Lydia Cacho
¿Alguna ves se ha preguntado cómo viven las trabajadoras domésticas de las y los legisladores y políticos mexicanos? Yo sí, y me llama la atención cómo desde quienes legislan por las prerrogativas de las y los trabajadores, hasta las familias de clase media que se quejan de lo mal que está el país, simplemente invisibilizan los derechos plenos de quienes limpian, cocinan, lavan y cuidan a niñas y niños.
Esas mujeres que hacen posible que millones de personas ejerzan su profesión, salgan de paseo y vacaciones, son por un lado indispensable y por otro uno de los grupos sociales más opacos y minusvalorados en México.Su nombre es Matilde, llegó a trabajar a nuestra casa cuando yo tenía unos nueve años. Venía desde un rancho en Hidalgo y su madre y padre eran campesinos trabajadores en Pachuca.
Por las mañanas acudía a la escuela, por las tardes limpiaba la casa y nos cuidaba; sábado y domingo visitaba a sus padres. Yo estaba entrando en preparatoria cuando fuimos a la UNAM a acompañar a Matilde a su graduación como Química. Nunca antes la vi tan feliz y segura de sí misma. La misma joven que limpiaba la casa aparece en la fotografía tomada del brazo de su novio con su diploma universitario en mano.
Esa es una escena que debería ser absolutamente natural en México, pero no lo es. Resulta sorprendente que aun millones de personas crean que esclavizar a las trabajadoras domésticas, sean o no indígenas, es no sólo normal sino incluso motivo de beneplácito y presunción. Consideran que “rescatar de la pobreza” a una joven les autoriza a arrebatarle el derecho a estudiar, a tener vida social y familiar.Basta pensar en los millones de madres y padres que pueden trabajar fuera del hogar gracias a una empleada de confianza que hace de nana, cocinera, enfermera, telefonista y agente de limpieza.
Cuántas familias mexicanas en sus anécdotas incluyen siempre a una mujer que les cantaba en la cocina, que les caminaba hacia la escuela, que cocinaba los platos favoritos de la infancia cuya remembranza aromática les hace pensar en el calor de hogar y una familia gozosa.Ellas mismas han transformado su profesión poco a poco. Candy limpia un departamento en Cancún, lleva consigo el teléfono celular. Por las tardes estudia computación e inglés y recientemente abrió una cuenta bancaria para poder, a los 25 años, comprarse su primer pequeño auto a crédito.
Para ella ser trabajadora doméstica es un privilegio, le gusta la limpieza, lo hace muy bien y se sabe merecedora de un buen sueldo, considera de gran importancia la confianza de sus clientas y la honra con un pacto de respeto y profesionalismo. Candy nació en un pueblo de Yucatán y su infancia no le deparaba un destino muy promisorio, ella, como Matilde y muchas otras trabajadoras domésticas aseguran que no son “chachas” ni “sirvientas” sino trabajadoras o asistentes del hogar.
Marcelina Bautista es una visionaria, líder de trabajadoras domésticas, quien conformó una asociación civil denominada CACEH A.C. (marce_baumx@yahoo.com.mx ) Ella lleva más de 10 años haciendo un increíble esfuerzo para que sean dignificados los derechos de las trabajadoras domésticas. No lo hace desde la grilla inútil, sino desde la experiencia y el profesionalismo; reconoce la importancia de este oficio y la necesidad de replantear cómo lo vivimos y valoramos en nuestro país. Marcelina es una fuerza de la naturaleza que ha elaborado un programa de capacitación y asesoría legal para ellas.
Gracias a su esfuerzo miles de personas han aprendido a dejar atrás el racismo, el sexismo y la sumisión que subyacen en el trabajo doméstico y le han dado el matiz imprescindible de un trabajo formal y digno que amerita no solo reconocimiento moral, sino laboral que incluya jubilación y seguridad social.Para Marcelina al país se le transforma desde el hogar, con los pactos de congruencia que se hacen en el ámbito personal.
