6/29/2011

El 2012: cosa de dos



Ricardo Rocha

Yo creo que la señal más importante que transmitirá la elección del Estado de México es que el 2012 será un enfrentamiento de sólo dos contendientes: el candidato del PRI contra el candidato de la izquierda. Un choque de dos trenes en donde no cabe un tercero, que es el lugar lejano a donde será desplazado el PAN.

Para esta predicción, claro, habrán de cumplirse primero otros supuestos. Por lo pronto, que el resultado en el Edomex sea el previsible: una victoria clara de Eruviel Ávila, aunque no en la proporción que han anticipado sus agoreros; un segundo lugar también muy definido para Alejandro Encinas, y un distante tercero para Luis Felipe Bravo Mena.

Y es que, siendo realistas, aun quienes hemos criticado la desproporción del aparato peñanietista a favor del candidato del PRI-Verde-Panal, hemos de admitir que Eruviel ha sido un muy buen candidato. Con una sólida trayectoria en lides electorales, que incluyen dos triunfos en Ecatepec, ha resultado un aspirante que si bien no tiene una presencia arrolladora, sí en cambio ejercita una suerte de carisma contenido, lo que le ha forjado una presencia convincente y creíble hasta para quienes no son priístas de tiempo completo.

En el caso de Encinas, aun siendo uno de los pocos hombres de izquierda químicamente puros, su desapego de varios años le ha impedido ganancias mayores en un electorado que en buena medida lo desconoce. No obstante, sus dotes y su autenticidad le permitirán presumir no sólo un segundo lugar obtenido a pulso, sino una enorme contribución a la percepción creciente de que la izquierda es todavía una opción viable para la elección presidencial.

El peor de los escenarios es el de Luis Felipe Bravo Mena, quien pudo haber quedado en la historia como el presidente panista que llevó a Vicente Fox a la Presidencia en el 2000, pero cuyas debilidades lo llevaron a aceptar una plácida embajada en El Vaticano, luego la secretaría particular de Felipe Calderón, y, hace 60 días, una candidatura marcada por la frustrada alianza con el PRD por el desgaste plebiscitario del gobierno calderonista y el desdén de su partido. Lo que habrá de reconocérsele es su voluntad y entusiasmo en una tarea sin destino alguno.

Así que los grandes mensajes emanados del próximo domingo 3 de julio serían tres: que el PRI ya es indiscutible finalista; que la izquierda encabezada por el PRD podría dar pelea, y que el PAN estará fuera del ring en la elección presidencial.

En el primer caso, falta ver si Enrique Peña Nieto es capaz de resistir hasta el final los obuses por venir, aunque sus incondicionales insistan en que ya está blindado por los cuatro costados. Manlio Fabio Beltrones no está muerto y le disputará la candidatura palmo a palmo.

En el segundo supuesto es donde la cosa está más peliaguda. Dos candidatos serían aplastados sin duda. La única posibilidad de triunfo es para una izquierda no sólo coaligada sino absolutamente convencida, sólida y con un candidato único. Y, por supuesto, el que más posibilidades tenga de ganar. Y eso pasa necesariamente por un acuerdo inteligente y sensato entre los únicos dos posibles: Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador, quienes en entrevistas por separado en este mes me han dicho que sí, que están convencidos de este planteamiento. Pero falta ver si se comprometen a aceptar primero un método confiable de auscultación —una, dos o tres encuestas— y luego, obligadamente, su resultado. Todo esto a pesar del amarradero de navajas cotidiano de sus respectivos colaboradores.

En el caso del PAN, ni siquiera Santiago Creel o Josefina Vázquez Mota —los mejor posicionados hasta ahora— podrían ganar la elección. El peso del descontento por la violencia y la crisis económica serán lozas imposibles de soportar. Además, ninguno cuenta con el respaldo de Calderón, que parece decidido a imponerse en el PAN. Aunque ninguno de sus delfincitos ha crecido lo suficiente como para moverse por las aguas procelosas del 2012.

