Al comenzar el gobierno
de Enrique Peña Nieto, el 1 de diciembre de 2012, el dólar se cotizaba
en casi 13 pesos. Un poco más de tres años después (mediados de febrero
de 2016), la divisa estadounidense se cotizaba en un poco más de 18
pesos. De modo que en un trienio la devaluación de la moneda mexicana
fue del 40 por ciento. Un promedio de 13 por ciento anual.
Y
si se toma en cuenta que la devaluación del peso frente al dólar es la
medida más fidedigna de la inflación, debe concluirse que la tasa
inflacionaria mexicana es de 13 por ciento anual. Esto quiere decir que,
en general, los precios de los bienes y servicios que se compran y
venden en el mercado son trece por ciento más caros de un año para otro.
No hace falta mucha ciencia para observar que los salarios, es decir,
la retribución de los trabajadores, no han crecido en los tres últimos
años en ese mismo 13 por ciento anual. La consecuencia lógica y
constatable de esa diferencia de crecimientos es una pérdida de poder
adquisitivo o poder de compra de los salarios, es decir, de los
trabajadores, esto es, de la inmensa mayoría de la población.
Este es el punto: el empobrecimiento constante, claramente cotidiano, de
millones y millones de personas (los trabajadores y sus familias) que
no tienen más fuentes de ingresos monetarios que la venta de su fuerza
de trabajo. Este es el punto: que la política económica de Enrique Peña
Nieto, de Luis Videgaray y de Agustín Carstens tiene como resultado neto
la caída, constante y acumulativa, en el nivel de vida de la inmensa
mayoría de los mexicanos. Y ya se sabe que “cuando no hay harina, todo
es mohína”. Y que “cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale
por la ventana”.
He aquí uno de los costos tangibles pero no
fácilmente cuantificables de la desazón que reina en la sociedad
mexicana. De esa angustia cotidiana en la que viven millones de
personas. Del mal humor social que se ve expresado en las redes sociales
y en las cartas de los lectores a diversos periódicos. He aquí la razón
de movimientos sociales como el de los indignados en España o los okupa
en diversos países.
Más allá de las explicaciones con ansias
de justificación de los tecnócratas neoliberales sobre las causas de la
crisis económica que nos envuelve por enésima vez, hay que entender que
la crisis que nos lastima se expresa esencialmente en empleos
precarios, en desempleo, en insuficiencia del ingreso para costear la
adquisición de hasta los más elementales medios de vida: el alquiler de
la vivienda, la consulta médica y las medicinas, la compra cotidiana de
los alimentos, la imprescindible visita anual al dentista o al oculista.
Digan lo que digan Peña Nieto, Videgaray y Carstens, la gente sabe
que el anunciado recorte en el gasto público, sobre todo Petróleos
Mexicanos (Pemex), provocará mayor desempleo en la empresa y en sus
decenas de miles de proveedores. Ese anuncio es, en realidad, el anuncio
de mayores calamidades para los mexicanos. Para todos, excepto para la
cúspide de la oligarquía, incluidos, desde luego, Peña Nieto, Videgray y
Carstens
El mal humor personal y social y la violencia
personal y social en la que viven cotidianamente los mexicanos tiene,
como todo fenómeno social, una base material, una explicación económica.
“Primero comer y luego ser cristiano”, decían nuestros abuelos.
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor. com.mx
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