Guillermo Almeyra
Morena basa su estrategia en
que la división en la oligarquía gobernante la hará aceptar elecciones
limpias y entregar el gobierno al que obtenga más votos. Con todo
respeto para los dirigentes de Morena, algunos de los cuales son mis
amigos, creo que ese escenario es irrealista, que los milagros no
existen y que esas esperanzas ilusorias podrían llevar a enormes
decepciones y hasta al fin de Morena misma.
Veo, por el contrario, otros escenarios posibles, que expongo
siguiendo el orden que creo más probable y con la salvedad de que,
obviamente, no son los únicos:
Gana Trump, el imbécil fascista. Cae el dólar. Guerra comercial con
China, que vende parte de sus activos estadunidenses y agrava la crisis
en EU. China sufre serias consecuencias internas y arrastra a los otros
países que, por irrisión, son llamados
emergentes. Sube el euro, lo que afecta las exportaciones europeas y aumenta el desempleo (y el peso de la derecha) en toda Europa. La política aislacionista y proteccionista de Trump podría llevar la guerra económica contra China a extremos peligrosísimos. Aumenta la desenfrenada contaminación ambiental. Ataques a Cuba y Venezuela. Con respecto a México, el muro de Trump, como todos desde la Gran Muralla China, resulta ineficaz, pero la política racista reduce el número de mexicanos en Estados Unidos y por consiguiente el envío de remesas. Las medidas antiTLC encarecen aún más los alimentos en México, que perdió hace rato su soberanía alimentaria. El gobierno de Peña aumenta su sumisión y entrega todo lo que le piden. La respuesta a la generalizada protesta social es más represión, más ilegalidad y, por supuesto, la persistencia del fraude electoral. El desastre es tan grave que incluso podría haber una intentona de oficiales jóvenes, asqueados por la entrega al imperialismo y por lo que les hacen hacer.
Gana Hillary Clinton, que da luz verde a Israel para que ataque a
Irán. Estados Unidos no hace nada ante la contaminación ambiental. Tras
una elección marcada por las abstenciones, se crean las condiciones para
el surgimiento de un tercer partido, más radical, socialdemócrata, de
jóvenes y de oposición real. Siguen la clásica política de Estados
Unidos y las promesas jamás cumplidas de Obama sobre la emigración,
Guantánamo y el respeto a la independencia de los países
latinoamericanos. Tal política es incompatible con la posible existencia
en México de un gobierno de un partido calificado desde ya como
populista. México, un semiEstado en descomposición, es útil a Estados Unidos sólo como colonia dirigida por un gobierno nativo fraudulento.
La lucha en defensa de los derechos democráticos se extiende desde
Chiapas, Oaxaca, Guerrero y parte del México central al resto del país.
Comienza la unificación de los diferentes movimientos sociales y
políticos de la resistencia y se perfilan líderes ya no meramente
locales o corporativos, sino con mayor alcance político nacional. Éstos
se apoyan en la democracia directa, en el territorio de los diferentes
movimientos de masa por motivos locales: contra la destrucción
ambiental, el robo de agua, la violencia de los delincuentes apañados
por el Estado, la minería depredadora, los ataques a las conquistas
sociales y laborales. Se desarrollan gérmenes de doble poder frente al
Estado y grupos de autodefensa impulsados por asambleas ciudadanas, o
sea, nace un poder de base frente al del capitalismo y sus agentes
estatales. Se fractura la intelectualidad y los jóvenes, ligados con los
sectores populares –maestros rurales, jóvenes profesores, estudiantes
originarios de familias trabajadoras–, empiezan a diferenciarse de los
intelectuales más viejos e instalados en el sistema que defienden la
idea de la reforma de las instituciones y se oponen a la destrucción del
Estado para construir otro sistema. Estos sectores más radicales rompen
también con las visiones del nacionalismo estrecho y xenófobo y
comienzan a darse cuenta de que cuando hacen huelga 150 millones de
trabajadores en India, eso ayuda a su lucha en México y merece, al
menos, un saludo solidario. Las amenazas inmediatas a Cuba, a Venezuela y
la comprensión, gracias a los ejemplos argentino y brasileño, de la
impotencia de los llamados gobiernos progresistas, colaboran también a
la radicalización de esa intelectualidad colectiva nueva y a su
formación política. Aunque en lo inmediato este tercer escenario parece
ilusorio, no hay que descartarlo porque los motores del cambio social y
de la subjetividad de sus protagonistas están en el exterior, en la
mundialización, en la prolongada crisis capitalista, en la utilización
de ésta por las clases dominantes para reconstruir y elevar su tasa de
ganancia mediante la explotación y la opresión. Cualquier gran
acontecimiento mundial podría provocar un estallido en México, donde los
salarios reales caen sin cesar y la represión es ciega e intolerable.
En tal caso, la oligarquía, derrotada, podría incluso tener
que hacer elecciones limpias y que recurrir a un gobierno de Morena.
Pero no para un cambio político y económico, sino para tratar de
evitarlo. Es decir, para que Morena frene, canalice hacia el Estado y
controle el proceso salvando el capitalismo. Ya vería posteriormente
cómo retomar el aparato estatal cedido transitoriamente para salvar el
sistema tal como hizo la oligarquía argentina en los 70, cuando llamó a
Perón –a quien había obligado a exiliarse 18 años antes– para que
salvase el orden social amenazado por las movilizaciones de los
trabajadores peronistas mezclados con la izquierda revolucionaria. Pido a
los compañeros de Morena que mediten y vean que esta posibilidad está
implícita en la oferta de López Obrador a Peña Nieto y en la frasecita
sobre los escombros. El que no ansía construir un mundo libre sobre los
escombros de la cárcel que es el Estado opresor probablemente tiene algo
en común con los carceleros.
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