pues ha sido mejor negarlo que
enfrentarlo, creyendo como las avestruces que al negarlo no existe.
El suicidio, según la definición de Émile Durkheim (1974), es “toda
muerte que resulte, directa o indirectamente, de un acto realizado por
la víctima”.
La palabra suicidio proviene de dos términos del latín: Suicidium,
formado por “sui” (de sí, a sí) y “cidium” (acto de matar) del verbo
“caedere” (cortar o matar), y expresa la acción de quitarse la vida.
El fenómeno del suicidio se expresa en los siguientes niveles: a)
ideación suicida, b) intentos suicidas y c) suicidio consumado.
Es un fenómeno que existe, tanto, que las diferentes y más recientes
investigaciones demuestran que anualmente casi un millón de personas se
suicidan, de hecho para ser exacta sólo en 2013 se reportaron 842 mil
casos de suicidio consumado a nivel mundial, por lo que es la décima
causa de muerte (datos de la Organización Mundial de la Salud).
Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en
México el suicidio fue en el mismo año la segunda causa de muerte, de
los cuales 80.6 por ciento fueron cometidos por hombres y 19.4 por
ciento por mujeres.
Sólo en 2013 el suicidio aumentó drásticamente en 114 por ciento, por
lo que representa un grave problema de salud pública que implica un
gran costo, empezando por el sufrimiento personal, familiar, social y
económico, como también por los efectos nocivos a nivel local, nacional
y mundial.
Hay diferencias sociodemográficas que influyen de manera decisiva en la
posibilidad de que alguien decida suicidarse o no; estos dos aspectos
determinantes a tomar muy en cuenta son: por un lado, la edad que en
general en muchos países está en un rango entre 15 y 24 años, y por
otro lado, el género.
Poco a poco, estas diferencias de género se están convirtiendo en una
variable importante a tomar en cuenta, no sólo en lo que a suicidio se
refiere, sino en todo lo relacionado con los trastornos emocionales que
padecemos mujeres y hombres.
Se estima que en la actualidad, en promedio consuman el acto suicida
cinco hombres por una mujer; la diferencia de género es que cinco
mujeres lo intentan por cada hombre. Es importante resaltar que se ha
visto que esta reciprocidad se presenta en todos los grupos de edad,
aunque hay una tendencia mayor en las y los jóvenes de entre 15 y 24
años.
Algunas de las causas de que el suicidio esté más presente en las y los
jóvenes pueden ser: que experimentan fuertes sentimientos de estrés,
confusión, dudas de sí mismas, presión para lograr éxito, incertidumbre
financiera, y otros miedos.
Por lo que para algunas y algunos jóvenes el suicidio aparenta ser una solución a sus problemas y al estrés.
En cuanto al género, se ha observado que en la mayoría de los países
los hombres tienden de tres a cuatro veces más a suicidarse que las
mujeres.
Desde mi punto de vista el suicidio masculino está muy vinculado a las obligaciones que se imponen al género.
Si reflexionamos acerca del lugar que esta sociedad patriarcal ha
impuesto a los hombres nos daremos cuenta que ser hombre se asocia
generalmente con el poder, no sólo el poder en su sentido de fuerza,
sino más bien como una exigencia: el hombre debe tener “poder”.
Como dice Will Scott: “Poder trabajar. Poder triunfar. Poder hacer las
cosas. Poder ganar dinero. Poder ser su propio jefe. Poder tener una
familia. Poder tener un automóvil. Poder con las mujeres. Poder
sexualmente. Poder con y contra otros hombres”. Poder, siempre poder…
Sólo que esto es un deber y, como tal, es una imposición que pretende
ajustar la realidad al pie de la letra, sin embargo, ¿todos los hombres
pueden? A mí me parece que no, que no todos pueden, porque no todos los
hombres son iguales y no sólo eso, sino porque no tendrían por qué
poder sobre todo sobre las mujeres y hasta por encima de ellos mismos.
¿Qué sucede con las mujeres? ¿Por qué las mujeres se quedan
afortunadamente más en el intento que en la consumación del suicidio?
Resulta que por lo general las mujeres hemos aprendido más que los
hombres a expresar nuestros sentimientos, a no quedarnos tanto con
aquellas cosas que nos lastiman, sin embargo, en situaciones que bien
podemos llamar “situaciones límite”, las mujeres ante la desesperación
intentan olvidarse de sus problemas que generalmente están relacionados
con pérdidas de seres queridos o crisis de pareja, que las llevan a
sentir que sus vínculos más significativos se destruyen.
Sin embargo, las mujeres justamente por el hecho de contar por lo
general con la capacidad para construir redes de apoyo, tienden más a
pensar en esas personas que pueden apoyarles o bien, si es el caso en
sus hijas e hijos, en su madre y padre y en la familia en general.
Personas todas ellas que se convierten en una especie de ancla de la
cual asirse y que evita que muchas mujeres lleguen a consumar el
suicidio, sin embargo, cuando lo intentan es desde una profunda
sensación de desesperanza y desolación que experimentan.
Otro elemento determinado por la condición de género de las mujeres es que aprendemos también a aguantar.
Aguantar para los y las demás. Aguantar nuestro placer en todos
sentidos. Aguantar la violencia. Aguantar postergar nuestros proyectos.
Aguantar el maltrato. Aguantar, siempre aguantar…
Dentro de las manifestaciones de estas diferencias de género es
importante tomar en cuenta el método utilizado para intentar o consumar
el suicidio, en el que las estadísticas arrojan que los métodos que
utilizan los varones son más agresivos, como el ahorcamiento o el uso
de armas de fuego.
Mientras que las mujeres utilizan métodos como envenenamiento por
drogas, salto de lugares altos, aventarse a vías del tren o del Metro,
y también –aunque no en igual porcentaje que los hombres– el
ahorcamiento.
Como podemos observar, existen diferencias de género en la forma en que
afectan situaciones emocionales a mujeres y hombres, en la manera de
enfrentarlas y también en los métodos elegidos por un género y por
otro, sin embargo, si bien es importante tomar en cuenta esta variable
para contribuir a la prevención del suicidio, lo más importante a tomar
en cuenta es reconocer, nos guste o no, que es una problemática que
existe y que desafortunadamente va en incremento.
De ahí la importancia de visibilizar el suicidio como un problema social y de salud pública que nos atañe a todas y todos.
Twitter:@terapiaygenero
*Directora del Centro de Salud Mental y Género, psicóloga clínica,
psicoterapeuta humanista existencial, y especialista en Estudios de
Género.
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | México, DF.-
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