6/28/2011

El Movimiento por la Paz y el escapulario




Marco Rascón
La espiral de la violencia no terminará por un decreto, sino por un proceso. La razón de Estado es distinta a la razón social, que es víctima no sólo de los delincuentes, sino también de las fuerzas gubernamentales. Si hay 40 mil muertos y cientos de desaparecidos, hay miles de familiares de éstos que fueron obligados a guardar silencio, a esconderse, para no ser criminalizados junto con sus muertos y desaparecidos. El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, representado por Javier Sicilia, abrió una puerta que el gobierno de Felipe Calderón difícilmente podrá cerrar; es un espacio de gran poder para reclamar respuestas contra la impunidad.

El gobierno aceptó el diálogo, en el momento de mayor aislamiento. Si los 40 mil muertos eran su victoria, el drama se revierte cuestionando el papel del Estado como repartidor de justicia, dando a las víctimas un peso cualitativo en el proceso. De poco le servirá al gobierno denunciar ante el país que ha sido víctima de la separación de poderes (por ejemplo, caso Hank Rhon), que los ha llevado a exhibirlos como ineptos o, peor aún, como sospechosos de paramilitarismo para realizar ejecuciones extrajudiciales.

Sin duda hay claroscuros en el diálogo de Chapultepec, pero más allá de una comisión de seguimiento o los graves riesgos de manipulación de un gobierno acorralado y débil está haber abierto un espacio de reclamo en el proceso para que miles de esposas y esposos, amigos, padres, hijos y huérfanos puedan salir y reclamar la verdad de cada caso, sin que se les criminalice. El Movimiento por la Paz demostró que el mal es imperfecto y que tras la versión oficial y mediática de que detrás de cada víctima había un delincuente que merecía la muerte, hoy existe un referente con dignidad y ética ciudadana exigiendo la verdad para cada caso. El Movimiento por la Paz abrió una herida infectada que se intentó cerrar y hacer de los 40 mil muertos una violencia políticamente correcta, donde nadie reclamaría nada. Esto se acabó.

No puede esperarse mucho de la comisión, pero su simple existencia es el reconocimiento a un interlocutor social, no mediático, que en su andar por el país alienta la denuncia de familiares, abre la herida para ser curada sólo por la verdad. Es el final de las procuradurías y los ministerios públicos subordinados al Ejecutivo y que tendrá que ser reforma inmediata. De manera directa el diálogo logró que el Ifai demande a la PGR información y verdad jurídica sobre 35 mil víctimas de la violencia que no pueden llamarse delincuentes o culpables, porque nunca fueron juzgados por tribunal alguno y, si no hay veredicto judicial, en principio ninguno es culpable. El diálogo derrumbó el estado de excepción impuesto de facto.

Ante eso surgió la descalificación de los detractores y damnificados del diálogo: primero, los que reclamaron a Javier Sicilia abogar y defender delincuentes muertos. Son los que justifican el paramilitarismo y las ejecuciones extrajudiciales por encima del estado de derecho; es el fascismo nacional.

Desde el otro extremo, los que, bajo una supuesta pureza, lo acusan de caudillismo; los que desde la fabricación de derrotas y aberraciones de gran imposición, como el plantón de Reforma en 2006 o la creación de Juanito, acusan al Movimiento por la Paz haber logrado con principios y ética política la construcción del espacio para la denuncia y la exigencia de todas las víctimas de la violencia y obligando a los señores de la guerra a dar sus argumentos. Si Sicilia y el Movimiento por la Paz lograron sentar al gobierno, ¿qué no hubiera hecho un movimiento sustentado en 15 millones de votos y con una diferencia de 0.25 por ciento respecto al poder del otro lado de la mesa? El Movimiento por la Paz cuestiona la idea impuesta de que todo diálogo es traición.

El Movimiento por la Paz, al igual que los damnificados de 1985 y los zapatistas en 1994, construyeron con el diálogo espacios para dar perspectiva y cambios. En aquellos diálogos, como ahora en Chapultepec, el reto era avanzar o la derrota efectiva. Construir o el resentimiento. ¡Estar hasta la madre!, pero truncando con inteligencia la espiral de la violencia.

Los detractores silenciosos: el priísmo que azuza y acusa desde atrás, pues el diálogo abre las raíces de la violencia, del narcoestado que nos gobernó hasta que Estados Unidos decidió pagar droga con droga y asignarnos el papel de consumidores al menudeo y mercado interno. Felipe Calderón, en su guerra, no sabe ya para quién ha trabajado reorganizando el mercado para concentrarlo de nuevo. Trabajar para restaurar también el viejo esquema de la droga y que viene de nuevo a administrar el priísmo.

El Movimiento por la Paz oxigena la lucha por los desaparecidos y contra la represión; en su ruta hacia el sur, permitirá reconectar la dignidad de los mexicanos con Latinoamérica y sus migrantes.

Javier Sicilia, al colgarle el escapulario a Felipe Calderón, no le puso una medalla le puso encima toda la responsabilidad histórica sobre esta guerra.

Los claroscuros del diálogo de Chapultepec

Luis Hernández Navarro

El diálogo entre el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y el presidente Felipe Calderón en el Castillo de Chapultepec ha desatado un intenso y enconado debate. Los medios de comunicación y los periodistas tradicionalmente afines al gobierno federal lo presentan como una muestra de la capacidad de Felipe Calderón de escuchar a sus detractores. Sectores importantes de la izquierda y el mundo intelectual lo cuestionan.

