Fabrizio Mejía Madrid
“Llegan ellas, todas ellas que nos pensaron libres y felices”.
—No estamos preparados para esto —me dice El Fisgón ya en un palco del Palacio Legislativo de San Lázaro donde Andrés Manuel le entregará la banda presidencial a Claudia Sheinbaum.
Pedro Miguel, que apenas ayer estrenó una versión de la paloma dedicada al Presidente, asiente con una suerte de emoción doble: melancolía adelantada y regocijo por lo que claramente ha sucedido en el país. Pero, permítame detenerme en esta escena y echar un poco el tiempo hacia atrás. Dejemos al Fisgón y a Pedro Miguel de pie, expectantes, ante la entrada del Presidente López Obrador.
Una hora antes, me estoy bajando del taxi en medio de la Avenida Congreso de la Unión. Unas veinte personas que llevan letreros con las siglas PJF, es decir, Poder Judicial de la Federación, han tomado la calle y han sido rodeados por policías. Así que hay un tapón en medio de la avenida y varios estamos encapsulados. La pequeña protesta grita como un mantra, como un latiguillo retórico: “Dictador, dictador, dictador”. Todos los que los escuchamos sabemos que, a quien le dicen dictador, ya ni siquiera es el presidente, desde hoy a las doce de la noche, que lleva nueve horas sin serlo, que ha dormido ya en su casa de Tlalpan. Es una protesta que no cree en sí misma. Se les ve repitiendo consignas que ya no quieren decir nada, lejos del país que les pasó por encima a alta velocidad pero parace que ellos, los del Poder Judicial, no se han dado cuenta. Gritan “dictador” y “el poder judicial no va a caer”, que no significan nada, lo gritan con desgano, como algo que nace como eco sin pasar por el grito.
Después de que un policía llamado “Burgos” me cuela a través de las vallas —gracias, Burgos—, me veo en el desafío de caminar dos kilómetros hasta la puerta del Congreso de la Unión. Pienso en encender un cigarro para acompañarme en el largo camino, pero se para al lado de mí quien más ha hablado en contra de fumar: el doctor Hugo López Gatell. Guardo la cajetilla con culpa y humillación. Me da un aventón y entro al Palacio Legislativo mientras él es abordado por la prensa que pregunta cosas como “cómo se siente” o “qué se espera de la nueva presidenta”. En el interior del palco andan los moneros, los de la Feria del Libro del Zócalo, también Epigmenio Ibarra y Verónica Velasco, dos hijos de Andrés Manuel, además de Héctor Díaz Polanco y Consuelo Sánchez, Elena Poniatowska y Jesusa Rodríguez. Nos han sentado atrás de los presidentes: podemos ver las reacciones de Lula, de Petro, del buenondita Boric que es el único que voluntariamente se sentó con la esposa de Joe Biden, Jill, además de Arévalo, Xiomara y Díaz Canel. Al lado, los magnates, Azcárraga Jean y Carlos Slim. Así que es un lugar precioso, invaluable, para observar. Pero resulta que es un momento histórico que está muy por encima y muy en lo profundo. Los oradores de la oposición se suceden en cadena casi tan inocuos como sus partidos. En lo profundo este es el momento de los plebeyos. Los diputados de la izquierda son, en su mayoría, provenientes de los distritos, de la forma territorial de la representación política. La oposición que es nula, lo es también en los distritos. Ahí donde existe vida política comunitaria, ahí sólo existe la izquierda. Y de ahí vienen la mayoría de los diputados de esta legislatura. La fractura con la élite de los partidos es palpable. Ya nadie escucha a Alito Moreno, eterno presidente del PRI, que asegura sin miedo al resultado electoral que: “La pluralidad política vive su peor momento desde que México detonara su transición a la democracia en las reformas electorales de 1963 y de 1977”. Alito ve peor la pluralidad hoy que cuando sólo existía el PRI al que todavía la faltaban 5 años para estimular la pluralidad con la matanza de Tlatelolco en 1968 o peor que cuando gobernaba López Portillo que había sido candidato único a la presidencia, esa vez que ni el PAN presentó una candidatura. Así que Alito ve peor la pluralidad que en esos días. Pero siguió, aunque nadie lo escuchó: “Una clara regresión que se experimenta en estos momentos, en donde se pervierte el camino que nos llevó del sistema hegemónico hacia la democracia. De modo que hoy