Ricardo Rocha
En realidad se llama Cada quien su vida, una imborrable obra de teatro de Luis G.Basurto que presenta un escenario deprimente con personajes contrastantes en una trama brutal; aquello que Benavente llamaba “el tablado de la farsa”.Algo no tan distante de lo que vivimos en este 2012 de cara a la fecha decisoria del domingo 1 de julio.
Sólo que aquí la fatalidad no está marcada por los designios del escritor, sino por un allanpousiano péndulo que parece oscilar sobre las cabezas de los candidatos a la presidencia y de los millones de seguidores de cada uno: las encuestas.Y es que, ya se sabe que al final rodarán las cabezas de tres de ellos y sólo uno quedará indemne.Pero mientras, las encuestas son la gran amenaza durante todo este largo proceso.
Dadoras de vida y muerte.
El caso es que aun dejando a un lado esas visiones sombrías está claro que, sobre todo en este proceso de 2012, una fiebre epidémica recorre las casas, las oficinas, las mesas y las calles: la encuestitis, enfermedad crónica degenerativa que se manifiesta diario en forma de tablas porcentuales que anticipan quién va a ganar, quiénes siguen peleando y quién está desahuciado.
Por eso, de acuerdo con el viejo principio curativo de que veneno mata veneno, cada uno de los involucrados produce o patrocina sus propias encuestas a fin de neutralizar a las de los rivales.En todos los casos, las presiones de cualquier tipo se ejercen sobre las empresas encuestadoras para que den un resultado lo más cercano a las apetencias personales o institucionales de quien paga el sondeo.Al mismo tiempo candidatos y partidos presionan a quienes en los medios presentan resultados.
Creer que no es así es, por lo menos, ingenuo.
Sólo este caos de conveniencias e intereses explica diferencias tan grandes entre una y otra encuesta, más allá del rigor metodológico y la experiencia de las firmas ya conocidas y las nuevas que surgen cada seis años como hongos en temporada de lluvias.
No obstante, si queremos participar en el cíclico deporte nacional de adelantar quién será el próximo presidente de este atribulado país, habrá que tomar como referencia dos encuestas de los tres días recientes: apenas ayer martes, “Reforma” metió una reversa insólita cuando nos dice que siempre no, que ya no es cierto lo que nos anunció hace apenas 19 días, el 31 de mayo, cuando llamó la atención de votantes y partidos al asegurar que Andrés Manuel López Obrador (34) se había acercado a sólo cuatro puntos de Enrique Peña Nieto (38) y que de paso Josefina Vázquez Mota se había caído a 30.
Ahora resulta que para este junio 19 AMLO cayó cuatro puntos y EPN subió cuatro, por lo que la distancia se incrementa a 12 puntos (42-30).
Otro caso notable es el de la encuesta de EL UNIVERSAL, publicada apenas antier (lunes) y que da 43.
6 para Peña Nieto, 27.
7 para López Obrador y 25.
1 para Vázquez Mota; muy similar a “Reforma”.
Aquí lo interesante son las reacciones consignadas ayer martes en nuestro propio diario: Luis Videgaray, el coordinador de campaña del PRI, dijo muy ponderado que el resultado los alienta pero que no se confían y seguirán con su ritmo intenso hasta el final; en cambio, López Obrador rechazó que Peña sea puntero, dijo que él tiene sus encuestas y que va con dos puntos de ventaja y creciendo; por su parte, Vázquez Mota afirma que según sus mediciones tiene un claro segundo lugar con 31, a sólo seis de Peña con 37 y sobre López Obrador con 29.
Por supuesto que el 1 de julio sabremos quién tiene la razón.
Y ya después habrá que reflexionar en serio sobre el verdadero papel de las encuestas no sólo como referentes de las preferencias electorales sino como auténticas inductoras del voto.
Por lo pronto, más allá de factores como el #YoSoy132, el sufragio de 14 millones de jóvenes —3 millones de ellos debutantes— y la volatilidad del voto útil, entramos ya a la recta final.
Y, por cierto, en este tramo conocen ustedes a alguien que les diga “buenas noches, ¿cómo estás?”, en lugar de “¿cómo van?, ¿quién crees que va a ganar, eh?”.
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