7/09/2013

¿Niños virtuales?

OPINIÓN
INFANCIA
   Lydia Cacho Plan b*

Especial
Por: Lydia Cacho
Cimacnoticias | México, DF.- 

El joven tiene 13 años; habla con otros de su edad y no puedo evitar preguntarles: “¿Cuántos amigos tienes?”. Ochocientos veinte, responde con el aire soberbio de un conquistador que ha viajado por ultramar buscando amistades en los confines del mundo.

Deja de mirarme y dirige sus ojos a su iPhone para seguir escribiendo como el más ágil digitógrafo, el escritor de la era digital.

Otro niño, bueno a los 13 no les gusta que les llames niños, me mira y pregunta: “¿Y tú cuántos amigos tienes?”. Siguiendo el juego le pregunto: “¿Amigos o seguidores?”. Sonríe, seguro pensó “¡mira una abuelita que sabe de Twitter!”.

Respondo: “Más de 298 mil”. Sin preguntar se acerca y toma de mis manos mi Blackberry, abre mi Twitter como si fuéramos compadres de toda la vida. Ahora sonríe. Me acabo de convertir en alguien interesante.

Con la entereza de un general del Pentágono les ordena a los otros dos chicos: “Síganla @lydiacachosi”. Me devuelve mi teléfono. Ahora danos “followback”.

Pero ¿por qué? A ver, qué méritos tienen para que los siga. Se quedan mirando; uno de ellos está leyendo mi perfil, estamos a medio metro de distancia, pero no me pregunta a qué me dedico, lo descubre leyendo el breve perfil en mi cuenta de la cual ya es seguidor.

“Ahh… es que es periodista”, dice con el tono decepcionado de quien acaba de descubrir que la fama es bien ganada y no producto de la emocionante casualidad. Me río.

A ver, ustedes cómo se llaman, pregunto. Me responden con sus nombres de Twitter. Les sigo la corriente. ¿Y en su Facebook usan sus nombres reales? Todos los nombres son reales, me dice el más pequeño de los tres. Son reales porque nosotros los inventamos y nosotros somos reales.

“¿A ti te espían?”, pregunta el que trae una tablet. “¿Quién?”, pregunto. Se miran entre ellos. “¿Que no sabes? Nuestros teléfonos sirven también para espiar”.

Inmediatamente superponiendo una explicación sobre otra, me dan una cátedra de un señor que se llama Snowden, de los programas de espionaje en los teléfonos, de cómo a los periodistas los espían más por si se están enterando de secretos peligrosos sobre terroristas.

Estoy azorada, sonrío. “Claro”, les digo. “¿Y sabes secretos sobre terroristas? ¿Hay terroristas en México?”. “Algunos secretos, pero no puedo contárselos”. Me miran y me proponen que se los mande en un DM por Twitter. “No porque nos espían”.

Es cierto, dice el único que usa lentes. Yo estoy jugando, pero de pronto caigo en cuenta de que ellos no. Ellos están conversando con una adulta que, extrañamente, puede seguirles la conversación.

Explican los adolescentes que sus padres no tienen ni-i-de-a de nada. “Creen que esto es un juego”, advierte el que está enviando un whatsapp a su madre para que le compre chocolates en la tienda del aeropuerto.

Les pregunto cuántos amigos reales tienen, los de carne y hueso (me veo obligada a discriminar entre los amigos cibernéticos cuyo perfil es imaginado y el avatar puede ser la fotografía de algún actor de la serie “Big bang theory”).

Los tres me explican con paciencia que hay dos tipos de amistades, las que puedes engañar y contarles lo que quieras para que te sigan, y los amigos no virtuales (usan esa palabra) con los que juegas al fut y viajas y vas a la escuela.

“¿Cuál es la diferencia entre los amigos virtuales y los no virtuales?”, pregunto. “Ahh, pues que los virtuales tienes que ganártelos porque igual te hacen unfollow por cualquier cosa. Y los otros… ésos ya saben dónde vives”.

Vaya, cuando yo era niña me enseñaron que a las amistades hay que cuidarlas y quererlas para que duren. Explico cómo en mi pleistoceno A.C. (antes de los celulares) no existían los amigos virtuales. Me miran seguramente pensando: “#ternurita”.

“¿Qué peligros hay en la red?”, inquiero. “Todos, todos”, responden con el gesto y el tono de un padre desesperado ante una hija imbécil.

“La pornografía, los viejos marranos que les gustan los niños, los que quieren que te desnudes”. La lista de locos y azotados es larguísima. Conocen los peligros. También saben que el gobierno los espía, creen que les graba sus conversaciones.

Quieren ir a ver la “Guerra de los Zetas” (así llaman a la película), pero no saben si eso afecte lo que el gobierno piensa de ellos.

Llegan sus madres cargadas de comida y refrescos. Ellas me sonríen y piden disculpas si me molestaban con sus cosas de niños. En absoluto, pienso, es la conversación sociopolítica más realista que he tenido en las últimas semanas.

Twitter: @lydiacachosi

*Plan b es una columna publicada lunes y jueves en CIMAC, El Universal y varios diarios de México. Su nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.

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