Tal parece que el Grupo de
los Siete quiere llevar a la humanidad a la Edad Media, para que sean
sólo sus élites las que dispongan a placer de la humanidad, sin tener
que regirse por leyes de los países empobrecidos. Así lo deja ver el
Acuerdo de Asociación Transpacífico (ATP), cuya finalidad es fortalecer
aún más a Estados Unidos y así enfrentar el creciente poderío de una
anunciada alianza entre Rusia y China. A México le corresponde el triste
papel de esquirol de las grandes trasnacionales que se están tragando
al mundo. Pero el costo interno es cada vez más dramático.
Es inviable que la Secretaría
de Desarrollo Social se la pase regalando despensas y pantallas de
televisión digital todo el tiempo para mantener adormecida a la
ciudadanía. Los problemas del país son estructurales y no tienen
solución en el modelo neoliberal. Es preciso un cambio de fondo, que no
está muy distante porque han sido demasiados los abusos de las élites
en el poder político y económico. Para el 2018 no habrá más que dos
salidas a la crisis que sobrevendrá, inédita en cuanto a sus alcances:
un cambio de fondo del sistema político, o un caos generalizado cuyos
costos serían impagables para la nación.
El ATP habrá de profundizar la
desigualdad y las injusticias en el país, lo que a su vez derivará en
mayor inestabilidad y descomposición social. Esto lo saben perfectamente
las cúpulas del poder, pero obviamente las tiene sin cuidado. Sin
embargo, si preocuparán de manera definitiva a las grandes
trasnacionales que tienen fuertes inversiones en México. No les quedará
más que sopesar qué les resulta más conveniente: el menor de los males,
como sería el caso de dar paso a un cambio favorable a la gobernabilidad
del país; o apretar aún más el cuello a las clases mayoritarias, para
instaurar de una vez un Estado fascista.
La Secretaría de Economía dio a
conocer parte del acuerdo mencionado en el que participan 12 naciones
encabezadas por Estados Unidos. Lo que se puede apreciar es altamente
negativo para los mexicanos, sobre todo los productores del campo, de
por sí muy afectados por el Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN). En tres años, lo poco que queda del agro mexicano podría
desaparecer y no quedaría otra opción que depender absolutamente de las
importaciones de todos los alimentos que necesitemos, aunque por otro
lado llegaría el día en que no tendríamos divisas suficientes para
adquirirlos.
El colmo será que se acepten
las presiones de los laboratorios más poderosos del planeta, para lograr
que sus patentes sigan teniendo vigencia de manera indefinida. Ello
traería como consecuencia una mortandad como nunca ha visto la
humanidad, toda vez que sólo una minoría podría tener acceso a
medicamentos de alta calidad y los genéricos dejarían de fabricarse. Es
posible que este sea el objetivo central del acuerdo, teniendo en cuenta
que el Grupo de los Siete, sus élites, desean hacer una gran poda de
habitantes en el planeta.
El hecho sustantivo es que las
economías emergentes seguirán a la baja, sin posibilidad alguna de
mejorar sus expectativas, de continuar por la ruta trazada por los
grandes intereses trasnacionales. Más aún si en cada país continúa en
ascenso la derecha, como si la población mayoritaria estuviera decidida a
irse al matadero, como lo hace una manada de cuadrúpedos cuando su
líder o macho alfa se deja ir al abismo. México es un magnífico ejemplo
de ello, pues a sabiendas de que la derecha en el poder nos está guiando
rápidamente a un despeñadero, el ciudadano común sigue si dar señales
de alarma o preocupación.
El colmo es que aún haya quien
defienda a “benefactores” como Alberto Bailleres, el magnate que
recibirá la presea “Belisario Domínguez”, cuando es irrefutable que sus
negocios y empresas han sido establecidos con el apoyo total del Estado,
sin que él haya tenido que correr un solo riesgo, sin haber invertido
un solo peso. Su único mérito ha sido estar en el lugar correcto en el
momento más oportuno y cerca de la persona idónea: el inquilino de Los
Pinos. Pero incluso estos oligarcas habrán de salir afectados con un
acuerdo como el ATP, pues no podrían competir con los consorcios
globales, decididos como están a apoderarse del mundo.
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