Ilán Semo
Un examen –incluso
somero– de las dos décadas y media que el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN) estuvo en vigor, tendría que preguntarse, al
menos, por las ventajas y desventajas de acuerdos de libre comercio con
el vecino del norte. Las ventajas son datables y conocidas. Han sido uno
de los temas centrales de la propaganda política que validaron y
convalidaron a las administraciones desde el periodo de Carlos Salinas
de Gortari hasta la de Enrique Peña Nieto. En principio se reducen a
tres: 1).- el ingreso masivo de inversiones extranjeras que se
concentraron tan sólo en ocho entidades de la República; 2).- la
formación de una fuerza de trabajo que –por su calidad, disciplina y
nivel tecnológico– compite con cualquiera en el mundo y 3).- la
aparición de un nuevo rubro en los ingresos internacionales, el cual
encabeza hace tiempo la lista de esos ingresos y que es cosecha del
sacrificio de los migrantes, las remesas.
Las desventajas, ostensibles desde hace años, y cada día más
dolorosas, se podrían repensar en cinco aspectos (el lector puede
agregar los que considere pertinentes): a).- la transformación del país
en una zona de guerra y desastre humanitario, en la que centenares de
bandas y cárteles político-criminales mantienen secuestrada y
aterrada a la mayor parte de la población ( que serían inconcebibles sin
la circulación del narcotráfico, el flujo de armas, la porosa migración
y el sustento de partes del capital global); b) la migración de
millones de mexicanos que obtienen salarios de tercera y son tratados
bajo condiciones de ciudadanos de cuarta; c) la permanencia de una élite
política y empresarial que hace tiempo ya no acepta ninguna
responsabilidad nacional; d) la concentración del superávit que resulta
del comercio mutuo en manos de la banca global y e) la devastación
ecológica de un sinnúmero de regiones.
¿Valió el TLCAN realmente la pena?
Sea como sea, el nuevo tratado, el Acuerdo Estados
Unidos-México-Canadá (Usmca), es un hecho. O está a punto de serlo, pues
falta la aprobación de los poderes legislativos. Antes que nada, el
acronímico es, en cualquiera de los tres lenguajes mayoritarios de la
zona –inglés, español y francés–, simplemente impronunciable.
Semánticamente, está conformado a la medida de las necedades y
necesidades electorales de Donald Trump, que requiere pasearlo –como una
suerte de trofeo– en los próximos comicios que se avecinan en noviembre
con el US por delante.
El nuevo tratado contiene mucho más desventajas (para la sociedad
mexicana) que el TLCAN y no prevé ningún párrafo o alusión que regule,
corrija o, al menos, advierta sobre sus graves –y hoy prácticamente
calculables– consecuencias. Para México, la experiencia es tal que
simplemente podemos decir como en los malos matrimonios: no hay novedad
en el frente, we have been already there.
El Usmca clausura prácticamente la posibilidad de establecer tratados
bilaterales con otros países (a menos que sea con el visto bueno de
Washington) –¿quién le teme a Pekín?–. En caso de un tratado bilateral,
habría que dar aviso a las otras dos naciones –Canadá y Estados Unidos–,
y cualquier de estos podría convertir al Usmca en un acuerdo bilateral.
Es simplemente aberrante.
En términos de soberanía, se trata ya en rigor de un sistema de
contención e intervención similar al que permite un protectorado.
La producción automotriz, que fue el pilar del TLCAN, se verá afectada, al igual que la de muchas otras ramas de producción.
Cierto, siempre queda la posibilidad de que otros países envíen sus
capitales para producir (casi) enteramente) en México. Lo cual no es
imposible. Al menos, los alemanes ya celebraron el Usmca.
La pregunta es si no habría acaso que abrir en el Congreso un
conjunto de comisiones que aglutinen los debates sobre cómo pensar en
medidas preventivas frente a un escenario que no es en absoluto
prometedor. Menciono sólo tres que parecen urgentes.
La primera y más ingente es la legalización de la mariguana y los
cultivos de amapola. Sin esta reforma, la economía política del
narcotráfico y sus entramados globales seguirán intactos.
La segunda es cómo atraer a otros capitales internacionales
–despertar iniciativas nacionales– que capitalicen la actual guerra
comercial entre China y Estados Unidos. Es una de las pocas vías para
abrir un frente en la escena global que procure equilibrios frente a la
asimetría del Usmca.
La tercera debería investigar los nexos entre la inversión extranjera
(incluidos los bancos) y las redes del crimen organizado. De alguna
manera, las organizaciones criminales que hoy actúan en todo el
territorio nacional cumplen una función muy similar a la que ejerció la
piratería (en particular inglesa) en contra de España en el siglo XVII:
abrir mercados con la fuerza de las armas. Los contingentes del crimen
en México son probablemente el primer frente de los soldados de la
globalización.
Por último, una comisión de la suspicacia y la desconfianza. De facto
Trump anuló unilateralmente un acuerdo –el TLCAN– pasando por encima de
sus propias cláusulas de garantía. Si Estados Unidos no sale una vez
más bien librado del Usmca, en unos cuantos años podría pasar
exactamente lo mismo, sea cual sea el presidente en la Casa Blanca.
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