Página 12 /Las doce
El cuerpo de las mujeres es blanco privilegiado de las políticas colonialistas contra las que el continente latinoamericano intenta rebelarse, espasmódica pero tenazmente. Y los feminismos surgen dentro del corazón de los movimientos sociales y políticos recordando que no hay emancipación, no hay revolución posible sin desafiar también las reglas del patriarcado no sólo desde la teoría sino desde la práctica, en cada territorio, en cada comunidad. En el XXX Encuentro Nacional de Mujeres, los feminismos latinoamericanos tuvieron su protagonismo en charlas a cielo abierto que escucharon miles. Aquí, algunas experiencias, de Venezuela a Paraguay, de México a Colombia, corrientes feministas que fluyen con más fuerza que los ríos.
“Cuando te pregunto que
por qué te llamas feminista / qué entiendes tú de la palabra esa en
esta provincia escondida / tú me dices que te imaginas que tal vez, que
ha de ser/ como cuando hay sed en este pueblo./ Cuando las mujeres
acarrean las cubetas de agua / se ayudan todas, todas juntas todos los
días/ por el mismo camino”. Patricia Karina Vergara. Poeta feminista
lesbiana de México.
Entre los ríos del feminismo que recorren Nuestra
América, vienen fluyendo los del feminismo popular, que tienen sus
fuentes en movimientos indígenas, campesinos, populares, que han venido
protagonizando rebeldías frente al capitalismo colonial y patriarcal.
Son
ríos que arrastran en su caudal piedras, algas, ramas caídas de árboles
vecinos, donde por momentos parece enredarse y perder su fuerza, pero
son parte de su color, de su identidad, de su movimiento. Son ríos que a
veces confluyen creando una playa donde las olas van y vienen con
memoria de luchas ancestrales, frente a los patriarcas conquistadores y
colonizadores de todos los tiempos, que impusieron violentamente su
“civilización”, sus religiones, saqueando para la corona ayer, y para
las corporaciones hoy.
Son ríos convulsionados por las
revoluciones que intentan los pueblos, por la sinuosidad de las
búsquedas transformadoras, por las caídas que esos esfuerzos sufren, que
a veces parecen interrumpir el sueño colectivo, pero que son momentos
de los que las aguas regresan con mayor fuerza. Van y vienen en su
recorrido, buscando andar al ritmo y en el vaivén de las mujeres del
pueblo.
Uno de esos ríos que fluyen en el corazón del continente,
es el que constituyen las mujeres, lesbianas, bisexuales, trans,
travestis, que forman en Venezuela la “Escuela de Feminismo Popular,
Identidades y Sexualidades revolucionarias”. Participando de su tercer
encuentro nacional, tengo la oportunidad de dialogar con sus integrantes
sobre los colores y sabores de ese feminismo popular. Lela Melero dice:
“Lo llamamos feminismo popular, porque queremos diferenciarnos de un
feminismo de derecha, elitesco, blanco, europeo, académico; que ha
tributado a la lucha de las mujeres, pero desde una acera en donde
nosotras no nos reconocemos. Es popular, porque es desde la comunidad,
desde los sectores más marginados, desde las mujeres negras, pobres, que
cuestionan la opresión desde la opresión y no desde un aula. Un
feminismo que construye identidad y reivindica lo popular, pero lo
cuestiona también, porque no todo lo popular es bueno. Es un feminismo
con una identidad crítica, y crítica de sí mimo también”. Lela explica
desde su experiencia: “La revolución bolivariana hizo un vuelco de 360º
en la vida de mi barrio, de los sectores más marginados del país. Nos
sacó a las mujeres de lo privado. Las mujeres en la vida popular nos
hemos politizado. El tiempo libre se ocupó en el tiempo colectivo, del
trabajo y del activismo, en la vida comunal, pero tenemos las
dificultades propias de una sociedad en la que todavía es difícil
participar. En el andar nos hemos dado cuenta que el feminismo debe ser
sexo género diverso. Al ser una propuesta disidente, incluye a esas
subjetividades”. Carmen Lepage agrega: “Nosotras vamos pendientes de
quienes están en la base de la revolución chavista. Ahí queremos
debatir, formarnos, y construir una vaina que está en tránsito, en
construcción. No estamos pendientes de quienes ya tienen sus privilegios
sólidos”.
