Alberto Aziz Nassif
Como si fuera el presupuesto, ya se ha hecho una costumbre para la clase política vivir dentro del Pacto por México. La semana pasada llegaron los primeros indicios de que la coalición se podría romper, o por lo menos hubo varias fintas de que así sería.
A nadie le conviene estar fuera de ese acuerdo, o para decirlo de otra forma, es más costoso estar fuera que dentro y, por esa razón, el famoso Pacto se ha convertido en un buen motivo para que la oposición pueda presionar al gobierno; pero también ha vuelto una de las piedras de la legitimidad gubernamental, la que puede generar la percepción de que hay resultados porque es posible superar la larga etapa de parálisis legislativa. Nada más y nada menos. Por esa razón Peña Nieto mostró rapidez de reflejos y antes de que la carroza se volviera calabaza, dio un paso atrás y abrió un espacio para que PAN y PRD pudieran regresar a la mesa. La oposición aceptó el gesto presidencial y el fin de semana se firmó el acuerdo para garantizar imparcialidad electoral. ¿Qué tan en riesgo estuvo el Pacto? Es sólo una especulación, pero si la presidencia se hubiera mantenido en la actitud de ‘no te preocupes Rosario’, es posible que la inercia de romper acuerdos hubiera dominado por lo menos durante el proceso electoral. En ese escenario hubiera sido más complicado regresar a la mesa en el próximo periodo ordinario de sesiones. Con el arreglo se posibilita que en el espacio entre los dos periodos no se interrumpa la dinámica legislativa y el tren de las reformas siga.
Resulta poco creíble la salida de querer blindar los programas sociales. Es muy complicado que las transferencias condicionadas se puedan separar de la práctica cotidiana que se genera en épocas electorales. Existe una enorme ventana de oportunidades para todo tipo de clientelismo. Frente a la pobreza está la ambición y los mecanismos para manipular el ingreso y la salida de los programas. El único mecanismo que realmente serviría para proteger a la política social del fuego de los comicios es mediante un cambio en el enfoque: pasar de la focalización a mecanismos universales. Lo cual significaría pasar de la visión de que el programa lo da el gobierno y el beneficiario tiene que mostrar su lealtad con el apoyo político, a la visión de derechos que no implica pagos y lealtades. Cuántas veces hemos escuchado eso de blindar a los programas sociales y muchas organizaciones se han empeñado en hacerlo sin conseguirlo, y cada elección es lo mismo, la manipulación de personas necesitadas que incorporan o excluyen, y todo depende de quién esté en el gobierno. Todos los partidos ponen en operación lógicas clientelares, lo que pasa es que algunas llegan a escándalos, como pasó con Veracruz, pero el modelo se ha generalizado en el país.
Va a ser difícil defender la política social del gobierno, a pesar de haber traído a Lula para legitimar la cruzada contra el hambre. Al menos hay dos razones importantes, una es que la estructura de los programas sociales está operada por una selva de intereses políticos y a la hora que se llega a los barrios y comunidades resulta una misión imposible sacarlos del clientelismo. La otra razón también es importante, lo que no se dijo en la gira de Lula fue que la política de programas como ‘hambre cero’, fue sólo una parte de la política para combatir la pobreza en Brasil, porque al mismo tiempo, y eso es lo que el ex presidente debería haber insistido, se hizo una política económica para bajar la desigualdad, es decir, se incentivó el mercado interno, subió el salario real y mejoraron las condiciones del empleo formal. Ninguna de esas tres políticas se ha puesto en marcha en México, donde crece la informalidad y la precarización del trabajo; la estrategia está orientada hacia el exterior y no se ven, hasta ahora, proyectos para reactivar el mercado interno y mejorar los deprimidos salarios que tienen décadas en picada.
Uno de los compromisos que le faltan al Pacto por México es el de un cambio de modelo de la política social y de política económica, como han hecho los brasileños, entonces sí la visita de Lula hubiera sido una fiesta. Por lo pronto, ya se firmaron los compromisos electorales para bajar la presión opositora y darle cauce al interés presidencial, porque para la clase política vivir fuera del pacto es vivir en el error. ¿Cuántas de estas crisis se repetirán en los próximos meses? Veremos…
Investigador del CIESAS
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