daños colaterales. Los testimonios se sucedieron uno tras otro, y mostraban el profundo dolor, tristeza y desesperación por la falta de justicia. Un verdadero exterminio de buena parte de la población, no sólo en manos de la delincuencia organizada, sino de autoridades y sus cuerpos de seguridad. Lo terrible es que no hay respuesta, y así pasan los meses y los años sin encontrar justicia ante tanta tragedia.
La sensación es que México está viviendo un verdadero holocausto, y si bien puede argumentarse que se trata de un concepto que no corresponde en la medida en que señala como tal al asesinato sistemático organizado y auspiciado por el Estado
, la falta de respuesta, la impunidad y corrupción que rodean a la mayoría de estas muertes convierte al Estado, por acción o por omisión, en auspiciador del exterminio. Se pide a las personas que denuncien cuando se sabe muy bien que aquellos que lo hacen se están jugando la vida, y a pesar de ello por supuesto muchos lo hacen, pues el dolor de las pérdidas es muy superior al miedo.
Participé en la mesa 9 y pudimos escuchar la grave situación que se vive en la Sierra Madre: pueblos incendiados, personas encarceladas, asesinadas, levantados, es decir, regiones que enfrentan la absoluta ingobernabilidad; se ha perdido el control sobre importantes regiones del territorio. Cerrarse ante esta realidad hace imposible tomar medidas para enfrentar tantos desastres. Por eso es inaceptable seguir escuchando los argumentos de Felipe Calderón, quien insiste, una y otra vez, en que hay personas que quieren que deje de actuar
, cuando lo que se quiere es que actúe, pero protegiendo a la población, no en contra de ella. Protección económica, protección social, seguridad, etc. El Estado mexicano no está cumpliendo con su responsabilidad.
La situación de los campesinos es muy difícil, pues a la delincuencia organizada y los cuerpos policiacos hay que sumar los conflictos económicos y el prácticamente nulo apoyo del Estado para salir adelante, la falta de créditos, de apoyos técnicos, etc. Como señala el relator especial de la Organización de Naciones Unidas, Olivier de Schutter, el 10 por ciento más rico recibe el 45 por ciento de los apoyos del Procampo; el 20 por ciento de la población se encuentra en pobreza alimentaria, y la gran mayoría vive en el campo. (La Jornada, 21/6/11). Situación que se ha recrudecido desde la firma del Tratado de Libre Comercio. No sólo ha generado un extraordinario flujo migratorio, sino que los campesinos no pueden enfrentar la competencia de los productos importados. Y esto se debe a dos factores centrales. Por un lado, los enormes subsidios que el país del norte otorga a sus agricultores y, por el otro, la extendida mano de obra migrante, la mayoría indocumentada, que trabaja en los campos de Estados Unidos, lo que le permite ser altamente competitivo por los bajos costos del trabajo.
La sociedad mexicana tiene en sus manos importantes formas de apoyar a los campesinos. En primer lugar, defender y proteger la producción agrícola nacional, comprando sólo los productos agrícolas mexicanos. Como se trata de artículos perecederos, si la mayoría de nosotros nos decidimos por esta estrategia, lo que va a pasar es que los productos extranjeros se van a ir quedando en los anaqueles y se echarán a perder muy rápidamente. Con ello, además de favorecer a los campesinos mexicanos, sería una buena forma de obligar a la revisión del capítulo agrícola del Tratado de Libre Comercio, por la vía de los hechos, lo que de otra forma por lo visto es totalmente imposible.
Lo primero que esgrimirán las grandes tiendas trasnacionales como Wal-Mart es que sus trabajadores se verán afectados, pues tendrán que despedirlos si no venden, lo cual es una falacia, pues incrementarán las ventas de productos mexicanos. Al principio podrán ser un poco más caros, pero habrá que aceptarlo para apoyar a los campesinos. Y en la medida en que vayan produciendo más y el gobierno les proponga una forma correcta para su distribución, evitando a los nefastos intermediarios, los precios irán bajando y la ganancia y el nivel de vida de los campesinos se incrementarán. Habría que seguir el camino de los japoneses, quienes de ninguna manera aceptan que los productos de su dieta básica, como el arroz, provengan del extranjero, aunque los precios sean mucho más reducidos. Por ejemplo, ¿por qué comprar espárragos chinos, si los mexicanos son muchísimo mejores?
La sociedad tiene que actuar llevando a cabo una cruzada en favor de los productos nacionales y rescatar lo producido en México es mejor
.
Tomar conciencia de lo que como sociedad podemos hacer es algo que la caravana ha logrado contagiar.
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