Con el recorte al gasto público de 2015 no todos perdieron. Hubo, incluso, ganadores: la Presidencia, la seguridad interna y la seguridad nacional. Los perdedores sí fueron la inversión, el medio ambiente, el sector agropecuario, la cultura, la educación y la energía. Además, se procuró cubrir el costo de la deuda. Incluso a este rubro se destinaron más recursos que en 2014: en total, 408 mil millones de pesos
Alain Badiou, filósofo francés, dijo
recientemente: “Las crisis siempre son resueltas mediante medidas
antisociales y antipopulares que pueden ser especialmente duras. Así es
como el capitalismo controla la situación. El problema del capitalismo
es cómo conseguir que estas medidas sean aceptadas. Para ello, se emplea
la violencia”.
Llámense
programas ortodoxos de estabilización –el enfoque monetarista
tradicional–, que generalmente van de la mano con las reformas
estructurales neoliberales, y sean impuestos por el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial; o sean adaptados voluntariamente, en
una especie de síndrome de Estocolmo, como lo hicieron Enrique Peña
Nieto y Luis Videgaray en 2015 y 2016, en respuesta a la crisis del
mercado petrolero iniciada en 2014; o como lo hace su nueva alma gemela,
el derechista Mauricio Macri, recién encaramado en el gobierno
argentino.
Llámense programas heterodoxos de
estabilización, o enfoque monetarista para una economía abierta, que
introducen algunos cambios en el fracasado modelo anterior –y que, de
todos modos, continúa aplicándose–, pero manteniendo su esencia
fondomonetarista y arrojando los mismos resultados. Como los que fueron
aplicados en las décadas de 1980 y 1990 por Carlos Salinas y Pedro Aspe,
Alberto Fujimori, Carlos Menem o Fernando Collor de Mello, entre otros
regímenes calificados como “burocrático-autoritarios” –que, en la
mayoría de los casos, sustituyeron a las sangrientas dictaduras
militares–, travestidos de “civiles-democráticos”, o “democracias”
neoliberales, si se prefiere.
Todas esas políticas guardan los mismos
dogmas ideológicos de la tradición de Chicago –Milton Friedman, Robert
Lucas, Theodore Schultz, Gary Becker, Lars P Hansen, por citar a algunos
de ellos–, los cuales son seguidos dogmáticamente por los tecnócratas
criollos, moldeados en Chicago, Harvard, Massachusetts, Stanford,
Columbia y sus escuelitas de párvulos locales (“kindergartens”,
si se prefiere), como son el Instituto Tecnológico Autónomo de México o
el Centro de Investigación y Docencia Económicas, en el caso de nuestro
país.
Todas comparten dogmática y
empíricamente las mismas recetas económicas anticrisis: los programas de
choque y de ajuste estructural. Emplean métodos persuasivos como
estrategia disciplinaria para tratar de garantizar la implantación de
esas medidas y la continuidad y la supervivencia del modelo neoliberal
antisocial: la violencia económica –el miedo a perder el empleo para
facilitar el desempleo de otros, la contención y el recorte de salarios,
prestaciones sociales y gasto público de bienestar, el aumento de
precios e impuestos–, jurídica y política –la conculcación de derecho,
la justicia arbitraria, la represión, el encarcelamiento, la
desaparición, la paz de los sepulcros–.
Esas prácticas son moneda de uso corriente de las dictaduras militares o de las casquivanas “democracias” cosméticas como la mexicana, que no logran maquillar las orejas
autoritarias. Simples espectros de las cada vez más deslavadas
“democracias” burguesas occidentales –recuérdese la manera en que se ha
administrado la austeridad fiscal en Europa en este decenio, a menudo
por medio de procónsules–, y de los fundamentos teóricos de esa forma de
gobierno.
Sólo con el terrorismo de Estado puede
generarse la conmoción y la parálisis social. Se puede obligar a las
mayorías a aceptar y soportar cotidiana y silenciosamente las agresiones
neoliberales; a tragar la píldora amarga de los ajustes sin
grandes aspavientos, ya sean impuestos por decreto o legitimadas por un
Congreso y un poder judicial subordinados al Ejecutivo y los organismos
internacionales, expresiones de la degradación republicana.
