Maria Bilbao repasa los mitos que garantizan que la ecuación mujer=madre siga inalterable, y los malestares psicológicos relacionados con ese mandato
Maria Bilbao*
Desde hace años las mujeres occidentales se han incorporado al
mercado laboral y a la vida pública en general. Sin embargo, hay una
representación de la mujer que permanece inalterable. La ecuación
mujer=madre continua vigente hoy en día y cuando hay algún atisbo de
olvido de nuestra función reproductora, una nueva ley que regula la
interrupción del embarazo o una nueva moda en materia de crianza nos
devuelve a las mujeres a nuestro lugar: la reproducción. Esto no
significa que nuestro papel de trabajadoras se diluya, sino que es la
combinación de ambas el equilibrio que las mujeres deben lograr a base
de culpa y ansiedad.
Por otra parte, la historia nos ha demostrado que cuando hay escasez de
empleo las políticas ideologizadas van fraguando la sútil retirada de
las mujeres al hogar.
Para realizar un análisis de la maternidad es necesario tener en
cuenta que las mujeres enfrentan un juego de fuerzas sociales,
psicológicas, ideológicas y culturales que operan mediante los mitos de
la maternidad. Se ha santificado y mistificado como una consecuencia
obligada de nuestra anatomía y el instinto maternal como una hecho
natural. La maternidad es una opción de vida totalmente válida, el
problema es cuando se plantea como la única opción valida, la plenitud
de eso que se llama feminidad y la forma de vida mas completa, en este
sentido la anatomía es el destino para una mujer.
La historia nos ha demostrado que cuando hay
escasez de empleo las políticas ideologizadas van fraguando la sútil
retirada de las mujeres al hogar
A las madres se les supone amor incondicional, entrega total,
generosidad y sacrificio y en ella se descargan casi todas las culpas y
responsabilidades si no cumple con las expectativas sociales. El
desarrollo de muchas teorías del desarrollo psicológico infantil han
contribuido a la culpabilización de la madre, teorías en muchos de los
casos instrumentalizadas por el orden sociocultural. Los discursos
sobre las mujeres y las madres se organizan en torno al mito del ideal
maternal. El mito está inscrito en la intersubjetividad humana y
organiza relaciones, prescribe las prácticas sociales a partir de las
creencias e ideologias de una cultura, es decir opera a nivel
inconsciente y es producido por el imaginario social. Según Ana María
Fernandez (1982), el mito de la mujer=madre se articula con el orden
simbólico y opera en el imaginario social a través de tres recursos: La
ilusión de naturalidad, la ilusión de atemporalidad y la selección.
La ilusión de naturalidad
Según esta falacia, es natural que la mujer sea madre porque
posee un aparato reproductor. En consecuencia ésta es dotada de un
instinto maternal que inscribe la relación en un orden natural y no un
hecho cultural, y que la guía en lo que es lo mejor para su hijo.
La ilusión de atemporalidad
Es la falacia según la cual la maternidad “siempre fue asi” y
“siempre será asi” aunque los datos históricos la desmienten. La
maternidad y la crianza infantil no han tenido la misma importancia a
lo largo de la historia y en todas partes del mundo, sino que ha estado
sujeta a las necesidades sociales y materiales. El interés por el
bienestar del bebé ha dependido históricamente de determinantes
económicos y demográficos, siendo muy frecuente el abandono infantil
durante muchos periodos históricos. Comenzó a ser mas importante a
partir el XVIII, enmarcado en el mito rousseauniano del ideal de mujer
y se extendió a lo largo del XIX y XX. Se ha protegido especialmente en
momentos históricos y países despoblados por guerras o por baja
natalidad.
A las madres se les supone amor incondicional, entrega total, generosidad y sacrificio
La selección
El tiempo dedicado a la crianza de los hijos e hijas es similar al
que dedicaban las mujeres de épocas anteriores cuando parían decenas de
hijos debido al alargamiento de la crianza. Siendo la reproducción su
función en la sociedad se va estructurando el orden social de manera
que cuando se desenmascara el mito de la naturalidad, se reordene el
mandato mediante otros factores. Un ejemplo de esto serían algunas de
las prescripciones de la crianza natural.
