2/21/2016

Mar de Historias: En sueños



Cristina Pacheco
Ya para once meses que estoy trabajando con doña Lola. Como está distanciada de su hija Lilia y de su yerno, quien ve por ella son sus nietos: Gregorio y Mayra. Él nunca nos visita y rara vez llama por teléfono. Cree que ser buen nieto consiste en depositarle a su abuela mensualmente en el banco. Mayra es muy distinta: cariñosa, atenta; si no viene más seguido es porque vive muy lejos.
Gregorio no me conoce, Mayra muy poco, y como no sabe lo que le está sucediendo a su abuela, un día de estos va a pensar que la tengo secuestrada. Se lo he dicho a mi patrona, pero no le da importancia. Según ella nadie va a pensar algo tan feo de mí porque tengo cara de todo, menos de secuestradora. Luego me cierra el ojo y se acerca la mano a la boca como si estuviera cerrándola con llave. Con eso quiere decirme que no debo abrir el pico.

II
No he dicho ni media palabra, pero Mayra ya empezó a recelar de que algo raro sucede, y es lógico. En las últimas semanas, casi todas las veces que ha llamado y me ha pedido que la pase con su abuela le he dicho lo mismo: No puedo: mi patrona está dormida. Entonces le da por preguntarme si doña Lola está molesta con ella porque no ha venido a visitarla. Le aseguro que no, mi patrona comprende que no pueda venir desde Ojo de Agua, que para ella es como decir el fin del mundo.
Ya con eso medio que se tranquiliza, pero de todas formas se le hace mucha casualidad que últimamente –así sean las once de la mañana o las tres de la tarde– su abuela siempre está durmiendo. Para que no siga pensando mal, le explico que la señora hace varias siestas al día porque en la noche duerme poco.
Allí es donde salgo raspada: Mayra me recuerda que si me contrató es porque confía en mí; una de mis obligaciones es darle a mi patrona sus pastillas para dormir. Aunque son muy caras, ella se las compra con mucho gusto para que se las tome, no para que las guarde en el botiquín del baño.
Su reclamación me molesta. Siento ganas de decirle la verdad, pero no lo hago porque doña Lola me ha suplicado que bajo ninguna circunstancia se me ocurra decirle a su nieta que cada día se le olvidan más las cosas. Si Mayra llega a saber que van tres veces que doña Lola ha dejado las llaves del gas abiertas y dos que no sabía cómo regresar aquí, seguro viene para llevársela a su casa o meterla en una residencia para ancianos.
Por lo que he conversado con doña Lola, me imagino que ella estaría dispuesta a todo, menos a mudarse. La hace muy feliz seguir en el departamento donde pasó tantos años con su esposo, don Arturo. Cuando él ya estaba muy malito le aconsejó –según me dijo ella– que por ningún motivo se fuera a vivir con alguno de sus nietos, ya sabía que el muerto y el arrimado...

III
Sus nietos tienen derecho a saber lo que le está sucediendo a su abuela. Creo que debí decírselos desde la vez que ella perdió su rosario de filigrana. Lo aprecia mucho porque se lo regaló su madrina el día de su primera comunión. (¿Te imaginas cuántos años hace de eso?) Pasamos toda la tarde buscándolo y rezándole a San Ramoncito para que apareciera, pero ¡nada!
Si nadie entra al departamento, ¿quién podía haberlo tomado? Tuve pendiente de que mi patrona sospechara de mí, y cuando ella se fue a dormir me puse a revisar en todos los cajones, debajo de los muebles y de los tapetes, pero no lo hallé.
En la mañana doña Lola entró a la cocina para decirme que en sueños había visto el rosario en el único lugar donde no lo buscamos: la caja de los botones. Por simple curiosidad fuimos a ver y, ¡qué sorpresa!, allí estaba el rosario. ¿Cómo llegó a la caja? Ni para qué averiguarlo. Lo bueno era que había aparecido.

IV
A ella no se lo demuestro ni se lo he dicho a nadie más que a ti, pero la verdad es que estoy preocupada por mi patrona. Cada vez extravía más cosas: cuando no las llaves, el monedero, su tejido, las horquillas del pelo, ¡todo! Pero ya no le interesa como antes ni me pone a buscar: se va a su cuarto y se duerme, segura de que en sus sueños encontrará lo perdido. Aunque no me lo creas, así ocurre. Dirás: ¿por qué no espera y busca en sus sueños nocturnos? También sentí curiosidad por saberlo. Se lo pregunté y me respondió: Porque son demasiado oscuros.
Ayer doña Lola estuvo muy pensativa. Cuando está así no trato de hacerle plática porque no le gusta. De pronto, ya en la nochecita, me dijo algo muy raro que me tiene preocupada. A lo mejor exagero. Lo voy a repetir a ver qué opinas: Desde que encontré el rosario, mis sueños me dicen dónde hallar lo que he perdido. ¿Crees que pueda suceder lo mismo el día en que pierda la vida? Sin darme tiempo a responderle, se llevó la mano a la boca como si estuviera cerrándola con llave. Obedecí la orden y me quedé callada.

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