Yolanda Saldarriaga, también aporta al paisaje de este río:
“Este
feminismo popular, no se preocupa por crear categorías complicadas sino
por hacer trabajo concreto en el territorio, y de aprender unas de las
otras. Nos acompañamos de manera amorosa, afectiva. Desde la experiencia
de educación popular, hemos venido creando la escuela de feminismo
popular, un proceso organizativo que articula colectivos, organizaciones
mixtas o de mujeres, de sexo-género diversidad, que pensamos que el
feminismo que necesita el chavismo, el proceso revolucionario, es un
feminismo del pueblo”.
Ellas recuerdan que fue Hugo Chávez, el
primer presidente latinoamericano en asumirse como feminista. En el
Encuentro de los presidentes y los Movimientos Sociales del ALBA,
realizado en el Foro Social Mundial de Belen do Pará, en el año 2009,
sorprendiendo incluso a las propias feministas Hugo Chávez expresaba:
“Yo fui evolucionando en mi pensamiento. Yo ahora me he declarado
feminista. Soy feminista. Y digo más. Creo con todo respeto, que un
verdadero socialista, tiene que ser, feminista.”
La propuesta
central del feminismo popular, en Venezuela, es la de creación de las
comunas antipatriarcales, que inventan modalidades de poder popular, en
las que el pueblo organizado autogestiona tanto el plano de la
producción como de la reproducción de la vida (ver recuadro).
Un feminismo para defender la paz
En
nuestro continente, el capitalismo héteropatriarcal y colonial, se ha
impuesto violentamente a través de genocidios, guerras, invasiones,
golpes de estado. Los cuerpos de las mujeres han sido un blanco
principal de esas políticas. La feminista colombiana Paola Salgado
Piedrahita, integrante del Congreso de los Pueblos, fue encarcelada
junto a doce compañeros/as de su movimiento, en lo que es considerado un
“falso positivo judicial” (lo que en Argentina se considera una “causa
armada”). En el marco de su participación en la mesa de Feministas
Latinoamericanas en Resistencia realizada en la Plaza de las Acciones
Feministas en el Encuentro Nacional de Mujeres, Paola reflexionaba:
“Somos trece mujeres y varones acusados en este juicio mediático como
terroristas y rebeldes, pero la cara visible de alguna manera ha sido el
rostro de una mujer feminista, acusada de ser “abortera”, “asesina de
niños”, y que ahora “pone bombas en la capital”. No es gratuita la
mediatización del cuerpo y la imagen de las mujeres, para seguir
vendiendo la idea de que el enemigo está en cualquier lado, que puede
tener rostro de mujer. Se acusa a través de este juicio, y se pone bajo
sospecha, a las mujeres que se paran para decirle al Estado sus cuantas
verdades, a las que defienden a otras mujeres que reclaman sus derechos,
específicamente a las que defienden el derecho a abortar en condiciones
legales y seguras. Una de las formas de estigmatizar al movimiento
social ha sido ligarlo a la lucha armada, creando una excusa para luego
ser encarcelados, asesinados, o desaparecidos. Este proceso también
apunta a estigmatizar a los movimientos de mujeres, para neutralizar las
denuncias de las mujeres que han sido victimizadas por la violencia
sexual en el marco del conflicto armado, por parte de los grupos
paramilitares y por parte de las fuerzas militares del Estado”.
Carolina
Pineda, del Congreso de los Pueblos, recuerda a su vez que “la
militarización del territorio afecta a las mujeres, incrementa la
violencia sexual. Hace poco tiempo salió el caso de los militares
norteamericanos que violaron a muchas niñas. La presencia de los
batallones en cada una de las regiones, lleva a que se fragmenten los
vínculos sociales, familiares, pero sobre todo los de las mujeres
jóvenes. Las niñas son abusadas sexualmente, se dan muchos casos de
embarazos no deseados, de abortos, de una situación alterada por la
presencia de los militares”. Agrega Paola que “si bien es cierto que el
cuerpo de las mujeres se utiliza como instrumento y como botín de
guerra, el control del territorio por parte del Estado a partir de las
fuerzas militares y paramilitares, también exacerba las formas de
control sobre la vida cotidiana de las mujeres, para mantener un statu
quo sobre los estereotipos y los roles de género, la sexualización dual
de la sociedad. Hay una regularización de la vida alrededor de los
códigos de conducta, de vestimenta, y los tipos de castigo que sufren
las mujeres al eludir esa normalización de la vida”.
Marieta
Toro, de Marcha Patriótica, refuerza con datos precisos el alcance de
esta guerra. “Sesenta años de guerra del Estado Terrorista colombiano
contra el pueblo, han dejado hasta el momento más de seis millones de
desplazados y desplazadas, de las cuales más del 70% son mujeres, niños y
niñas, más de 250 mil asesinados/as, más de 200 000 desaparecidos/as.
Hay en las cárceles 9500 presos y presas políticas que siguen
resistiendo, y que le dicen a ese Estado que no van a poder con nosotros
y nosotras. Las mujeres colombianas dijimos que no parimos más hijos e
hijas para la guerra”.
En México, la guerra no fue declarada,
pero ahí está. Mónica Mexicano, de la Asamblea de Mexicanxs en
Argentina, nos dice: “Cada 3 horas y 25 minutos muere asfixiada,
violada, pateada, quemada, mutilada, apuñalada, envenenada, con los
huesos rotos o balaceada, una mujer. En las últimas tres décadas, hay
más de 40.000 mujeres muertas. Estamos hablando, en menos de diez años,
de 80.000 personas desaparecidas, de 200.000 asesinadas, de más de
300.000 personas desplazadas en México, y de una cantidad indeterminadas
de comunidades indígenas que han quedado como fantasmas. Nuestra lucha
es por la vida, por cuidar y defender nuestros cuerpos y territorios.
Una de las experiencias es la de las mujeres de Ostula, que participan
de las autodefensas para evitar ser víctimas del narcotráfico, del
terrorismo de estado, y de los feminicidios y de los crímenes contra las
mujeres. El Estado mexicano nos quiere hacer creer que los responsables
son el crimen organizado, el narcotráfico. Pero no es cierto. Lo que
está pasando es una complicidad directa entre el Estado y los narcos,
porque tienen los mismos intereses. Quieren nuestros territorios y los
quieren sin nosotrxs. Quieren apropiarse de nuestros bienes. Por eso en
México las feministas, las mujeres organizadas en nuestras comunidades y
pueblos decimos: frente a la violencia, organización y autodefensa”.
Ni golpes de Estado ni golpes a las mujeres
Los
ríos del feminismo popular parecen salirse de su cauce en las honduras
del continente. Sin embargo, en esas experiencias, el vértigo del
precipicio detona una fuerza incontenible de mujeres de pueblo. La
memoria del agua, se hace de muchos afluentes. Laura Zuniga es hija de
Berta Cáceres, líder del COPINH (Consejo de Organizaciones Populares e
Indígenas de Honduras), una de las mujeres emblemáticas en la
resistencia al golpe de estado, y en la lucha contra las políticas
extractivistas, en particular en los últimos años en la defensa que el
pueblo lenca está realizando del Río Gualcarque, frente a los intentos
de la empresa china, Sinohydro, y de DESA, una empresa del estado
hondureño, de represarlo. Berta Cáceres ha venido sufriendo
persecuciones, cárcel, judicialización, agresiones patriarcales. Ella se
levanta de cada golpe, y es parte del feminismo indígena que nos enseña
que nuestros ríos, como nuestros cuerpos y territorios, tienen que ser
defendidos ante las políticas colonizadoras y patriarcales. Laura trae
el mensaje de Berta, denunciando que una vez más están sufriendo como
pueblo lenca la persecución de sus comunidades. En Río Grande se intenta
instalar una represa, contra la voluntad de la comunidad y de las
mujeres que cuidan y defienden la vida.
Daniela Galindo es joven,
feminista, también hondureña. Denuncia al Estado patriarcal nacido del
golpe de estado, en primera persona: “A partir del golpe de estado se
prohibió la pastilla del día después. Es el único país latinoamericano
en el que están prohibidas las PAE (Píldoras Anticonceptivas de
Emergencia). Las feministas luchamos por nuestro derecho a decidir sobre
nuestros cuerpos”. Toma aire y exclama: “Yo acuso al Estado patriarcal,
de que la mayoría de mis amigas y yo hemos sufrido violencia sexual de
niñas. Yo, desde los nueve años, y por dos años consecutivos, sufrí
violencia sexual por parte de mi padrastro. Esos crímenes son parte de
la violencia patriarcal. También quiero hablar de la campaña que estamos
haciendo contra el abuso doméstico que se llama “Somos Trabajadoras” y
la consigna es “Ni gatas, ni nachas, ni tus muchachas”… Mi madre salió
del campo cuando tenía diez años, para trabajar. Se encontró con un
montón de hombres que abusaron de ella. Fue la “puta” de la familia. La
mujer que trajo cuatro hijas mujeres, todas de diferentes padres. A la
que recriminaron y pusieron aparte. Eso es el patriarcado y así son las
políticas de muerte en Honduras. Pero también estamos las mujeres, las
feministas, que nos organizamos y hemos creado esa hermosa consigna: “Ni
golpes de estado, ni golpes a las mujeres”, que seguimos levantando
como síntesis de nuestras luchas.
