Carlos Fazio
A cinco semanas de la entronización cívico-militar de Enrique Peña como
administrador de los intereses de los poderes fácticos y el capital
transnacional, el
arranquede la
nueva eradel Partido Revolucionario Institucional (PRI) arroja pocos datos duros. A escala práctica, lo más visible en la transición ha sido el protagonismo del embajador de Estados Unidos, Anthony Wayne, con eje en la agenda de seguridad y la contrarreforma energética. También algunos ajustes retóricos en el discurso oficial de turno, dirigidos a promover la amnesia histórica y la destrucción de la memoria, y la reaparición de los halcones como grupo de choque del Estado, combinada con el uso de las balas de goma por los fusileros de Manuel Mondragón y Ángel Osorio Chong, con la complicidad de Marcelo Ebrard.
Envueltos en la vieja iconografía priísta, ambos actos y escenarios fueron decorados, iluminados, concebidos y configurados como acontecimientos litúrgico-mediáticos para las cámaras de la televisión. Salvo algunas pequeñas escaramuzas de legisladores de oposición, en el recinto de San Lázaro la operación guarura funcionó. A su vez, el blindaje mediático de Estado copó las estaciones de radio y televisión. Con intermitencia, debajo de las pantallas aparecieron dos cintillos:
el arranquey
nueva era. Lo cual remite al conocido análisis de Walter Benjamin en el epílogo de su pequeño ensayo La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica, sobre la estetización de la política y lo que eso significa: el
arranquede una
nueva erade violencia extrema.
Escribió Benjamin:
Todos los esfuerzos por un esteticismo político culminan en un solo punto. Dicho punto es la guerra. Profético, Benjamin escribió ese texto en 1935, en pleno ascenso del nazismo. El acontecimiento mediático de la entronización de Peña, culminada a coro con el
mexicanos al grito de guerra, fue un verdadero ejemplo de una estetización superlativa de la política y anuncio de otro sexenio de liturgia kitsch exacerbada. Es decir, como en el calderonismo, de violencia, miedo y terror, siempre culminando en una invocación a guerra y más guerra.
Los ajustes para la nueva guerra de Peña contra el pueblo están en curso. Subordinado a la agenda de seguridad de Washington –como garantía para la imposición de la contrarreforma energética: la privatización de Pemex, con el petróleo y el gas shale como las
frutas madurasa enajenar por Luis Videgaray y Pedro Joaquín Coldwell–, Peña ha sido empujado a adoptar algunos cambios de forma para que todo siga igual. Bajo el monitoreo in situ del embajador Wayne y de Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interior de Estados Unidos, el equipo de seguridad del nuevo régimen ha ido tomando contacto directo con sus contrapartes en Washington y con los elementos de las agencias de inteligencia, policial y militar estadunidenses que operan en el territorio mexicano.
Los
encuentros de Wayne y Napolitano con los secretarios Miguel Ángel
Osorio Chong, Emilio Chuayffet y Luis Videgaray, de Gobernación,
Educación y Hacienda respectivamente, y con el procurador general de la
República, Jesús Murillo Karam, y el encargado de despacho de la
Secretaría de Seguridad Pública federal, Manuel Mondragón, en el marco
de la Declaración sobre la administración de la frontera en el siglo XXI (mecanismo
ejecutivo bilateral suscrito por los presidentes Calderón y Barack
Obama en mayo de 2010), junto con las filtraciones sobre la designación
del ex procurador Eduardo Medina Mora como próximo embajador en
Washington, formaron parte de los amarres para la continuidad de la
agenda de seguridad en su nueva fase.
Precedidas del breve encuentro Peña/Obama en Washington el 27 de noviembre –cuando el jefe de la Casa Blanca propuso el tuteo como forma de relación a su homólogo mexicano:
El enfoque policiaco en el gasto de la Secretaría de Gobernación, que en 2013 destinará 76 por ciento de sus recursos a tareas de seguridad nacional y pública, y donde destaca una partida de mil 500 millones de pesos para la creación de una Gendarmería Nacional, es tal vez lo más significativo del arranque de la nueva era del PRI. Aunque en principio, la construcción de una policía de élite, con disciplina militar, capacitación de alto nivel y elevados sistemas de control y confiabilidad, y formada por 10 mil elementos del Ejército y la Marina, es un remedo de la Policía Federal del calderonismo, cuerpo al que sustituye la nueva Gendarmería y que quedará relegado ahora, previa su reorganización, a
Precedidas del breve encuentro Peña/Obama en Washington el 27 de noviembre –cuando el jefe de la Casa Blanca propuso el tuteo como forma de relación a su homólogo mexicano:
El primer punto de la agenda es que tú me llames Barack y yo te llamaré Enrique–, las asimétricas conversaciones de poder de Napolitano y Wayne con los funcionarios mexicanos deben de haber versado sobre el nuevo giro de la Iniciativa Mérida, el aterrizaje de la Gendarmería Nacional, el uso y aplicación de la Plataforma México, la formación de una supersecretaría de Gobernación (que coordinará todos los centros de inteligencia civil), y la necesidad de introducir cambios retóricos en el discurso del nuevo régimen en relación con el eje seguridad-educación-derechos humanos, elementos que han aparecido ya en el discurso de Peña.
El enfoque policiaco en el gasto de la Secretaría de Gobernación, que en 2013 destinará 76 por ciento de sus recursos a tareas de seguridad nacional y pública, y donde destaca una partida de mil 500 millones de pesos para la creación de una Gendarmería Nacional, es tal vez lo más significativo del arranque de la nueva era del PRI. Aunque en principio, la construcción de una policía de élite, con disciplina militar, capacitación de alto nivel y elevados sistemas de control y confiabilidad, y formada por 10 mil elementos del Ejército y la Marina, es un remedo de la Policía Federal del calderonismo, cuerpo al que sustituye la nueva Gendarmería y que quedará relegado ahora, previa su reorganización, a
misiones especiales.
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