Pero la resignación alcanzada por ese
medio suele ser temporal. A cada tanto estalla la cólera, desobediencia y
rebelión ante la injusticia, como recuerda el estadunidense Barrington
Moore, así como el cobro de facturas que han derrumbado a dictaduras y
democracias formales.
No puede ser de otra manera ante gobiernos que abandonan rápidamente el canto de la sirena
reformista y del bienestar, y usan la traición como principio político
(Y Roucaute y D Jeambar, Elogio de la traición). ¿Quién puede seducir a
los votantes y ascender al poder con la falsía descubierta, sin mentir,
sin ocultar sus fines antipopulares? Ellos se han convertido en los
gerentes del neoliberalismo y de políticas de “consolidación” o ajuste
fiscal que sólo benefician a una minoría oligárquica, al gran capital
local y trasnacional, sus socios de la corrupción, el saqueo de los
bienes del país y el millonario festín de las privatizaciones. Han
optado por un proyecto que sacrifica los intereses nacionales, impone el
modelo de la derrota, de las relaciones carnales y el sometimiento
frente al capitalismo global, que arrojan como saldos países devastados y
millones de víctimas sociales.
Cuando se ejerce un poder omnívoro
pueden aplicarse medidas antisociales y antipopulares, como señalara
Badiou. En algunos casos, como en México, sin necesidad de disparar un
solo tiro.
La purga de la austeridad
Cuando la política económica ubica la
defensa del valor de la moneda y el control de la inflación como sus
objetivos centrales, por definición, bajo el canon monetarista, ésta
exige que las variables de ajuste sean la contención salarial y de la
demanda (consumo e inversión), así como la austeridad fiscal, la
reducción o eliminación de su déficit fiscal.
En un régimen de “libre” flotación y sin
un precio definido de la paridad cambiaria como el que exististe en
México desde 1995, después del desastre ocasionado por el esquema de
microdevaluaciones anunciadas por Carlos Salinas y Pedro Aspe, la
estabilidad de la moneda es determinada por el estado de ánimo de los
especuladores, o el “mercado” como se dice técnicamente, por la oferta y la demanda de monedas, por la libre entrada y salida de capitales.
En la práctica, empero, la Comisión de Cambios, integrada por el banco central y la Secretaría de Hacienda, utiliza un esquema sucio.
Es decir, cuando dicha Comisión considera necesario, “en momentos de
extrema volatilidad, y casi siempre con un esquema predeterminado, el
Banco de México, por instrucciones de la Comisión de Cambios” interviene
“para restaurar el orden de los mercados, pero nunca para determinar
una paridad específica” (Banxico dixit).
¿Cómo mete la mano para tratar
se contener los ataques de pánico que cíclicamente sufren los
especuladores ante el temor de la escasez de divisas (ya sea real; su
menor ingreso debido a la caída de los ingresos petroleros, la salida de
capitales que supera a su ingreso –inversión extranjera directa y
financiera–, sus fugas, las inversiones externas empresariales, baja del
endeudamiento foráneo– o especulativa (ganar con la compra venta), y
que dejan a la moneda como si fuera víctima de un ataque de epilepsia,
al borde del colapso macrodevaluatorio?
Básicamente arrojarles dólares a los
demandantes ávidos. A través de la compra-venta de divisas de las
reservas internacionales (subasta de dólares estadunidenses, la moneda
hegemónica a la que está subordinada el peso mexicano), o el cambio en
su tasa de interés de referencia. Nunca con el control de cambios, por
ejemplo, que atentaría contra el catecismo neoliberal.
Aunque se dice que no busca una
cotización determinada, sí trata de mantener un rango determinado en las
depreciaciones del peso frente al dólar: alrededor de 1.5 por ciento en
un día, unos 24 centavos para la paridad estimada para 2016.
La estabilidad cambiaria es vital para
la meta de precios que desde 2002 fue fijada en 3 por ciento anual, +/-1
punto porcentual; y, a su vez, el nivel de la inflación es fundamental
para aquel objetivo.
En 2015 Hacienda estimó una paridad
media nominal de 13 pesos por dólar (pd), contra la de 13 pd de 2014, lo
que implicaba un atraso de 0.8 por ciento. En realidad pasó de 13.31 pd
a 15.88 pd, un devaluación de 19.26 por ciento. Pero no importa porque
no existe una paridad definida. La inflación fue de 2.13 por ciento. En
2014 había sido de 4.08 por ciento.
