Carlos Bonfil
Toda una noche. Aunque la primera tentación sería relacionar el propósito y la trama de la película Porto, de Gabe Klinger, con aquella deambulación urbana de una pareja romántica en Antes del amanecer (1995), de Richard Linklater, cineasta sobre el cual Klinger realizó un documental como primer trabajo, Double Play: James Benning and Richard Linklater
(2013), en realidad lo que acomete ahora es algo más original y de un
tono narrativo alejado de las convenciones hollywoodenses. Narrada a
partir de saltos temporales y alternando tres formatos diferentes, 16 y
35 milímetros y en ocasiones el súper 8, este primer largometraje suyo
de ficción refiere la fugaz experiencia romántica del estadunidense
vagabundo Jake (Anton Yelchin) y la joven estudiante de arqueología Mati
(Lucie Lucas), en Oporto, una ciudad lusitana donde, según apunta el
lugar común, parece haberse detenido el tiempo.
Contemplada la efímera relación a distancia, y a partir de los puntos
de vista de cada uno de los dos protagonistas, el filme semeja menos la
clásica historia de un amor contrariado por las circunstancias, que un
interesante estudio sobre el poder de la evocación nostálgica. En este
sentido, la caracterización de Jake como un personaje melancólico y
desorientado, sin sólidos asideros sociales, que lleva a cuestas un
deseo amoroso que ha pasado del cortejo muy avispado a una solicitación
penosa, es realmente notable. Esa melancolía final, tan a tono con una
ciudad que la fotografía de Wyatt Garfield captura sin atender
inútilmente al detalle pintoresco, confiere a la película un toque
especial, muy cercano al cine de Jim Jarmusch, quien también es
productor ejecutivo de la cinta. Si a esto se añade, para la anécdota,
que poco después del rodaje, el actor de 27 años Anton Yelchin fallece
en un accidente automovilístico, el aura de lóbrega añoranza, o de
saudade, se vuelve ya una mitología instantánea.
El director de Porto, antiguo profesor y crítico de
cine, propone aquí una historia de amor minimalista y poco convencional,
en apariencia tan evanescente como un ligue pasajero y un frenesí
sexual olvidados poco después del amanecer, y que sin embargo perdura en
la memoria de sus protagonistas por su propia naturaleza de pequeña
gran ilusión abortada. La cinta explora, casi en filigrana, esa larga
frustración que recurrentemente asalta a la memoria, y lo hace con
herramientas no muy distintas a las empleadas por el cine de Chantal
Akerman o del portugués Manoel de Oliveira. El brasileño Gabe Klinger
semeja así un alumno aventajado de esos grandes maestros y Porto, novedosa ficción casi fantasmagórica, respalda con vigor esa filiación artística.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional. 12 y 17:15 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1
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