Lo dicho, estoy convencido de que la grande será cosa de dos.

ddn_rocha@hotmail.com

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Periodista


Lorenzo Córdova Vianello

Un complejo panorama electoral

Decir que el proceso electoral de 2012 va a ser complicado es una obviedad. Toda elección conlleva un momento de complejidad particular en la vida política de un país, pero cuando además están en juego —como ocurrirá el 1 de julio del año próximo— todos los cargos de elección popular federales y elecciones concurrentes en más de una decena de entidades federativas, la apuesta es muy alta y la tensión y la confrontación inevitablemente tienden a multiplicarse.

r, por supuesto, la Presidencia de la República), las elecciones de 2012 se realizarán en un contexto político, social, económico y de seguridad sumamente complicado y hasta adverso.

En el plano político encontramos, por un lado, a actores poco responsables con una muy precaria propensión a respetar las reglas de la competencia —mismas que, por cierto, ellos mismos establecieron— y que a menudo actúan transgrediendo sin mayor empacho las normas, a veces de manera velada y simulada, otras de forma franca y descarada. Ello ocurre, muchas veces, con la inconcebible condescendencia, cuando no incluso anuencia, de las autoridades electorales encargadas de vigilar el cumplimiento de la Constitución y la ley, lo que lejos de rebajar la comisión de actos ilícitos, los tolera y estimula.

La irresponsabilidad que caracteriza a los actores políticos los ha llevado, además, a poner en riesgo la realización misma de la elección, al faltar al mandato constitucional de integrar oportuna y debidamente al Consejo General del IFE. Luego de casi ocho meses, hoy siguen prevaleciendo los mezquinos intereses de parte y todavía se ve lejos el consenso en torno a los nombres de los tres consejeros faltantes, lo que ya está teniendo delicadas consecuencias en el funcionamiento del Instituto, por no hablar de la consecuente erosión en su credibilidad.

Eso por no hablar de la falta de completar el marco legal que debió acompañar las normas constitucionales introducidas hace casi cuatro años. La falta de una ley que regule el derecho de réplica, de una ley reglamentaria de las prohibiciones contenidas en el Artículo 134 (relativas a la publicidad gubernamental y a su uso personalizado), así como a las leyes de responsabilidades de los servidores públicos y a las normas reguladoras de la radio y la televisión, provocan una serie de lagunas y omisiones legislativas que complican particularmente el panorama, así como la actuación de los órganos electorales.

Por otra parte, tenemos a unas autoridades electorales debilitadas que no logran remontar la crisis de confianza que vienen arrastrando desde hace unos años. La formación de grupos en su interior, las acusaciones de parcialidad y la incapacidad para constituirse como garantes incuestionables de los principios y postulados constitucionales son sólo algunos de los problemas que enfrentan y que difícilmente podrán revertirse antes de los próximos comicios.

Por si lo anterior fuera poco, hay otros actores, de quienes depende en buena medida un adecuado desarrollo del proceso electoral, que han venido demostrando una marcada vocación autoritaria y antiinstitucional: los grandes consorcios mediáticos. Los concesionarios de la radio y la televisión siguen sin poder digerir la reforma de 2007 y la afectación que le supuso a sus intereses. La renuencia a aceptar las nuevas reglas los ha llevado a repudiar todo intento del IFE para aplicarlas y a emprender intensas campañas mediáticas (como la reciente acometida de la CIRT contra el IFE, a propósito del intento de cambios a varios de sus reglamentos, a la que apenas ayer se sumó la Coparmex). Increíblemente, no les importan las consecuencias que para la estabilidad y la buena llegada a puerto del proceso electoral significan los obuses que hoy dirigen contra el IFE.

Lo anterior se conjuga peligrosamente con una situación económica que, más allá de las cifras macroeconómicas actuales, en cualquier momento puede resentir los efectos de la desaceleración que casi todos vaticinan para la economía de EU, a la cual la nuestra está inevitablemente anclada, por no hablar de la crisis de seguridad que puede poner en riesgo incluso la instalación de un considerable número de casillas durante la jornada electoral del año venidero.

Ojalá que la responsabilidad prive al final del día y lo que hoy son ominosas y preocupantes realidades terminen por ser falsas alarmas en el futuro. No nos olvidemos que la democracia supone una apuesta colectiva en donde todos jugamos un papel relevante.
Investigador y profesor de la UNAM
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