11/24/2013

Todo cabe en el jazz…




Juan Arturo Brennan

Sabiéndolo acomodar. Y cuando digo todo, no creo estar exagerando. La prueba más reciente de que el jazz es, en efecto, una expresión musical all inclusive, la tuve hace unos días durante el notable concierto del cuarteto del baterista Matt Wilson en la Sala Telefónica de la SACM. En una de las piezas interpretadas esa noche, quizá la más extensa y compleja de la sesión, fue posible percibir alternativamente la presencia de música apta para el belly dancing, los sinuosos trazos melódicos de la música klezmer, acentos centroeuropeos que remiten por igual a la música de los tarafs o a la banda de Goran Bregovic, y para darle sabor al caldo, un toque de bossa nova.

Para esta presentación, el grupo de Wilson fue completado por Chris Lightcap en contrabajo, Kirk Knuffke en cornet y Jeff Lederer en saxofón tenor y clarinete. Me pregunto retóricamente: ¿qué tan usual es encontrar a un grupo de jazz sin piano, anclado por un baterista, y formado solo por músicos blancos?

Para abrir la sesión, el cuarteto de Matt Wilson se encargó de calentar el foro con una extrovertida e hiperactiva pieza caracterizada por energéticas descargas atonales, con una buena dosis de lo aleatorio, y con una clara intencionalidad hacia el uso de los rangos extremos de los instrumentos.

A lo largo del resto de la sesión, el grupo dio más muestras del amplísimo rango que puede cubrirse en una tocada de jazz, proponiendo un set de rolas en el que estuvieron incluidos tanto Duke Ellington como Beyoncé Knowles y Yusef Lateef, pasando por varias piezas originales de Matt Wilson. Por cierto, resulta que el extrovertido e hiperkinético baterista parece haber sido enviado directamente desde los años 50 por los encargados de Central Casting, con todo y un cierto aire a Dave Brubeck.

Durante el programa, Wilson y sus colaboradores siguieron dando muestras de diversidad sonora, al proponer desde algunas piezas de alto contenido calórico sustentadas en la batería ricamente desaforada de Wilson, hasta tiernas y contemplativas serenatas. Todo ello sazonado con una saludable cuota de experimentalismo que incluyó, entre otras cosas, un clarinete mocho despojado de una parte sustancial de su tubería, varios juegos de campanitas de plástico, y la sutil inclusión de las voces de los músicos en la última pieza de la noche.

Entre toda esta música expertamente tocada por Wilson, Lightcap, Knuffke y Lederer, me causó especial impresión una pieza en la que el contrabajo y la batería se disparan hacia su destino a una velocidad endemoniada, mientras que el cornet y el saxofón discurren de manera somnolienta y parsimoniosa; el contraste resultó muy llamativo, sobre todo debido al control ejercido por ambos pares de instrumentistas y al buen ensamble de ambas líneas de conducta. Y del control al descontrol: simplemente no hay manera de que nuestro público, ante ninguna manifestación musical, pueda palmear, zapatear o chasquear los dedos con un mínimo decoro en cuanto al sentido del ritmo. Pareciera que somos una nación patológicamente arrítmica; ¿será culpa de los vagoneros del Metro, o hay causas más profundas?

Dato organológico extra: algunos de los asistentes al concierto de esa noche, interesados particularmente en el instrumental, no pudimos dejar de fijarnos en el soberbio e inusual cornet de Kirk Knuffke, que al parecer causó envidia a más de un trompetista presente. Gracias a uno de ellos, Eugenio Elías, quien promueve y organiza este ciclo, me enteré de que se trata de un cornet fabricado a mano por la casa Monette, creadora de lo más exclusivo y sofisticado en materia de trompetas y boquillas. De ello puede dar cuenta, por ejemplo, Wynton Marsalis.

El ciclo 2013 de NY Jazz All Stars concluye el 30 de noviembre, en la misma sala de conciertos, con el grupo comandado por Ali Jackson, asiduo colaborador de Marsalis y actual baterista de la Orquesta de Jazz del Lincoln Center. Es probable que para esa fecha se anuncie ya la programación jazzística para 2014. Ojala así sea.

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