Para 2016 la meta del tipo de cambio
medio se programó que pasara de 15.60 pd a 15.90 pd. Pero para la
primera mitad de febrero promedió 18.02 pd, 13.6 por ciento más de su
cierre efectivo de 2015.
Pero tampoco interesa por la razón citada anteriormente.
Sólo falta ver cómo afectará el nivel
general de la inflación esperada (3 por ciento), dada la masiva
importación de bienes y servicios —aunque los precios ya muerden
rabiosamente los bolsillos de las mayorías—, el costo del crédito, la
inversión productiva y el crecimiento económico.
La contención salarial y de la demanda
desinflacionaria está dada con el alza del primero en sólo 2.94 pesos
más diarios. El aumento de las tasas de interés reforzará la medida al
afectar a quienes se ven obligados a usar el crédito para compensar la
miseria de sus ingresos.
“¿Cómo es posible desplegar una política
fuerte contra la desigualdad sin tener organizaciones sindicales
poderosas”, pues “jamás se logró vencer al corporativismo” estatal?”, se
preguntaba en 2014 el recién fallecido Adolfo Sánchez Rebolledo
La pieza fundamental del programa de
estabilización son las finanzas públicas: reducir el déficit
presupuestario. La estrategia peñista-videgaryana es sencilla: el
aumento de impuestos al consumo y de los precios de los bienes y
servicios públicos (la insultante baja en las gasolinas y la
electricidad sólo prepara su próxima alza), el recorte del gasto social y
de inversión productiva, la desaparición de parte de su estructura
central, las privatizaciones de empresas y sectores estratégicos, el
despido de empleados públicos.
El ajuste fiscal
Como manda el canon antisocial de la
ortodoxia fondomonetarista en épocas de apremios fiscales como el
derrumbe de los precios del petróleo. Aunque sea recesivo, apuñale el
corazón de las mayorías y escupa copiosamente una mayor cantidad de
pobres y miserables.
Una historia tediosamente conocida.
Antes que los organismos multilaterales
le pusieran la pistola de la austeridad fiscal en la cabeza de los
peñistas, éstos prefirieron ponérsela y disparar en la testa de las
mayorías, y premiar a quienes les gusta a dichos organismos. Son buenos y
conmovedores aprendices.
Un poder absolutista del Ejecutivo puede
aplicar el cuchillo de la austeridad como en la mantequilla cuando
controla al Legislativo, el cual no representa a sus votantes y que, por
ello, no le inspira confianza ni respecto por haberse convertido en una
corporación de clepto-profesionales que no reconocen ideología y sólo
defiende sus privilegios.
El 2015 representó el retorno del tiempo del ajuste fiscal como divisa.
El recorte en el gasto por 124 mil
millones de pesos, equivalente a 0.7 por ciento del PIB, y que en
febrero de ese año Merrill Lynch calificó como “potente señal de
responsabilidad fiscal, reforzada por un déficit fiscal menor al
esperado en 2014”, no impidió que el gasto total del sector público
aumentara en 363.9 mil millones de pesos (mmp) más, sin descontar la
inflación, con relación a 2014, al pasar de 4.528 billones de pesos (bp)
a 4.892 bp, 5.2 por ciento más en términos reales, según datos de
Hacienda.
Ello pese a que, finalmente, los precios
del crudo de exportación se desplomaron de 85.48 dólares por barril
(db) a 43.29 db entre 2014 y 2015; es decir, en 42.19 db o 49.4 por
ciento, de acuerdo con Petróleos Mexicanos (Pemex), lo que implicó que e
valor de sus exportaciones cayeran de 41.2 mil millones de dólares
(mmd) a 21.2 mmd, 20 mmd menos o 48.6 por ciento.
Fiscalmente, lo anterior provocó una
pérdida de ingresos petroleros del sector público por 379.6 mmp; 13.7
mmp correspondieron a Pemex y 366 mmp al gobierno federal, equivalentes a
32.9 por ciento, 5.7 por ciento y 48.5 por ciento menos, en términos
reales, respectivamente.
