René Drucker Colín
El
resultado de la elección presidencial induce a la reflexión, sobre todo
a quienes, como yo, deseábamos un cambio real y apoyamos a Andrés
Manuel López Obrador (AMLO). Lo primero que cabe destacar es que sí
hubo fraude, pero éste no se localizó en el propio proceso electoral
del 1° de julio. El fraude se hizo en otro lado y en diversas formas,
las cuales se sumaron para poder obtener el resultado que hace pocos
días fue vergonzosamente avalado por el Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación.
Los hombres del dinero, los medios de comunicación, las prácticas corruptas del PRI de antaño –que se repiten en el nuevo PRI–, la compra de votos, las encuestadoras, cuyas caras más visibles son Roy Campos (Consulta Mitofsky), y Gea Isa, que hicieron encuestas a modo de que constantemente EPN estuviera al frente con una ventaja, que si hubieran sido ciertas, daban la impresión que era imposible de remontar. La pregunta es: ¿quién las pagó? Los nauseabundos comentarios constantes de Milenio a través de Marín, Gómez-Leyva, etcétera, sumados a Radio Fórmula y otros.
Los señores del dinero que no querían que las cosas cambiaran en el país. Todos estos quieren, como siempre, asegurar que sus privilegios bastardos no se toquen. El lamentable espectáculo de aprovecharse de la pobreza, tanto económica como educacional de un sector de la población, que por migajas es capaz de vender su voto a un partido sin escrúpulos, lo que muestra bien lo que nos espera en los próximos seis años.
A todo esto hay que sumar a esa clase media, y media alta mexicana, conservadora e incapaz de apostarle al cambio que el país requiere, aun cuando se dan cuenta de que 82 años de PRI y PAN han sumido a la nación en un estancamiento, que requiere un modelo distinto de desarrollo para salir de ello. Se dejaron engañar por los poderes fácticos, pensando más en su comodidad que en su realidad. La suma de todo esto se encuentra en los poco más de 3 millones de votos que dieron ventaja a EPN.
Ejemplo todavía más preocupante es la composición de las Cámaras de Diputados y Senadores. Sin dejar de admitir que, de seguro, hay algunos elementos valiosos, de éstos no parece haber muchos. Uno se pregunta, aparte de ser amigo, pariente o parte de un grupúsculo de poder, ¿cuáles son los méritos para que alguien ocupe una diputación o senaduría? En México no parece haber necesidad de tener preparación, conocimientos y reconocimientos como legislador o estadista. Lo único que se requiere, eso sí, son vínculos y preferentemente familiares, aunque amigos del alma también se valen.
Realmente el nivel de corrupción es tal, que se permite que personajes tan impensables, como el llamado Niño Verde –que ya ni es niño, pero si es verde, pero de dólares–, el nieto de la Gordillo, Romero Deschamps, Añorve, Murillo, aunado a la hija de Salinas Pliego, Gómez del Campo, Gabriela Cuevas, Mr. Bean Cordero, Lozano y muchos otros reciclados que han sido a través de los años incapaces de hacer avanzar el país, ahora inunden las dos Cámaras, para hacer de comparsa al futuro presidente de México, quien obtuvo tal título por medio de una elección fraudulenta.
Es lamentable también que miembros prominentes de la izquierda se hagan comparsa de todo esto y en varios casos hasta lo imiten. Así pues, me temo que el país no avanzará mucho hacia las metas de crear un México más justo.
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