El control de nuestros cuerpos
Silvia
Ribeiro, investigadora uruguaya residente en México, integrante del
grupo ETC, recorre el continente dialogando con las y los integrantes de
Vía Campesina, y de comunidades indígenas. Es parte de procesos de
educación popular, de comunicación popular, de diálogo de saberes, de
investigación y creación de redes de luchas populares.
En la mesa
de Feministas Latinoamericanas comparte sus reflexiones: “Quiero hablar
de otra invisibilización que nos resulta difícil de percibir. La
agricultura y la alimentación, siempre han estado en el área de creación
de las mujeres. Desde Monsanto hasta los grandes supermercados, quieren
apoderarse de nuestros cuerpos, a través de la alimentación y de la
corporativización de la agricultura. Tratan que no esté en manos de las
comunidades, de las poblaciones, de las mujeres. Con la invasión de los
transgénicos, se han hecho pruebas a mujeres en lactancia en Estados
Unidos y Brasil, y el 100% de las mujeres muestreadas en zonas de soja
tienen residuos de glifosato en la leche materna. Hace poco se hicieron
pruebas -acá en Mar del Plata las hizo BIOS-, y el 90% de los
muestreados tiene residuos de agrotóxicos en la orina. Los problemas más
graves de salud que hay en nuestra sociedad: cánceres, diabetes,
obesidad, hipertensión, cardiovasculares, están relacionados a un
sistema de agricultura con transgénicos, y a una alimentación basada en
eso”.
También Fátima González, joven integrante de CONAMURI
(Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas) de Paraguay,
denuncia el peso que tienen las corporaciones no sólo en la supresión de
la soberanía sobre cuerpos y territorios, sino sobre la propia
soberanía política. En el 2012, el golpe de estado que derrocó a
Fernando Lugo, tuvo entre sus inspiradores a corporaciones como Monsanto
y Río Tinto. Dice Fátima: “El gobierno de Horacio Cartes es fruto de un
golpe de estado de las transnacionales, que arrancó con una masacre que
mató a once compañeros que estaban luchando por el derecho a la tierra.
Las tierras de Marina Cue, en Curuguaty, son del Estado paraguayo.
Deberían estar destinadas a la Reforma Agraria, para producir alimentos
sanos. Pero el estado paraguayo asesinó a los compañeros, y los
desalojó, para destinar esas tierras a la soja de Monsanto, esa
transnacional que nos mata, nos envenena, nos expulsa de nuestros
territorios y nos criminaliza. Somos feministas campesinas e indígenas,
mujeres que defendemos la tierra, las semillas nativas y criollas, la
soberanía alimentaria. Educamos en agroecología y la practicamos. Somos
también quienes estamos resistiendo el golpe de estado, su continuismo, y
les pedimos una vez más la solidaridad”.
En la Mesa
Latinoamericana, convocada por la coordinación feminista de la Escuela
de Derechos de los Pueblos del Abya Yala, donde confluimos diversos
colectivos del feminismo comunitario y popular de Argentina, hubo otras
voces. Hubo también muchos cuerpos y cantos, mucha energía fluyendo como
el agua, y buscando nuevos encuentros.
Los ríos del feminismo
popular se van cruzando en su recorrido con otros ríos, como los del
feminismo comunitario aymara, en Bolivia, o el feminismo maya xinka en
Guatemala. Por momentos confluyen, por momentos divergen. Si hay algo
que representa estos esfuerzos, es esa síntesis de cuerpos y territorios
que se rehacen en la acción colectiva, solidaria, en la memoria de las
mujeres del pueblo, en su andar. Son ríos que nos hablan desde la
historia de mujeres que se acompañan a buscar agua, a enfrentar la
violencia machista, a abortar, a presentarse frente a los tribunales
patriarcales. Ríos en movimiento, en movimientos, en colectivas, en
comunas, en las que a pesar de las piedras, y de las grandes represas
que buscan detenerlos, se sigue regando el horizonte feminista y
socialista.
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