Alberto Bailleres, empresario.
Foto: Leonardo Garza
Foto: Leonardo Garza
En la parte medular de aquel discurso, Belisario Domínguez, entonces senador de la República, le advirtió al usurpador Huerta:
“La verdad es ésta: durante el gobierno de don Victoriano Huerta no
solamente no se hizo nada en bien de la pacificación del país, sino que
la situación actual de la República, es infinitamente peor que antes: la
Revolución se ha extendido en casi todos los estados; muchas naciones,
antes buenas amigas de México, rehúsanse a reconocer su gobierno, por
ilegal; nuestra moneda encuéntrase depreciada en el extranjero; nuestro
crédito en agonía; la prensa de la República amordazada o cobardemente
vendida al gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad; nuestros
campos abandonados; muchos pueblos arrasados y, por último, el hambre y
la miseria en todas sus formas amenazan con extenderse rápidamente en
toda la superficie de nuestra infortunada patria”.
¿Qué relación
hay entre la personalidad del legislador liberal que le propuso al
Senado que depusiera a Victoriano Huerta y el empresario Alberto
Bailleres, que en menos de 15 años multiplicó su fortuna personal de mil
200 a 18 mil 200 millones de dólares, convirtiéndose en el tercer
hombre más rico de México y el más consentido acaparador de tierras en
los sexenios de Zedillo, Fox y Calderón?
¿Qué relación existe
entre el dueño del Grupo Peñoles que detenta concesiones mineras en más
de 2 millones de hectáreas del país y el valiente legislador chiapaneco
que fue asesinado cruelmente el 7 de octubre, tres semanas después de su
célebre discurso en contra de Huerta?
¿Qué merecimiento puede
tener Bailleres, el hombre que luce en su oficina personal a sus
animales disecados, los colmillos de marfil (cuya caza está mundialmente
condenada) y sus pieles de lujo frente a la memoria de Belisario
Domínguez, a quien sus verdugos le cortaron la lengua y se la enviaron
como “trofeo” a Victoriano Huerta?
¿En qué momento Bailleres, tan
cómodo desde su privilegiada posición económica y de clara influencia
política a través de sus redes personales en el ITAM y en sus
organizaciones filantrópicas, ha arriesgado algo para defender a la
República, para ejercer la libertad de expresión que le costó la vida a
Belisario Domínguez? ¿Alguien le ha escuchado al señor Bailleres un
discurso tan delicado como el del prócer chiapaneco?
La única
respuesta que se puede encontrar frente a estas preguntas es que, ante
la evidente contradicción de vida y obra de Alberto Bailleres y
Belisario Domínguez, la mayoría de los senadores del PRI, PAN, Verde y
algunos del PRD optaron por el cinismo más ramplón que se escuda en la
ignorancia histórica.
Si a don Alberto Bailleres lo quieren
galardonar por sus contribuciones a los últimos cuatro gobiernos, por
haber impulsado a eminentes funcionarios-empresarios como Pedro Aspe,
Luis Videgaray y tantos otros que se formaron en las aulas del ITAM, que
lo reconozcan los exalumnos célebres de esta institución académica, de
calidad notable, pero que no se caracteriza por su carácter público. En
todo caso, que le den el reconocimiento al rector del ITAM, no a su
financiador.
Lo más grotesco del reconocimiento a Bailleres no es
que se trate de un magnate, o del dueño de las tiendas departamentales
que simbolizan el delirio aspiracional de nuestra élite “totalmente
Palacio”.
Lo más ofensivo es el intento evidente de instrumentalizar
un poder público, el Senado, que se arrodilla de manera grotesca para
darle el reconocimiento a Bailleres que le deben otorgar las cámaras
empresariales, las sociedades de exalumnos, las instituciones
filantrópicas, las revistas Forbes o Líderes, pero no una cámara del
Poder Legislativo que dice representar los ‘intereses públicos’ de los
mexicanos.
Otros galardonados con la medalla Belisario Domínguez
fueron polémicos por haber formado parte del sistema político
autoritario que los mexicanos creímos haber superado, pero en ningún
caso anterior habíamos visto un intento deliberado de frivolizar la
memoria de un legislador que luchó contra la tiranía y defender con su
vida la libertad de expresión que, al parecer, se volvió una concesión
más del Grupo Peñoles.
Twitter: @JenaroVillamil
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