1/25/2012

Hartazgo de la violencia



Ricardo Rocha

Para ser franco, el tema comienza a adentrarse en los pantanosos terrenos del fastidio. Porque la verdad, qué puede ya conmovernos si parece que lo hemos visto todo: los 50 mil muertos de cualquier manera, encajuelados, descabezados, empozolados, torturados o nomás tirados a media calle; los 72 sacrificados y enterrados de San Fernando; los niños Bryan y Martín muertos en brazos de su madre por los soldados y el terror a las calles oscuras de ciudades y pueblos.

Pero lo que más harta y desespera es la terca necedad del Gobierno a aceptar una realidad tan evidente como las páginas de los periódicos y los noticieros de cada día. Yo mismo me he declarado hastiado –y también asqueado– por el obligado recorrido matutino a través del mapa creciente de la violencia. Agréguense las decenas de críticas dentro y fuera al método gubernamental. Todavía más, los señalamientos de todo tipo de abusos y no pocos crímenes cometidos por agentes municipales, estatales y federales y por supuesto que de la Marina y el Ejército: desapariciones forzadas, torturas, acosos, amenazas y muerte.

Pues con todo y eso, el Gobierno calderonista se ha negado a aceptar estas realidades con un despliegue de amnesia, ceguera y autismo; la violencia sólo se da en muy pocas y focalizadas zonas del país; no hay territorios bajo el control del narco; los muertos son en su mayoría sicarios que bien merecido se lo tenían.

Por eso les irrita tanto que alguien de fuera les venga a decir que nada de eso es cierto: que la guerra del Presidente es un fracaso; que la violencia sólo ha generado más violencia; que son ya demasiadas víctimas inocentes y que esta es, finalmente, una guerra perdida.

Por supuesto que el diagnóstico de Human Rights Watch es contundente: del 2007 a la fecha los resultados de la guerra en materia de derechos humanos han sido sencillamente catastróficos; HRW pasó dos años investigando en campo con entrevistas a víctimas, defensoras y defensores de derechos humanos, funcionarios gubernamentales y hasta fuerzas de seguridad; se documentaron 39 casos en la mayoría de los cuales se evidenció “fuertemente” que agentes policiales y militares participaron en torturas y en desapariciones forzadas; en esas acciones criminales intervinieron por igual el Ejército, la Marina, la Policía federal, policías estatales y municipales; algo muy grave es que no hay coordinación entre estas fuerzas, cada una “trabaja” por su lado y todas cometen abusos; peor aún, es que en todos los 39 casos documentados las autoridades de los tres niveles de gobierno intentaron –y las más de las veces lograron– ocultar sus crímenes.

Y hay todavía más señalamientos concretos que han enchilado al Gobierno de México: que “el presidente Calderón está empleando a militares para luchar contra los narcotraficantes y la delincuencia organizada, pero las fuerzas armadas no están bien entrenadas para realizar labores policiales y además gozan de impunidad cuando cometen abusos y delitos”; “existe una impunidad absoluta en México para los militares, quienes con el sistema de justicia castrense nunca son juzgados”; se ha originado un significativo aumento de los asesinatos, la tortura y otros abusos de las fuerzas de seguridad, que han provocado a su vez que el clima de desorden y miedo se haya agravado en muy diversas regiones del país.

Pero lo que tal vez irrite más al actual Gobierno es el horroroso término. Es decir, cuando HRW concluye que “tenemos datos que demuestran que en México la violencia ha aumentado horrorosamente en los últimos años”.

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