2/21/2016

El recorte, anuncio de mayores calamidades




Al comenzar el gobierno de Enrique Peña Nieto, el 1 de diciembre de 2012, el dólar se cotizaba en casi 13 pesos. Un poco más de tres años después (mediados de febrero de 2016), la divisa estadounidense se cotizaba en un poco más de 18 pesos. De modo que en un trienio la devaluación de la moneda mexicana fue del 40 por ciento. Un promedio de 13 por ciento anual.

Y si se toma en cuenta que la devaluación del peso frente al dólar es la medida más fidedigna de la inflación, debe concluirse que la tasa inflacionaria mexicana es de 13 por ciento anual. Esto quiere decir que, en general, los precios de los bienes y servicios que se compran y venden en el mercado son trece por ciento más caros de un año para otro.

No hace falta mucha ciencia para observar que los salarios, es decir, la retribución de los trabajadores, no han crecido en los tres últimos años en ese mismo 13 por ciento anual. La consecuencia lógica y constatable de esa diferencia de crecimientos es una pérdida de poder adquisitivo o poder de compra de los salarios, es decir, de los trabajadores, esto es, de la inmensa mayoría de la población.

Este es el punto: el empobrecimiento constante, claramente cotidiano, de millones y millones de personas (los trabajadores y sus familias) que no tienen más fuentes de ingresos monetarios que la venta de su fuerza de trabajo. Este es el punto: que la política económica de Enrique Peña Nieto, de Luis Videgaray y de Agustín Carstens tiene como resultado neto la caída, constante y acumulativa, en el nivel de vida de la inmensa mayoría de los mexicanos. Y ya se sabe que “cuando no hay harina, todo es mohína”. Y que “cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana”.

He aquí uno de los costos tangibles pero no fácilmente cuantificables de la desazón que reina en la sociedad mexicana. De esa angustia cotidiana en la que viven millones de personas. Del mal humor social que se ve expresado en las redes sociales y en las cartas de los lectores a diversos periódicos. He aquí la razón de movimientos sociales como el de los indignados en España o los okupa en diversos países. 

Más allá de las explicaciones con ansias de justificación de los tecnócratas neoliberales sobre las causas de la crisis económica que nos envuelve por enésima vez, hay que entender que la crisis que nos lastima se expresa esencialmente en empleos precarios, en desempleo, en insuficiencia del ingreso para costear la adquisición de hasta los más elementales medios de vida: el alquiler de la vivienda, la consulta médica y las medicinas, la compra cotidiana de los alimentos, la imprescindible visita anual al dentista o al oculista.

Digan lo que digan Peña Nieto, Videgaray y Carstens, la gente sabe que el anunciado recorte en el gasto público, sobre todo Petróleos Mexicanos (Pemex), provocará mayor desempleo en la empresa y en sus decenas de miles de proveedores. Ese anuncio es, en realidad, el anuncio de mayores calamidades para los mexicanos. Para todos, excepto para la cúspide de la oligarquía, incluidos, desde luego, Peña Nieto, Videgray y Carstens

El mal humor personal y social y la violencia personal y social en la que viven cotidianamente los mexicanos tiene, como todo fenómeno social, una base material, una explicación económica. “Primero comer y luego ser cristiano”, decían nuestros abuelos.

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