situación críticade la migración indocumentada hacia su país.
No se trata de una medida sin precedente: ya en 2006 George W. Bush
decretó una movilización de tropas similar como medida provisional en
tanto se completaba la contratación y capacitación de nuevo personal
para la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, y en 2010 Barack
Obama envió a la zona limítrofe a mil 200 efectivos para intensificar el
combate al narcotráfico y a la inmigración irregular.
Sin embargo, en la circunstancia actual el despliegue militar tiene
una significación completamente distinta: no es una medida gubernamental
y administrativa que concierna exclusivamente al país vecino, sino un
gesto de abierta hostilidad y un intento de chantaje al gobierno
mexicano.
Cabe precisar que, más allá de consideraciones de tipo doméstico,
tras la actual determinación de la Casa Blanca hay la intención
explícita de obligar a México a adoptar una política represiva y
persecutoria en contra de los centroamericanos que participan en la
Caravana del Migrante –cuya disolución por parte de las autoridades
mexicanas fue exigida por Trump– y el propósito implícito de conseguir
las máximas concesiones posibles en la mesa en la que se lleva a cabo la
renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN). Así pues, el signo antimexicano tanto de la movilización de la
guardia nacional como del diagnóstico que pretende justificarla es
inocultable e ineludible.
En tal circunstancia, resulta imperativo que las autoridades
nacionales respondan con el aplomo y la entereza que el asunto reclama y
que manifiesten de manera inequívoca el rechazo a esa injustificable y
agresiva militarización de la frontera.
Por ejemplo, toda vez que resulta meridianamente claro que las
condiciones para proseguir la renegociación del TLCAN son cada vez más
adversas y que se quiere colocar a México contra la pared, en una
situación en la que tiene todo que perder y nada que ganar, es necesario
reconsiderar con seriedad la ruta de esas tratativas a la espera de
circunstancias internas, bilaterales e internacionales menos
desfavorables para firmar un documento mínimamente equitativo y
equilibrado.
Debe analizarse, asimismo, la modificación sustantiva de la
colaboración migratoria con Washington, como un necesario mensaje de la
determinación de México a decidir por sí mismo, y en ejercicio de su
soberanía, de las políticas migratorias en el territorio nacional.
Hay otras respuestas posibles. En todo caso, como ha quedado
demostrado en numerosas ocasiones, lo peor que puede hacerse ante las
embestidas, bravuconadas e insolencias del actual mandatario
estadunidense es ceder y adoptar actitudes obsecuentes. Lo recomendable,
en cambio, es enfrentar la situación sin estridencias ni alardes, pero
con firmeza, determinación y dignidad.
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