1/26/2012

El Panal no es un partido




Adolfo Sánchez Rebolledo

El llamado Panal no es un partido, no lo fue nunca (aunque disponga del registro legal) Nació para servir a los intereses de la maestra Elba Esther Gordillo en las negociaciones con otros grupos de poder, particularmente con el gobierno en turno que presidía el inefable Fox. Gracias al Panal, La Maestra consiguió superar la ruptura con el PRI –su alma mater–, administrar la bolsa de votos corporativa para colocarse con Felipe Calderón a cambio de los servicios prestados en campaña. Su experiencia en 2006 la ubicó como una figura central en el sistema, junto a otros grupos de interés: los poderes fácticos que gobiernan imponiendo los grandes temas de la agenda.

Debido a su astucia, así como al conocimiento detallado de las servidumbres de la clase política (invención que iguala y diluye diferencias), La Maestra conservó intacto el poder que en nombre del sindicato ejerce sobre la educación nacional. De allí surgen sus ejércitos volantes, la red de comisionados que le permite dirigir la vida interna del mayor sindicato de Latinoamérica y a la vez actuar en el campo abierto de la política electoral, como si se tratara de un grupo más de ciudadanos con vocación de servicio público.

Lamentablemente, la constitución de Nueva Alianza no añadió nada en términos ideológicos o programáticos a nuestro raquítico régimen de partidos y sí, en cambio, introdujo un elemento perturbador que deforma la competencia. Su existencia nada tiene que ver con la democracia, sino con las formas que históricamente adopta el final del régimen, es decir, con su decadencia.

La Maestra llegó a las máximas posiciones sindicales arropada por Salinas para enterrar a la decrépita e impresentable dirigencia magisterial encabezada por Vanguardia Revolucionaria, una formación parasindical creada con el fin de perpetuar el dominio oficial sobre el gremio. Hacia afuera, como también ocurrió con los petroleros, el gobierno intentaba un golpe de efecto descorporativizando dos especímenes emblemáticos, pero lo hizo sin cambiar la regla de oro del sistema, manteniendo a buen resguardo la sumisión de los líderes. Ni el golpe contra Jonguitud ni el derrocamiento de La Quina democratizaron el ámbito sindical, pero el presidente obtuvo luz verde para las reformas que debían poner al país en la ruta de la ahora sí modernización definitiva. Esto último, ya se sabe, no ocurrió, pero el corporativismo adquirió nuevas facetas sin poner en duda la relación estrecha entre las directivas sindicales y el gobierno. La crisis del poder político subrayada por la alternancia despertó la ilusión de que los grandes sindicatos eran monopolios, dotados de autonomía para moverse en la danza de intereses que se disputan la hegemonía de la oligarquía, como si en verdad hubieran dejado de ser instrumentos para el control político y laboral, piezas esenciales de la arquitectura antidemocrática del régimen en transición.

Las pugnas que derivaron en la crisis del PRI realzaron la fuerza de La Maestra, pero también hicieron ver con mayor claridad los efectos negativos de su presencia en el sistema educativo nacional. Las resistencias de los panistas duraron poco o fueron tan débiles que no trascendieron (remember Josefina), y al final cedieron. Sin el apoyo militante del SNTE el gobierno no se habría lanzado a las aventuras reformadoras que están en curso, las cuales sólo han desvirtuado la necesidad de renovar la enseñanza pública, pero sin las interferencias negativas de una camarilla que sólo vela por sus intereses. No se pudo, entre otras cosas, porque Elba Esther Gordillo ha sido hasta hoy figura intocable e imprescindible para el Presidente. ¿Pura necesidad? Tal vez, pues nadie en las altas esferas se busca problemas con ella si puede evitarlos. Y si los hay, como ahora, todos en el PRI salen a decir que el divorcio es amistoso, aunque nadie duda de que detrás de la ruptura haya segundas intenciones y que La Maestra venderá muy caros sus apoyos electorales al mejor postor. La colaboración con Peña Nieto tal y como estaba era ilusoria y por ende tendrá que adoptar nuevas formas, pero no ha desaparecido. El mercado ajustará el precio.

No tiene caso insistir en el punto. Lo que sí vale la pena subrayar es otra obviedad: los maestros de México no necesitan de un partido corporativo que los represente como si viviéramos la hora del monolitismo y la ideología única. Lo que sí requieren con urgencia es un sindicato democrático, capaz de darle cauce a la defensa de los intereses de sus afiliados sin abandonar el papel que le corresponde como columna vertebral de una posible, necesaria transformación de la enseñanza al servicio de la nación.

El sindicalismo magisterial deriva su fuerza real, más allá de los números o el volumen de las cuotas, de la función imprescindible que los profesores cumplen al servicio de la sociedad. Cierto, formalmente nada les impide a los maestros y empleados de la SEP expresar sus preferencias políticas por este o aquel partido, o por ninguno, pero es inconcebible que el aparato sindical se identifique con una organización política de curso legal. En algunos países democráticos, donde los sindicatos son fundamentales para la negociación obrero-patronal, son los propios estatutos de las organizaciones de trabajadores los que prohíben a sus líderes formar parte de los círculos dirigentes de los partidos. Se preserva así la independencia y el pluralismo de base. Aquí es al revés: los líderes obreros aprovechan a las organizaciones para recibir prebendas políticas sin atender a la voz de sus representados: esa es la herencia del pasado que se niega a desaparecer. Los trabajadores de la educación saben que no hay salidas sin un replanteamiento a fondo de las tareas nacionales, que el apoliticismo es una quimera y la supuesta neutralidad sindical una forma de alejarlos de las verdaderas soluciones. Un sindicalismo genuino defiende al trabajador y garantiza la calidad de la enseñanza.

La entrada del Panal a la contienda presidencial sin los asideros del PRI añade no un elemento de claridad sino de baja politiquería. El partido de La Maestra no es un partido bisagra. No representa, propiamente, a una minoría. La trayectoria de La Maestra está regida por el oportunismo para colarse en las ruedas del poder y deslizarse con ellas. Esa es su apuesta. Poco importa si para ser útil a sus aliados/protectores se agravia a los escolares de México, a los profesores, a la sociedad mexicana que ve despeñarse la promesa de ver educados a sus hijos.

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