Ella plantea que debemos ser capaces de entender que profesionalizar a las trabajadoras domésticas llevará a un pacto social de igualdad, pero también será un factor vital para erradicar el racismo y la explotación laboral. Por eso ella ha sido una actora vital para que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) impulse el Convenio 189 por los derechos de las trabajadoras del hogar y que el gobierno mexicano lo ratifique. Pero más allá de lograr un tratado formal, lo que Marcelina nos propone a todas y todos los mexicanos es mirar desde una nueva perspectiva a estas mujeres cuya fuerza laboral es un impulso vital para el país y debe ser reconocida, valorada y protegida.
www.lydiacacho.net @lydiacachosi
Esas mujeres que hacen posible que millones de personas ejerzan su profesión, salgan de paseo y vacaciones, son por un lado indispensable y por otro uno de los grupos sociales más opacos y minusvalorados en México.Su nombre es Matilde, llegó a trabajar a nuestra casa cuando yo tenía unos nueve años. Venía desde un rancho en Hidalgo y su madre y padre eran campesinos trabajadores en Pachuca.
Por las mañanas acudía a la escuela, por las tardes limpiaba la casa y nos cuidaba; sábado y domingo visitaba a sus padres. Yo estaba entrando en preparatoria cuando fuimos a la UNAM a acompañar a Matilde a su graduación como Química. Nunca antes la vi tan feliz y segura de sí misma. La misma joven que limpiaba la casa aparece en la fotografía tomada del brazo de su novio con su diploma universitario en mano.
Esa es una escena que debería ser absolutamente natural en México, pero no lo es. Resulta sorprendente que aun millones de personas crean que esclavizar a las trabajadoras domésticas, sean o no indígenas, es no sólo normal sino incluso motivo de beneplácito y presunción. Consideran que “rescatar de la pobreza” a una joven les autoriza a arrebatarle el derecho a estudiar, a tener vida social y familiar.Basta pensar en los millones de madres y padres que pueden trabajar fuera del hogar gracias a una empleada de confianza que hace de nana, cocinera, enfermera, telefonista y agente de limpieza.
Cuántas familias mexicanas en sus anécdotas incluyen siempre a una mujer que les cantaba en la cocina, que les caminaba hacia la escuela, que cocinaba los platos favoritos de la infancia cuya remembranza aromática les hace pensar en el calor de hogar y una familia gozosa.Ellas mismas han transformado su profesión poco a poco. Candy limpia un departamento en Cancún, lleva consigo el teléfono celular. Por las tardes estudia computación e inglés y recientemente abrió una cuenta bancaria para poder, a los 25 años, comprarse su primer pequeño auto a crédito.
Para ella ser trabajadora doméstica es un privilegio, le gusta la limpieza, lo hace muy bien y se sabe merecedora de un buen sueldo, considera de gran importancia la confianza de sus clientas y la honra con un pacto de respeto y profesionalismo. Candy nació en un pueblo de Yucatán y su infancia no le deparaba un destino muy promisorio, ella, como Matilde y muchas otras trabajadoras domésticas aseguran que no son “chachas” ni “sirvientas” sino trabajadoras o asistentes del hogar.
Marcelina Bautista es una visionaria, líder de trabajadoras domésticas, quien conformó una asociación civil denominada CACEH A.C. (marce_baumx@yahoo.com.mx ) Ella lleva más de 10 años haciendo un increíble esfuerzo para que sean dignificados los derechos de las trabajadoras domésticas. No lo hace desde la grilla inútil, sino desde la experiencia y el profesionalismo; reconoce la importancia de este oficio y la necesidad de replantear cómo lo vivimos y valoramos en nuestro país. Marcelina es una fuerza de la naturaleza que ha elaborado un programa de capacitación y asesoría legal para ellas.
Gracias a su esfuerzo miles de personas han aprendido a dejar atrás el racismo, el sexismo y la sumisión que subyacen en el trabajo doméstico y le han dado el matiz imprescindible de un trabajo formal y digno que amerita no solo reconocimiento moral, sino laboral que incluya jubilación y seguridad social.Para Marcelina al país se le transforma desde el hogar, con los pactos de congruencia que se hacen en el ámbito personal.
Ella plantea que debemos ser capaces de entender que profesionalizar a las trabajadoras domésticas llevará a un pacto social de igualdad, pero también será un factor vital para erradicar el racismo y la explotación laboral. Por eso ella ha sido una actora vital para que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) impulse el Convenio 189 por los derechos de las trabajadoras del hogar y que el gobierno mexicano lo ratifique. Pero más allá de lograr un tratado formal, lo que Marcelina nos propone a todas y todos los mexicanos es mirar desde una nueva perspectiva a estas mujeres cuya fuerza laboral es un impulso vital para el país y debe ser reconocida, valorada y protegida.
www.lydiacacho.net @lydiacachosi
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