nos trasladamos en un trayecto inverso que va desde la incipiente democracia hacia el regreso de la hegemonía”. Alito no sabe lo que significa hegemonía. Cree que es el PRI, que no era, como es la hegemonía una estrategia de la mayoría para que las minorías acepten el consenso. La hegemonía es un modelo de persuasión ideológica donde se contruye una visión del mundo que aceptan los demás sectores sociales. Eso es. El PRI, en cambio, era un partido cuyo único objetivo era mantener el poder con represión coptación, que no pasan jamás por una ideología, por una forma de pensarse en el mundo. Lo que el PRI hizo fue matar o corromper, jamás convenció. Pero, bueno, si Alito cree que había pluralidad en 1962, no hay mucho que discutir con él. Pero siguió: “Si bien el gobierno que hoy culmina goza de popularidad, esta proviene también de un dispositivo discrecional, poco transparente, que solo es visto por los beneficiarios como un gesto de quien ocupa la Presidencia de la República”. Una vez más cree Alito que los 36 millones de votos se deben a que los ciudadanos nos dejamos comprar. 36 millones de priistas. Y sigue: “Nadie, nadie debe tener el derecho de usar su investidura para dividir, para sembrar odio e intentar justificar que lo hacen por el bien común. Ninguna posición ideológica justifica la destrucción de la república”. Por eso, lo que dicen los oradores como Alito nadie lo escucha porque siguen en la idea de que existe una destrucción cuando el Presidente dice su opinión, que existe otra forma de política democrática que no sea dividir los campos entre “nosotros” y “ellos”. No existe eso, salvo cuando gobernó el PRI cuando no ser priista era no ser mexicano, ser agente extranjerizante, con ideologías del odio ajenas a la Revolución mexicana. Fue durante los años del PRI.
Habría que preguntarnos si la pluralidad política debe ser cuidada por la mayoría o por quien pretende representar a esa minoría, como el PRI de Alito y el PAN de Marko Cortés. ¿Cómo es posible de responsabilicen a la mayoría del desastre electoral que el McPRIAN hizo de 2021 a 2024? Por cierto, tampoco nadie le pone atención a la coordinadora de Acción Nacional que justificó el llamado a linchar a los senadores que votaran a favor de la reforma judicial, diciendo que era de Aguscalientes y que así hablaba ella. La del PAN dijo: “En política solo hay algo peor que acabar con la crítica que es no tener autocrítica”. Vaya mordida de lengua de la coordinadora del PAN. ¿Quién si no Marko Cortés se ha resistido a hacer una autocrítica de sus manejos de acuerdos que abarcaban candidaturas, notraías y universidades, además del IFAI? ¿Quién sino Marko expulsa dirigentes del PAN que no coinciden con ñel? Sigue la coordinadora que se llama Guadalupe Murguía: “En México no hay cabida para caudillos ni para maximatos, no queremos una presidenta tutelada”.
Una vez más una mujer panista incurrió en la misoginia más grosera: la de ningunear a la nueva Presidenta porque fundó y pertenece al mismo movimiento que López Obrador. También repitió el machismo más ramplón, como del Piporro: “Una mujer no sólo tiene que ser diferente, sino ser mejor”. La clásica exigencia del patriarcado de que una mujer tiene que demostrar con creces por qué tiene la posición de un varón. Un desastre Acción nacional, como digo, alejado de lo que muy profundo ha cambiado en el país, repitiendo en voz de sus mujeres las recetas de la discriminación de género, tal y como la extinta Xóchitl lo hizo en la campaña insultando a Claudia Sheibaum por su apariencia física. El pobre MC, que se prestó a la mentira de que un senador suyo había sido secuestrado para reventar la sesión en que se aprobaba la reforma judicial, emergió en voz de Ivonne Ortega, quien fuera del PRI y acusada de desviar 112 millones de pesos de la construcción de un hospital que nunca se completó, de autoprestarse 100 millones más para ella misma cuando era gobernadora de Yucatán, y de vender ilegalmente 800 hectáreas que le pertenecían a unos ejidatarios. Esa finísima humanista dijo con mucha soltura: “Que se tenga en claro que en Movimiento Ciudadano encontrá sororidad pero no complicidad, encontrará diálogo pero no sumisión, encontrará respeto, mas nunca sometimiento”.
