Editorial La Jornada
Durante el evento conmemorativo
por los 40 años de operación de la Comisión Mexicana de Ayuda a
Refugiados (Comar), el subsecretario de Derechos Humanos de la
Secretaría de Gobernación (SG), Alejandro Encinas, informó que en este
momento existen en el país 80 mil solicitantes de refugio. De acuerdo
con el funcionario, esta cifra representa una significativa
desaceleración en el crecimiento de las solicitudes: entre 2018 y 2019
el número de personas que buscaban asilo en nuestro país, pasó de 30 mil
a 70 mil. El funcionario advirtió que, sin embargo, es previsible un
súbito aumento en las cifras en cuanto el fin de la pandemia permita la
reanudación de los flujos migratorios.
Por su parte, la titular de Gobernación, Olga Sánchez Cordero,
ratificó la política mexicana de recepción a los migrantes que busquen
apoyo en la nación, celebró que la Comar haya permanecido abierta y en
servicio durante todo el periodo de emergencia sanitaria, y llamó a
mantener los derechos humanos como un pilar fundamental de la nueva
normalidad que se encuentra en construcción. En este sentido, reconoció
que hay mucho trabajo por delante para
erradicar, de una vez por todas, la discriminación con la que se trata a los refugiados.
Lo cierto es que la llegada de personas en busca de la protección
mexicana es un desafío permanente y creciente que debe ser asumido desde
todos los ámbitos de actuación del Estado. En la presente coyuntura,
esta misión se conjuga con la urgencia de recuperar los millones de
plazas laborales que se han perdido como resultado de la crisis
económica provocada en México y en el resto del mundo por las medidas
sanitarias adoptadas para disminuir la propagación de la pandemia.
Tal contexto hace pertinente poner en el centro del debate las
palabras de la encargada de la política interior, pues sería deplorable
que las dificultades que atraviesa el conjunto de la sociedad mexicana
se usaran como pretexto para justificar actitudes xenofóbicas y
racistas.
En la integración plena de los buscadores de refugio deben pesar
tanto un criterio ético como uno práctico. Es decir, que dejarlos de
lado sería inadmisible desde un punto de vista de derechos humanos, pero
también resultaría tremendamente mezquino cerrar las puertas a 80 mil
personas cuando el problema tiene una escala de millones: responder a su
petición de ayuda supone una parte minúscula del esfuerzo material
necesario para encauzar la economía nacional, mientras que no emprender
este empeño adicional provocaría un enorme sufrimiento humano.
En esta tarea es imperativo concientizar a la ciudadanía acerca del
hecho de que, como recordó el subsecretario Encinas, los refugiados se
vieron obligados a dejar sus lugares de origen debido a la persecución,
la violencia y la pobreza, y que llegan a México con la esperanza de
reconstruir sus proyectos de vida. Toca al Estado brindarles esta
oportunidad, y a los ciudadanos acompañar el proceso en la medida de sus
posibilidades.
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