Según un informe de la Fiscalía Financiera Nacional de Francia
fechado en 2016, Aeropuertos de París International (ADPI), filial de la
paraestatal, incurrió en acciones sospechosas en Emiratos Árabes
Unidos, Catar, Dubái, Arabia Saudita, Irán, Líbano y Libia, entre 2007 y
2016.
El semanario Marianne publicó el caso el 23 de marzo de 2018. Una
semana después la empresa le pidió a la Fiscalía Financiera Nacional –el
equivalente de la mexicana Unidad de Inteligencia Financiera– que
iniciara una investigación.
En México, el pasado 29 de marzo el secretario de Comunicaciones y
Transportes, Javier Jiménez Espriú, confirmó a Proceso que ADP está
elaborando el plan maestro de Santa Lucía. Afirmó que los expertos
franceses “ya están aquí, trabajando” –en un “grupo técnico de estudios
aeroportuarios”– y que el contrato está a cargo de la Secretaría de la
Defensa Nacional.
La compañía y la embajada de Francia, por su parte, se negaron a dar
su versión a Proceso. Jérome Marmet, responsable de prensa del grupo,
asevera: “Estamos enterados (sobre las obras de Santa Lucía) pero no
podemos decirle más por el momento”.
Entre los señalamientos de corrupción de la empresa destaca el pago,
en 2013, de 725 mil euros a la intermediaria Shahpari Zanganeh –la
tercera esposa de Adnan Khashogi, el principal vendedor de armas de
Arabia Saudita, fallecido en 2017–, por su papel en la obtención de un
contrato de 87 millones de euros para la extensión del aeropuerto de
Yeda.
En Dubái, el contralor se percató de que ADPI falsificó sus facturas
en la expansión del aeropuerto de Al Maktum, con las cuales se embolsó
“decenas de millones” en efectivo; y armó una estructura fiscal que le
permitió no pagar impuestos en Qatar durante cinco años, en los que
amasó grandes cantidades de dinero.
“Estas operaciones constituyen los delitos de falsedad, estafa y fraude fiscal”, subrayó el contralor.
En 2011, ADPI pagó el equivalente de 1 millón 600 mil euros por
“prestaciones de ingeniería” a un intermediario francés –quien se
encontraba en los Emiratos Árabes Unidos, prófugo de la justicia gala–,
durante la licitación de un contrato para desarrollar una cadena de
hoteles en el emirato de Fuyaira.
El contralor interno de ADPI notó años después que el monto de la
prestación estaba “exagerado”, y además la firma no obtuvo el contrato.
En Libia, el grupo mantiene una disputa comercial por más de 100
millones de euros, derivados de contratos celebrados con el régimen de
Muamar Gadafi en junio de 2007, que abarcaron la extensión de los
aeropuertos de Trípoli, Bengasi y Sabha. El gobierno libio estima que el
grupo le facturó con sobrecostos de entre 27% y 128% para estas obras.
Entre enero y junio de 2012, ADPI contrató una milicia paramilitar
privada para resguardar sus oficinas en el aeropuerto de Trípoli.
Además, la filial internacional posiblemente violó el embargo sobre
el programa nuclear en Irán, aplicado por la ONU y la Unión Europea
entre 2006 y 2007. De acuerdo con Marianne, la compañía siguió
elaborando estudios para construir dos aeropuertos en Mashhad e Ispahán
–éste, ubicado a poca distancia del centro de investigación nuclear del
gobierno–, con el aparente desconocimiento de la diplomacia francesa.
De acuerdo con Marianne, tres trabajadores de la empresa alertaron a
la sede central sobre las operaciones dudosas de ADPI. “Fueron
despedidos sin aviso previo el 15 de octubre de 2017”, señaló el
semanario.
Tormenta política
Aparte de su filial internacional, ADP está en el centro de una
tormenta política en Francia: la madrugada del 16 de marzo los diputados
aprobaron una ley del gobierno de Emmanuel Macron que abre la puerta a
la privatización del consorcio, del que el Estado es accionista
mayoritario.
La posible privatización de ADP –en realidad, una concesión al sector
privado para los próximos 70 años– desató una ola de indignación en
todos los partidos de oposición, los cuales cuestionaron la razón por la
cual el Estado quiere deshacerse de un grupo rentable, que aporta cada
año entre 100 y 200 millones de euros de dividendos al erario y cuyas
ganancias crecieron 22% en 2017.
Además de llevar a la mente la desastrosa privatización de las
carreteras, en 2006 –que provocó el incremento de los precios de los
peajes y generó grandes ganancias para las concesionarias–, los
opositores al proyecto del gobierno de Macron señalan que el Estado
deberá desembolsar al menos mil millones de euros para indemnizar a los
accionistas privados actuales, que detentan 49.4% de las acciones.
Por si fuera poco, la Asamblea Nacional aprobó la ley a las seis de
la mañana del sábado, con los votos de apenas 27 diputados… sólo 45 de
ellos seguían en el hemiciclo en ese momento, menos de una décima parte
de los 577 que forman la legislatura.
Aunque el gabinete de Macron despliega todos sus esfuerzos para
defender la ley, más de 150 mil ciudadanos firmaron una petición en
línea para oponerse a la privatización, y el pasado 9 de marzo, 150
“chalecos amarrillos” se manifestaron dentro del aeropuerto de Roissy
Charles de Gaulle para repudiar esta “aberración”, que “va contra los
intereses de los franceses”. El presidente del grupo ADP, Augustin de
Romanet, calificó el proyecto de privatización como una “pendejada”.
Por si fuera poco, el gigante de la construcción Grupo Vinci se
menciona como uno de los principales candidatos a obtener la concesión
de ADP, del que es accionista.
Este grupo obtuvo la concesión de la mitad de las carreteras
privatizadas en 2006, y estuvo en el centro de algunos escándalos de
corrupción internacional, como el presunto uso de trabajo forzado en la
construcción de infraestructura en Catar, sede del mundial de futbol de
2022.
Este texto se publicó el 7 de abril de 2019 en la edición 2214 de la revista Proceso
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