9/19/2011

La mano (in)visible del Presidente


Ricardo Raphael

Los partidos tienen la libertad de escoger el mejor método para elegir candidatos, pero no todos los métodos ofrecen a sus militantes la misma libertad de participar en los procesos democráticos. Hay reglas que privilegian el voto de dirigentes sobre militancia, y están aquellos que colocan a los líderes en igualdad de condiciones con el resto de los mortales.

Durante la mayor parte de su historia, el Partido Acción Nacional prefirió mantener una selecta membresía para que a las decisiones internas concurrieran participantes informados; se asumió como una organización horizontal de cuadros, en contraste con el PRI, cuya tradición respondía a la del partido de masas.

Los notables panistas eran pocos pero pretendidamente ilustrados; representantes de una clase media emergente que, según afirmaban, no estaban dispuestos a ser tratados como acarreados del gobierno. Con el tiempo esta fuerza política logró fundar una identidad sólida, pero no tuvo la habilidad para tener triunfos significativos.

En parte fue así porque el PRI era una maquinaria implacable a la hora de contender, con todos los recursos del Estado a su favor, en los comicios, pero también ese resultado se debió a que, en su íntima convicción, los panistas eran refractarios a reclutar militantes que no cumplieran con el perfil del profesionista liberal o del empleado clasemediero cuya respectiva mística era la de participar sin esperar sueldos, prebendas o favores gubernamentales a cambio de su adscripción partidaria.

Diez años en el poder han cambiado de raíz la esencia de tal partido. Esta organización no es más de cuadros: durante el último lustro creció masivamente el número de sus adherentes, no tanto por lo atractivo de su propuesta, sino porque imitó con entusiasmo a sus adversarios en el lastimoso trueque de los favores por los votos.

Hoy el PAN es un PRI o un PRD disfrazado de azul. Una fuerza política cuyas verdaderas bases militantes están asfixiadas por las clientelas. Hartos recursos públicos han sido utilizados para asegurar la incondicionalidad que tanto criticaron sus fundadores.

De la noche a la mañana el padrón de adherentes se multiplicó por diez, sobre todo entre los más desprotegidos. Todo pretexto ha sido bueno: despensas, sacos de arena y cemento, tinacos, la construcción de una red de drenaje, el apoyo económico a madres solteras, en fin.

Con el PAN nuestros impuestos siguen trabajando, pero, como antes, contra un uso racional del gasto público. Cierto es que en tal método el PRI y el PRD llevan la delantera; sin embargo, y por desgracia, estos dos partidos nunca han tenido como divisa combatir al clientelismo.

El PAN, en cambio, decía que para construir ciudadanía era dañino vincular la repartición de bienes públicos con la manipulación electoral de los más vulnerables.

Durante la actual administración esta fuerza política claudicó: ha utilizado todas las poleas, pistones y rondanas que desde el gobierno sirven para disponer del dinero ajeno; Acción Nacional se ha metido en la disputa, no por conseguir votantes, sino por asegurar la afiliación de caciques de colonia, barrio y ranchería que, a cambio de prebendas, se encargan de acarrear electores.

Una decisión así no se toma sin la autorización de quien conduce al gobierno: sean los presidentes municipales panistas, los gobernadores, los funcionarios públicos de alto nivel o el Ejecutivo federal.
Felipe Calderón Hinojosa, el hombre que prometió piso parejo para los competidores de la gran contienda, sabe que con las nuevas clientelas panistas la igualdad entre los precandidatos es mentira: por lo pronto Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel están lejos del cofre donde se concentra el flamante capital político.

No sorprende en este contexto que Vázquez Mota haya pedido ayer que la selección de la candidatura presidencial en su partido se haga a partir de un proceso abierto a toda la ciudadanía. Su intención no sería combatir los viejos principios de una organización de cuadros, sino conjurar la consolidación de un partido de masas manipulado por su dirigencia más alta.

Esta discusión resulta interesante para aquellos electores, panistas y no panistas, que tenían algo de estima por este partido, precisamente por el único rasgo que le distinguía de sus adversarios: la oposición al autoritarismo que deriva de la incondicionalidad clientelar.

Si el PAN abandona en definitiva ese argumento de su ideario cabe preguntarse: ¿en el 2012 por qué otra buena razón habría de entregársele el mandato en las urnas?
Analista político

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