Pero nadie escuchó estas intervenciones dignas de ser cinceladas en bronce porque lo que está ocurriendo en el país real ya tiene que ver muy poco con estos partidos que siguen discutiendo la sobre representación, Las mañaneras como generadores de odio, o los amparos de Claudio X. González contra la reforma judicial que ya hasta tiene fecha para la elección de juzgadores. Se quedaron dando vueltas en el latiguillo de su retórica que describe un país destruido que no existe, que habla de dictadura el día después que el presidente se fue del Palacio Nacional, que sigue tratando de discutir la sobre representación como si no estuviera en la Constitución, que sigue repitiendo, como la coordinadora Murguía, que no es “digno” recibir apoyos que son ya derechos constitucionales. La oposición sigue discutiendo asuntos que ya fueron decididos por las urnas y, después en el Congreso de la Unión. Girando en su propio eje, no pueden avanzar y tienden como un asteroide perdido en el espacio, a desintegrarse.
—Una diferencia entre esta era y el cardenismo —está diciendo Pedro Miguel, de vuelta en el palco— es que la derecha no sólo no creó un partido para oponerse sino que se desgajó.
Le comento su texto en La Jornada que tiene un nombre envidiable: “El hombre que me arruinó la vida”. Sobre todo de un párrafo en particular que dice: “El 1º de julio de 2018 me levanté con la certeza de que ganaríamos la elección y de que volverían a robarnos la Presidencia. Más de seis años después sigo con una sensación de irrealidad y todavía a veces me pregunto si no estoy soñando. Bueno, es que se trata de un sueño que se volvió realidad: derribamos el régimen oligárquico”. Le comento a Pedro Miguel que esa sensación de no creer que se ha ganado es la misma de la opisición que no cree que haya perdido. Entonces, El Fisgón habla del verdadero porcentaje que debió tener Andrés Manuel en 2018 y que estalla en la cara de quien compare los votos emitidos con el nivel de aprobación que tenía apenas un mes después de la elección. Él calcula que PRI y PAN hicieron sus respectivos fraudes en 2018 para restarle un 10% a Andrés Manuel. No es la primera vez que escucho esa cifra. De hecho, me la dijo un técnico del INE en esos días.
—No estamos preparados para esto —me dice El Fisgón, mientras vemos la entrada de Andrés Manuel al recinto de San Lázaro. Los diputados y senadores rompen el protocolo y el cerco de vigilancia para irse a tomar selfies con Andrés Manuel. Hay desde “es un honor estar con Obrador” hasta el “Honesto y valiente, así es mi Presidente”, que hace aplaudir al buenaondita de Boric que se arrepiente por Jill Biden no está aplaudiendo.
A lo que se refiere más en profundidad El fisgón es a la nostalgia adelantada y al regocijo en la veolicidad que trae el nuevo gobierno, encabezado por una mujer. No cualquier mujer porque, para eso, ahí está Norma Piña trepada en el presidium rumiando sus derrotas. Es una mujer de izquierda, fundadora del movimiento que democratizó al país, el de Cuauhtémoc Cárdenas y el propio López Obrador, en 1988. Así lo reconoce Claudia Sheinbaum nada más empieza su discurso: “Hace exactamente 19 años en este mismo recinto, en un atropello a la libertad, el jefe de Gobierno de entonces Andrés Manuel López Obrador, frente a aquella legislatura pronunció un discurso que cimbró para siempre la lucha por la democracia, en comparecencia frente al juicio de desafuero cuyo único propósito era el intento de un fraude anticipado dijo: ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia.