Se trata de un asunto complicado. No debiera ser una cuestión de principios, sino de correlación de fuerzas. Toda lucha que no sea insurreccional –e incluso ésta en ciertos momentos– está obligada a negociar con el gobierno. Más aún, una movilización que exige justicia, reparación de daños y modificación de políticas tiene el imperativo de dialogar.

Dentro del movimiento hay quienes critican el diálogo argumentando que Felipe Calderón es un mandatario espurio, carente de legitimidad. Planteado así, el asunto se vuelve una cuestión ideológica sin salida. Por supuesto que Calderón carece de legitimidad. Más aún, esa falta de legitimidad es precisamente la que lo ha llevado a encabezar la guerra contra el narcotráfico. Sin embargo, dialogar o no dialogar no es asunto de legitimidad del adversario, sino de fuerza. Los movimientos dialogan con quien tiene la capacidad para resolver sus demandas. Y una convergencia de víctimas que exige justicia tiene necesariamente que emplazar y tratar con el responsable de que se haga justicia y se modifique la política que la propició.

El Movimiento por la Paz logró que el Presidente de la República se reuniera con sus integrantes para sostener un diálogo público. Un grupo de víctimas que cuestiona radicalmente su política dijo al jefe del Ejecutivo lo que quiso delante de los medios masivos de comunicación y Felipe Calderón les respondió. Se trata de un hecho inusitado en el país. Lo es tanto por la tradición autoritaria de los gobernantes como por el clima de confrontación que vivimos.

Hasta ahora, las víctimas no habían tenido oportunidad de hablar con el Presidente como lo hicieron. Cuando en febrero de 2010 María de la Luz Dávila expresó a Calderón en Ciudad Juárez: Disculpe, señor Presidente, yo no le puedo dar la bienvenida porque no lo es, lo tuvo que hacer entre forcejeos y a contracorriente.

Las víctimas que tomaron la palabra en Chapultepec lo hicieron no para engrandecer la figura presidencial, sino para decir su verdad y reclamar justicia. No hicieron concesiones. Fueron actores centrales del diálogo, no personal de acompañamiento. Dijeron a Felipe Calderón cosas muy fuertes. Salvador Campanur Sánchez, representante indígena, le señaló: A nosotros nos agreden las autoridades que desconocen nuestro derecho a la autonomía y libre determinación, criminalizan nuestras luchas, roban nuestras riquezas y aplican una política nacional de exterminio contra nosotros.

Sin embargo, Felipe Calderón salió fortalecido del encuentro. Defendió su estrategia de guerra. No cedió un ápice en su posición. Reafirmó lo dicho el pasado 5 de mayo: tenemos la razón, la ley y la fuerza. Utilizó a los medios masivos de comunicación en su favor. Y se tomó la foto con sus críticos.

Para muchos de quienes consideran que su presidencia es espuria, la reunión fue un fracaso total, y hasta una traición. Para ellos, lo central no es la reivindicación de las víctimas, ni que éstas hayan dicho su palabra, ni la dignificación de su causa, ni que ante la opinión pública hayan dejado de ser sospechosas de defender delincuentes para convertirse en damnificados legítimos. No. Lo importante, según su lógica, es que Calderón se legitimó.

Sin embargo, es importante mirar el diálogo desde otra perspectiva. El Movimiento por la Paz es, fundamentalmente, una convergencia de víctimas que reclama justicia, con un programa que cuestiona al conjunto de la clase política y no sólo al Presidente. No pone en el centro de su acción la legitimación o deslegitimación de la figura presidencial. No es un movimiento que mire de cara a las elecciones de 2012, ni que rija su acción a partir del fraude electoral de 2006. Es otra cosa, tiene otros orígenes, otro horizonte y otro lenguaje. Querer que se comporte como un movimiento social de oposición tradicional es renunciar a comprender su naturaleza y su lógica.

A pesar de su nombre, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad no es aún un movimiento, sino un fenómeno de solidaridad colectiva en torno a Javier Sicilia. No es una organización permanente, sino un estado de ánimo. Alrededor del dolor y la convocatoria del poeta se han nucleado las emociones y el hartazgo de miles de ciudadanos consternados con la inseguridad pública, la violencia y la militarización del país. El diálogo le proporcionó un nivel superior de presencia política.

Hasta hace tres meses ninguna fuerza política o social había logrado dar visibilidad nacional a la situación que viven las víctimas de la guerra contra el narcotráfico. La convocatoria de Javier Sicilia dio un vuelco dramático a esta situación. Lo que la izquierda no quiso, no supo o no pudo hacer fue conseguido por el poeta y su equipo. Hablando desde una cultura católica radical y pacifista y desde las víctimas logró agrupar el descontento social contra la militarización.

A esta convocatoria se ha sumado una variopinta congregación de actores políticos y sociales que padecen el bloqueo político del actual régimen de partidos. También sectores de la Iglesia católica que padecen sin deberla el costo de las barbaridades perpetradas por su jerarquía. En los hechos, el Movimiento por la Paz abrió una brecha por la que esos actores excluidos han comenzado a colarse.

Para valorar el diálogo de Chapultepec resulta útil la réplica de Mefistófeles en el Fausto, de Goethe: Gris es la teoría, y verde el árbol de oro de la vida. En los claroscuros del encuentro es posible encontrar un hecho de gran relevancia: las víctimas se han convertido en sujetos de cambio. Eso tiene más importancia para el país y su democratización que el que Felipe Calderón se haya fortalecido a corto plazo.

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