Aquel momento no fue una casualidad, como tampoco pareciera serlo
ahora que, también Michoacán, y sus estados vecinos, son de nuevo
escenario de pulsiones sombrías.
En sólo una noche cuatro ciudades de Guanajuato vivieron una asonada de carros incendiados. El viernes pasado, Salamanca, Guanajuato (capital), San Miguel de Allende, Yuriria y Moroleón mostraron cuán fácil es producir terror entre la población. Se presume que tales eventos ocurrieron como reacción a los enfrentamientos ocurridos días antes en Michoacán, entre las fuerzas federales y la mafia que aún tiene tomada la región.
Se trata de la vieja estrategia de guerra de mutua disuasión: si las fuerzas del orden lanzan su imperio contra los criminales, éstos intentarán demostrar que su capacidad de reacción puede ser tan proporcional como el Estado quiera. Sobre todo mientras sucede la larga transición de poder que siempre crece los niveles de vulnerabilidad institucional.
En este contexto habría de leerse también el asesinato del joven presidente municipal priísta de Matehuala, San Luis Potosí, Édgar Morales. Lo mismo que el secuestro de las carreteras que conectan Zacatecas o los cadáveres hallados durante los últimos días en Veracruz. Después de la tregua que, al menos en la opinión pública, firmó la violencia criminal con la ciudadanía mientras duró la contienda electoral, otra vez el interregno es escenario desastroso.
Las razones que explican esta circunstancia son las mismas que sirvieron para entender lo ocurrido hace seis años. La coincidencia no es casual sino causal: los violentos muestran sus dientes y músculo para avisarle al próximo gobierno que el costo por la paz tendría que ser la tolerancia hacia sus actividades delictivas.
Entendido así, la revancha guanajuatense no tendría tanto que ver con la participación de la fuerza pública de hoy sino con una amenaza explícita a la fuerza pública de mañana.
En 2006, la violencia exhibida durante el interregno terminó definiendo las prioridades del gobierno de Felipe Calderón. Las cabezas lanzadas y los cuerpos mutilados, expuestos justamente en la entidad donde nació el actual presidente, significaron un mensaje de desafío que el michoacano respondió apenas ocupara la máxima silla del poder.
Queda en la memoria el ingreso del Ejército a la zona más caliente de Michoacán, para barrer territorio con su respetable presencia. Entonces el Estado hizo lo que estuvo a su alcance para mostrar que en el arte de la mutua disuasión, no serían unos cuantos mafiosos los que se llevarían la partida.
Más tarde, este mismo tipo de operación militar se extendería hacia otras regiones produciendo resultados de lo más variado. Se critica hoy a Calderón por haber actuado como el médico que sólo conocía de una medicina para males que, en realidad, tenían naturaleza muy distinta; pero ese tema pertenece a otra canasta.
Dada la experiencia anterior resulta obvio temer que ahora también los meses corrientes entre septiembre y diciembre vayan a ser tablado para un recrudecimiento de la violencia en el país. Las distintas expresiones mafiosas van a tratar de exagerar la talla de su verdadera estatura para mostrar nervio frente a la mirada de las autoridades que a penas se preparan para conducir los destinos del país.
Lo que no resulta tan evidente es la manera como el equipo del presidente entrante actuará cuando ello ocurra.
Ya existe suficiente experiencia acumulada para saber que la violencia del Estado es insuficiente al enfrentar la violencia de los criminales. Si lo que se busca es establecer una estrategia para la construcción de la paz, difícilmente ésta podrá ser idéntica a la utilizada por la administración saliente.
Con todo, mientras los atentados, los secuestros y las muertes se incrementen, el callejón continuará dejándonos sin salida. Cuando los criminales andan con gana de presumir capacidad destructiva, el Estado no puede responder con ánimo pacifista. Mala suerte la nuestra porque la historia guerrera aún se halla tan lejos de su conclusión.
Analista político
En sólo una noche cuatro ciudades de Guanajuato vivieron una asonada de carros incendiados. El viernes pasado, Salamanca, Guanajuato (capital), San Miguel de Allende, Yuriria y Moroleón mostraron cuán fácil es producir terror entre la población. Se presume que tales eventos ocurrieron como reacción a los enfrentamientos ocurridos días antes en Michoacán, entre las fuerzas federales y la mafia que aún tiene tomada la región.
Se trata de la vieja estrategia de guerra de mutua disuasión: si las fuerzas del orden lanzan su imperio contra los criminales, éstos intentarán demostrar que su capacidad de reacción puede ser tan proporcional como el Estado quiera. Sobre todo mientras sucede la larga transición de poder que siempre crece los niveles de vulnerabilidad institucional.
En este contexto habría de leerse también el asesinato del joven presidente municipal priísta de Matehuala, San Luis Potosí, Édgar Morales. Lo mismo que el secuestro de las carreteras que conectan Zacatecas o los cadáveres hallados durante los últimos días en Veracruz. Después de la tregua que, al menos en la opinión pública, firmó la violencia criminal con la ciudadanía mientras duró la contienda electoral, otra vez el interregno es escenario desastroso.
Las razones que explican esta circunstancia son las mismas que sirvieron para entender lo ocurrido hace seis años. La coincidencia no es casual sino causal: los violentos muestran sus dientes y músculo para avisarle al próximo gobierno que el costo por la paz tendría que ser la tolerancia hacia sus actividades delictivas.
Entendido así, la revancha guanajuatense no tendría tanto que ver con la participación de la fuerza pública de hoy sino con una amenaza explícita a la fuerza pública de mañana.
En 2006, la violencia exhibida durante el interregno terminó definiendo las prioridades del gobierno de Felipe Calderón. Las cabezas lanzadas y los cuerpos mutilados, expuestos justamente en la entidad donde nació el actual presidente, significaron un mensaje de desafío que el michoacano respondió apenas ocupara la máxima silla del poder.
Queda en la memoria el ingreso del Ejército a la zona más caliente de Michoacán, para barrer territorio con su respetable presencia. Entonces el Estado hizo lo que estuvo a su alcance para mostrar que en el arte de la mutua disuasión, no serían unos cuantos mafiosos los que se llevarían la partida.
Más tarde, este mismo tipo de operación militar se extendería hacia otras regiones produciendo resultados de lo más variado. Se critica hoy a Calderón por haber actuado como el médico que sólo conocía de una medicina para males que, en realidad, tenían naturaleza muy distinta; pero ese tema pertenece a otra canasta.
Dada la experiencia anterior resulta obvio temer que ahora también los meses corrientes entre septiembre y diciembre vayan a ser tablado para un recrudecimiento de la violencia en el país. Las distintas expresiones mafiosas van a tratar de exagerar la talla de su verdadera estatura para mostrar nervio frente a la mirada de las autoridades que a penas se preparan para conducir los destinos del país.
Lo que no resulta tan evidente es la manera como el equipo del presidente entrante actuará cuando ello ocurra.
Ya existe suficiente experiencia acumulada para saber que la violencia del Estado es insuficiente al enfrentar la violencia de los criminales. Si lo que se busca es establecer una estrategia para la construcción de la paz, difícilmente ésta podrá ser idéntica a la utilizada por la administración saliente.
Con todo, mientras los atentados, los secuestros y las muertes se incrementen, el callejón continuará dejándonos sin salida. Cuando los criminales andan con gana de presumir capacidad destructiva, el Estado no puede responder con ánimo pacifista. Mala suerte la nuestra porque la historia guerrera aún se halla tan lejos de su conclusión.
Analista político
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