Originalmente, se planeó un balance
público (incluye el presupuestario y el de entidades bajo control
presupuestal indirecto) deficitario por 21 mmp más respecto de 2014
(pasaría de 620.4 mmp a 641.5 mmp). Si descuenta la inflación, sería
igual al del año anterior, y con relación al producto interno bruto
(PIB) bajaría de 3.6 por ciento a 3.5 por ciento. El balance
presupuestario –incluye al gobierno federal y organismos y empresas de
control presupuestal directa como Pemex, la Comisión Federal de
Electricidad (CFE), el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y el
Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del
Estado (ISSSTE)– se programó con los mismos datos.
No obstante, al cierre de 2015 el
déficit público subió de 543.1 mmp a 637.6 mmp, 94.6 mmp más, 14.3 por
ciento en términos reales. Pasó de 3.2 por ciento del PIB a 3.5 por
ciento. El déficit presupuestario pasó de 545 mmp a 627 mmp, 82 mmp más o
12 por ciento. El saldo negativo del gobierno federal se incrementó de
487 mmp a 548 mmp, en 61 mmp, 9.6 por ciento real más; pasó de 2.3 por
ciento a 3 por ciento del PIB.
La información de Hacienda arroja detalles interesantes.
Por ejemplo, aunque los ingresos
presupuestarios petroleros se desplomaron dramáticamente en 2015 y
superaron más que proporcionalmente los esperados por Hacienda, se
planeó una baja por 50 mmp, 7.2 por ciento menos en términos reales y
los del gobierno federal 68 mmp, 11.2 por ciento menos. Así, los
ingresos totales apenas aumentarían 1 por ciento realmente, 170 mmp
nominales.
Cerrado el año las cuentas fueron las
siguientes: el total de los ingresos petroleros cayó en 380 mmp y los
del gobierno federal en 366 mmp, 33 por ciento y 48 menos en términos
reales.
Sin embargo, los ingresos totales
presupuestarios reales, que se esperaba que sólo aumentaran 1 por ciento
realmente (en 170 mmp), afectados por la caída de los petroprecios
fiscales, en realidad crecieron en 4.2 por ciento (281mmp más), gracias a
la mejoría de la captación en el impuesto a la renta (ISR) , pero sobre
todo al llamado “gasolinazo”, la tasa especial a las gasolinas
y diésel que en ese año proporcionó el equivalente a 18 por ciento del
total del ISR y el 31 por ciento del impuesto al valor agregado (IVA).
De otra manera: el “gasolinazo”,
calificado como regresivo, por gravar como iguales a desiguales, y
porque los desiguales tienen escasas o nulas posibilidades de deducirlos
fiscalmente, aportó 220 mmp, equivalente a 84 por ciento de los
recursos adicionales proporcionados por el ISR (263 mmp), y 5.5 veces más a los adicionales aportados por el IVA (40 mmp).
Además de ser antisocial y rentablemente
fiscal el “gasolinazo” evidenció que el “libre mercado” sólo existe
para las necesidades de los neoliberales mexicanos. En los países
importadores netos de hidrocarburos, como Estados Unidos, la baja de los
precios del crudo benefició a los consumidores porque cayeron las
tarifas de las gasolinas. En México, en cambio, se desafió la “ley de la
gravedad” del “mercado libre”: éstos subieron; y su insultante baja en
el inicio de 2016 demuestra que el “libre mercado” se ajusta con reglas
veleidosas.
Aún con el recorte, el gasto neto total
presupuestario, sin descontar la inflación, pasó de 4.5 bp en 2014 a 4.9
bp en 2015. Aumentó en 364 mmp, 5.2 por ciento real más. El programable
(excluye el costo financiero de la deuda pública, las participaciones
de los estados y los adeudos fiscales) aumentó de 3.6 bp a 3,8 bp, 248
mmp más, 4.1 por ciento realmente. En ambos casos superó al
presupuestado inicialmente, ya que, cada uno debería crecer realmente en
0.9 por ciento y 0.3 por ciento. Los egresos del gobierno federal
aumentaron 269 mmp, 7.9 por ciento real más.
Es loable que, en épocas críticas, la cobija del gasto crezca en lugar de encogerse.
El costo financiero de la deuda
Por desgracia, nunca es lo
suficientemente grande para cobijar todo lo que se necesita y siempre
tiene que sacrificarse algunas partes, ya sea por la falta de anchura,
porque siempre habrá áreas privilegiadas o por “razones e intereses de
estado.