Hoy lo decimos con certeza y sin temor a equivocarnos, la historia y el pueblo lo ha juzgado, Andrés Manuel López Obrador uno de los grandes. El dirigente político y luchador social más importante de la historia moderna, el presidente más querido, solo comparable con Lázaro Cárdenas. El que inició y termina su mandato con más amor de su pueblo y para millones, aunque a él no le gusta que se lo digan, el mejor presidente de México. El que inició la devolución pacífica de la cuarta transformación de la vida pública de México”.
Así dice la Presidenta Constitucional, la primera mujer en la cúspide del régimen presidencial. Lo planteó de esta manera. Cito: “Dije que el pueblo fue muy claro al decir este 2 de junio, es tiempo de transformación y es tiempo de mujeres. Durante mucho tiempo las mujeres fuimos anuladas, a muchas de nosotras nos contaron desde niñas una versión de la historia, que no nos quería hacer creer, que nos quería hacer creer, perdón, que el curso de la humanidad era protagonizado únicamente por hombre, poco a poco esa visión se ha ido revirtiendo.
Hoy sabemos que las mujeres participaron en las grandes hazañas de la historia de México, desde diferentes trincheras y también sabemos que las mujeres podemos ser presidentas y con ello hago una respetuosa invitación a que nombremos presidenta con A al final, al igual que abogada, científica, soldada, bombera, doctora, maestra, ingeniera con A, porque como nos han enseñado, solo lo que se nombra existe.
Hoy quiero reconocer, no solo a las heroínas de la patria, a las que seguiremos exaltando, sino también a todas las heroínas anónimas, a las invisibles, que con estas líneas hacemos visibles, a las que con nuestra llegada a la Presidencia y estas palabras hago aparecer, las que lucharon por su sueño y lo lograron, las que lucharon y no lo lograron. Llegan las que pudieron alzar la voz y las que no lo hicieron. Llegan las que han tenido que callar y luego gritaron a solas. Llegan las indígenas, las trabajadoras del hogar que salen de sus pueblos para apoyarnos a todas las demás.
A las bisabuelas, que no aprendieron a leer y a escribir, porque la escuela no era para niñas. Llegan nuestras tías, que encontraron en su soledad la manera de ser fuertes. A las mujeres anónimas, las heroínas anónimas que, desde su hogar, las calles o sus lugares de trabajo lucharon por ver este momento.
Llegan nuestras madres que nos dieron la vida y después volvieron a dárnoslo todo. Nuestras hermanas, que desde su historia lograron salir adelante y emanciparse. Llegan nuestras amigas y compañeras. Llegan nuestras hijas hermosas y valientes, y llegan nuestras nietas, llegan ellas, las que soñaron con la posibilidad de que algún día, no importaría si naciéramos siendo mujeres u hombres, podemos realizar sueños y deseos, sin que nuestro sexo determine nuestro destino. Llegan ellas, todas ellas que nos pensaron libres y felices.
Y con todas ellas aquí en nuestro lado, llegan nuestros más grandes sueños y anhelos, llegan con nosotras el pueblo de México, hombres y mujeres empoderados, la transformación les devolvió la dignidad, la libertad y la felicidad y nunca nadie más se las podrá arrebatar.”
Y ese es justo lo que cambió y que la pequeña, pequeñita, diminuta, espectadora oposición no ha terminado de asimilar: que es el pueblo el que politizó la democracia mexicana, que es el pueblo el que impuso sus condiciones políticas y que le está imprimiendo velocidad a esta cambio. Es una velocidad que sólo se explica por las décadas cuando la política fue sólo repartición desigual del dolor y el sufrimiento.
Eso eso lo que le explica un comerciante de La Merced a su hija, mientras esperan ver a Claudia Sheinbaum pasar en su camioneta por la calle de Talleres:
—Es mucha expectativa —dice y luego rectifica: Es mucha esperanza.
Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.
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