(especial para ARGENPRESS.info)
En algún lugar del pasado, cuando los ideales despertaban las conciencias, se inflamaban las convicciones y el espíritu se enaltecía, y desde entonces, al agudizarse la tensión entre los extremos, se confrontan las visiones siempre opuestas de los mismos exponentes de la realidad…
Dicen los que saben que para comprender la historia es necesario leerla bajo la luz de la condición humana, porque los grandes logros y los yerros colosales son la materialización de las ideologías, y que por eso, la dominación es el único factor constante a lo largo de los siglos.
La recapitulación del pasado redimensiona los acontecimientos, desmitifica a próceres inconsistentes y propicia el análisis comparativo. Hoy por hoy, a siglos de distancia, se confirma el rango de influencia de las minorías ilustradas que pugnaban por la igualdad de derechos y oportunidades en la Nueva España, y ahora es posible identificar a la aristocracia porfirista entre las élites actuales.
Con el advenimiento del 2010, el devenir histórico adquiere importancia y significación. La celebración del bicentenario de la guerra independentista y el centenario de la gesta revolucionaria provocaron la recuperación de la memoria colectiva y despabilaron el discernimiento.
Pero si las retrospectivas son inevitables, las comparaciones son imprescindibles: las castas inferiores novohispanas, los desposeídos y desfavorecidos en el caos decimonónico, el lumpen modernista, los jodidos del posmodernismo, todos ellos, sobreviven en los mismos márgenes de la miseria y la desventura.
La independencia no mejoró las condiciones de vida de los mestizos ni desvaneció la crueldad de la estratificación social en función del origen y la raza; los sacrosantos postulados de la Revolución mexicana cristalizaron en mitos nacionalistas pero no se diseminaron en el territorio nacional.
Aún ahora subsiste el centralismo que intentaron derrocar los criollos, la autonomía sigue siendo una quimera monumental. Los ideales democráticos de la Revolución se rompen en una partidocracia que ahora propone la reelección como una forma subrepticia de un neo-totalitarismo.
El consenso social, la soberanía popular, la opinión pública como garantes de la democracia no inciden en la toma de las decisiones: el reciente aumento en la gasolina, con la inexorable secuela inflacionaria, es una evidencia del criterio despótico de un régimen que no reconoce límites ni contrapesos.
A doscientos años del grito de Dolores y a cien años del levantamiento revolucionario, los desposeídos subsisten en la jodidez, el olvido institucional se agudiza en regímenes carentes de sensibilidad social y el poder de las masas se manifiesta únicamente en los devaneos del mercado, porque ahora, el contexto histórico admite y perpetúa la tensión entre las visiones siempre opuestas de los mismos exponentes de la realidad…
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