En épocas fiscalmente críticas, siempre se protege algo.
Por ejemplo, el pago puntual del costo
financiero de la deuda pública (interna y externa y el rescate
bancario), como símbolo sagrado del cumplimiento escrupuloso de los
compromisos contraídos, y garante de la confianza de los acreedores.
Aunque se vacíen los bolsillos del deudor, la familia quede en harapos y
hambrienta.
En 2015 dicho costo aumentó en 62 mmp
para ubicarse en 408 mmp. En 2012 se pagaron 305 mmp. Fue el pago más
alto desde 1977 y, quizá histórico, a precios corrientes.
El total de 2015 superó al gasto
programable destinado a vivienda y servicios a la comunidad (331 mmp), a
la protección ambiental (27 mmp), a la cultura y recreación (27 mmp),
al sector agropecuario (95 mmp), y es ligeramente menor al destinado a
la inversión pública, sin contar a Pemex (467 mmp) o a salud (500 mmp).
Si se elimina la inflación, el costo fue
de 344 mmp, a precios de diciembre de 2010. El más alto desde 1990,
cuando fue de 523 mmp reales.
Sólo el pago de intereses de la deuda interna y externa pasó de 292 mmp en 2012 a 400 mmp en 2015.
Tampoco se podía descuidar al ejecutivo,
su coordinador de la política de gobierno y sus consejeros jurídicos,
aunque gobiernen y se coordine mal y para la oligarquía interna y
externa, y los consejos sean torcidos.
Mucho menos a los ramos de justicia,
seguridad nacional y asuntos de orden público y de seguridad interna (la
Marina, Defensa Nacional, la Procuraduría General de la República y
Gobernación). Pese a que la justicia sea tan injusta como siempre, la
inseguridad sea una industria a pleno empleo, el país se haya convertido
en una tumba de casi 2 millones de kilómetros cuadrados de extensión
para decenas de miles de personas y asesinadas, anónimas o conocidas, y
desaparecidas, más los que se acumulen diariamente, y el estado ayude en
la contabilidad con su guerra de limpieza social.
Esa seguridad ha sido eficaz en contra de los descontentos del modelo.
Esos fueron algunos de los renglones abrigados. (Véase cuadros anexos)
Entre los que quedaron medio desnudos y
cada vez más harapientos se pueden citar al gasto programable en
protección ambiental, apoyo agropecuario, vivienda y servicios a la
comunidad, protección social, energía (Pemex y la CFE) y transporte,
entre otros. A ellos se les redujo o se les contrajo en diversos grados
con relación a 2014.
Sin importar de que con ello se
sacrifique el presente y el futuro de México, la inversión productiva se
redujo en 47 mmp, 8.3 por ciento en términos reales. Si se excluye a
Pemex, se contrajo en 1.9 por ciento.
Los renglones más afectados fueron el ambiental, el energético, el agropecuario, la cultura, la educación y la tecnología.
Pero Peña Nieto y Videgaray muy bien pueden emular al actor mexicano Arturo de Córdova: “Eso no tiene la menor importancia”.
Porque ofrece la coartada para abrir más
la puerta a la privatización de las áreas del estado. Ellas son
jugosas, turbias y o legalizadas, con tráficos de influencias, con
sobrecostos y obras de dudosa calidad, entre otras minucias.
Por ejemplo, Juan Armando Hinojosa,
dueño Higa, el que le prestó helicópteros y aviones al priísmo durante
la campaña presidencial de Peña Nieto, para que ésta fuera más cómoda,
el de las modestas casas de Peña Nieto y su consorte y la de Videgaray,
el ganador de obras como el aeropuerto de Toluca realizadas durante el
peñismo caciquil, ganó la ampliación del hangar presidencial, por
concesión directa y un pecio de 23 por ciento mayor al planeado. (Milenio, 5 de noviembre de 2015).
Qué puede decirse de la española OHL, que se dice que impone sobreprecios y paga sobornos (regeneracion.mx/escandalo-en-ohl-por-sobornos-pagados-en-mexico),
que gana y gana obras, que eleva los cobros en las carreteras
concesionadas como se le pega la gana (acaba de subirlos para el
viaducto elevado bicentenario y el circuito exterior mexiquense en tres
veces que la inflación registrada en 2015).
Marcos Chávez*
*Analista económico
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