6/27/2010

CINE CINE CINE


Los nuevos hábitos de la Cineteca Nacional

Carlos Bonfil

De acuerdo con las reglas de operación, contenidas en sus estatutos, la Cineteca Nacional es desde 1974 la institución destinada a la preservación de diversas colecciones relativas al quehacer fílmico y a la difusión del cine mundial de arte y ensayo, así como de testimonios históricos, artísticos y culturales del patrimonio de nuestro país. Entre sus tareas primordiales figura una hasta la fecha desatendida, a pesar de múltiples peticiones al respecto: difundir y hacer accesible al público el acervo fílmico nacional, es decir, la producción fílmica del país desde el cine mudo hasta el presente, con énfasis particular en la llamada época de oro (1936-1955).

En cualquier cinemateca del mundo esta valoración histórica del cine nacional es una tarea evidente y prioritaria; en México, en cambio, se trata de una asignatura pendiente, a menudo soslayada. El cine mexicano que la Cineteca Nacional exhibe, defiende y promueve ha sido, casi invariablemente, y siempre de acuerdo con el gusto o intereses del titular en turno, el más contemporáneo, y no siempre el de mejor calidad, con lo que la institución se ha vuelto la plataforma alternativa de proyección de mucho de lo que no funciona en taquilla. Por comprensible que sea la intención de apoyar a la producción actual, cabe preguntarse si es a la Cineteca a la que corresponde la ingrata tarea de disimular, o paliar en lo posible, los efectos del sistema injusto de distribución y exhibición comercial que hoy padece el cine mexicano.

Según los mismos estatutos, la Cineteca Nacional debe asegurar el funcionamiento de ocho salas de exhibición con la presentación de películas seleccionadas por su calidad, trayectoria del director, interés histórico, pertenencia a una corriente histórica o época específica, participación en festivales internacionales, galardones recibidos y de interés nacional e internacional. Aunque en lo esencial estos propósitos se cumplen, coexisten hoy en la institución dos realidades muy distintas. La difusión del cine de arte y ensayo cuenta con salas pequeñas que proponen ciclos realmente notables (nueva ola francesa, retrospectivas sobre Gustav Deutsch y Alexander Kluge, festival Cinema Europa, Historia del cine mudo, y un largo etcétera), y tres salas grandes que se han vuelto pasarelas de estrenos que anticipan, afianzan o prolongan la oferta comercial de las cadenas exhibidoras. Basta consultar la programación de cualquier cinemateca de calidad en el mundo para verificar que esta coexistencia de lo artístico y lo comercial no es parte de su vocación original ni de su práctica cotidiana.

El problema en México surge cuando las modestas instalaciones de la Cineteca original son remplazadas, luego del incendio, por un conjunto ambicioso de espacios de proyección que difícilmente pueden subsistir financieramente sin ajustarse a exigencias muy severas de rentabilidad comercial –justamente el tipo de presión del que debería estar protegida una institución de tipo cultural. Debido a esta desmesura de nuevo rico, en la Cineteca Nacional existen dos esquemas de programación que deben mantener un equilibrio artificial y precario: aquél que favorece la difusión de un cine de arte (en resumen, la propuesta fílmica sin cabida o permanencia en la cartelera comercial), y ese otro que paulatinamente transforma a la Cineteca Nacional en caja de resonancia de las novedades en cartelera, con atracciones adjuntas, y soportes publicitarios dignos de cualquier parque temático. La Muestra de Cine y el Foro de la Cineteca participan también de esta delicada coexistencia de programaciones muy contrastadas.

Es posible y sin duda deseable que la nueva administración de Paula Astorga (ex directora del FICCO), resuelva con imaginación y astucia el falso dilema que opone en un recinto institucional al cine comercial y al cine de arte, restituyéndole plenamente a la Cineteca Nacional su primera vocación cultural. Lo contrario sería jugar a una continuidad burocrática que valora la calidad de un proyecto según el número creciente de entradas que genera cada año –aspiración muy propia de una cadena de exhibición comercial, pero un tanto absurda en una institución cultural de primer nivel.

En lugar de replicar pasivamente la oferta mercantil novedosa, ¿por qué no hacer de la programación de la Cineteca Nacional un Festival de Cine permanente? Si alguien está capacitado para una empresa de ese tamaño, es justamente su nueva directora.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario