Carlos Bonfil
Si la propuesta se antoja fantasiosa o delirante, lo que sigue en La sustancia ( The substance, 2024), segundo largometraje de la realizadora y guionista francesa Coralie Fargeat ( Revenge, 2017), es realmente espeluznante. Mezcla caprichosa de influencias, la mayoría del género de horror, la cinta abreva en lo literario ( Doctor Jekyll y Mr. Hyde o El retrato de Dorian Gray) y en lo fílmico pasa desde el desbordamiento gore en El despertar del diablo ( The Evil Dead, Sam Rami, 1981) hasta Enferma de mí, de Kristoffer Borgli, sin olvidar un guiño a la vengativa Carrie (1976) de Brian de Palma. En realidad, lo que interesa a la directora francesa es elaborar una sátira mordaz del culto publicitario a la perfección física y a la tiranía del aspecto juvenil, aspectos que, en principio, obsesionan particularmente a quienes advierten haber perdido el último rastro de lozanía. Tal es el caso de la protagonista de La sustancia, atrapada en su lujoso apartamento high-tech, confinada a la soledad y a encuentros sexuales sin consecuencia, sin aparente vida amorosa y sin amigos fuera del trato ocasional con jóvenes en la televisora a quienes su suerte importa ya poco. En ese desierto afectivo, es comprensible su deseo de una existencia vicaria en un cuerpo ajeno, joven y perfecto, que siga siendo, ilusoriamente, el suyo.
La película oscila entre la sofisticación plástica en su diseño de arte y saturación de colores primarios, y lo grotesco en la desmesura de sus ocurrencias con el drama del envejecimiento exorcizable y la comicidad involuntaria de sus excesos. Todo ello para precipitarse, hacia el final de la cinta, en lo ridículo. La sustancia es, sin embargo, un delirio visual de ritmo frenético que no deja indiferente, y entre sus aciertos hay uno definitivo: la interpretación estupenda de una Demi Moore sexagenaria que con su aplomo y singular atractivo físico desmiente la necesidad de Elizabeth Sparkle de recurrir a procedimientos desastrosos para recobrar una sensualidad que, a todas vistas, aún tiene de sobra. Pero la clave está justamente ahí, en la obnubilación que la edad madura propicia en una mujer privilegiada con un apetito incontinente para mayores privilegios. O simplemente en el terror de quedar irremediablemente devaluada en el mercado del esplendor físico. Esa inseguridad, transformada aquí en monstruosa profecía cumplida, es el reflejo oscuro de una sociedad de consumo voraz hacia la cual Coralie Fargeat dirige evidentemente sus dardos.
Se exhibe en la Cineteca Nacional Xoco, Cine Tonalá y salas comerciales.
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