Sin ánimo de perseguir ni señalar a quienes eligen este método de
crianza, podríamos observar en algunas recomendaciones una vuelta a
modelos altamente responsabilizadores para las madres. Las vuelta a una
lactancia materna extendida durante años, por ejemplo, conjugaría todas
las falacias del mito maternal: es madre quien da de mamar, solo la
mujer puede hacerlo, desterrando otras muchas formas de maternaje no
biológico o femenino, es una vuelta a lo tradicional y hace que las
mujeres vivan la relación maternal, como la demanda de leche,
impostergable.
Con esto no negamos los valores de la lactancia ni mucho menos, es la
culpabilización de las mujeres que no quieren o no pueden dar de mamar,
la exclusión de otras formas de maternaje las que nos hacen sospechar
cuando ésta se convierte en imposición más o menos sútil.
La maternidad acarrea una serie de prescripciones y valores que nos
dice cómo debe ser una madre: entregada, generosa, sacrificada,
paciente, cariñosa. Y cómo no debe ser: ansiosa, agresiva, erótica.
Este mandato configura una subjetividad que variará con características
personales, pero que compartirá unos comunes sobre lo que es ser madre:
un ser para el otro que contrapone las necesidades del niño o de la
niña con los deseos y necesidades de la madre. Una particular
organización de los vínculos afectivos fruto de siglos de prácticas
culturales que permitirán a la madre detectar las necesidades de sus
hijos e hijas, pero que no es determinada biológicamente y que hacen
extensible una predisposición culturalmente impuesta e interiorizada
por las mujeres como parte de su ideal. Una vinculación dependiente que
irán desplazando a las mujeres del lugar de sujeto deseante.
Aunque es cierto que el maternaje no es exclusivamente femenino, sino
que se puede considerar como la función cuidadora ejercida por la
figura significativa más cercana al niño o niña, y que actualmente hay
muchos varones que ya ejercen una paternidad igualitaria y responsable.
Los mensajes culturales, los mandatos sociales y los siglos de
patriarcado aún pesan demasiado sobre la constitución subjetiva de las
mujeres y es un proceso que se modifica muy lentamente.
La depresión postparto, el síndrome del nido vacio
o la depresión del ama de casa son malestares asociados a la sobrecarga
que representa el ejercicio de la maternidad
Esta subjetividad derivada del ideal maternal constituyente de la
feminidad en nuestro orden cultural acarrea una serie de patologías
especialmente asociadas al rol femenino además de la culpabilización y
penalización a veces sutil de aquellas mujeres que no anteponen la
maternidad a otras ocupaciones, aquellas que delegan en el padre,
aquellas que migran dejando a sus hijos a cargo de otra mujer. La
amenaza y patologización son el reverso de la idealización de la
maternidad que busca la institucionalización del mito. El síndrome de
la madre maliciosa, el síndrome de Munchausen, y actualmente el tan
escuchado SAP son ejemplos de culpabilización e hiperresponsabilización
de la figura materna del bienestar de los hijos: se convierte a la
madre principalmente en depositaria de la salud del niño. La depresión
postparto, el síndrome del nido vacio o la depresión del ama de casa
son malestares asociados a la sobrecarga que representa el ejercicio de
la maternidad y más concretamente a la fuente de satisfacción
narcisista que ésta representa, pero que cuando se convierte en
demasiado idealizada o absorbente se transforma en una trampa que corta
todos los otros suministros de satisfacción y valoración para muchas
mujeres, especialmente aquellas que han sido educadas de manera más
tradicional.
La maternidad es una opción tan válida como otra cualquiera, una
opción que hace feliz a muchas mujeres, que es elegida y que es vivida
con plenitud, es la imposición de la misma y la mistificación la que
daña y patologiza a las mujeres.
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