Miguel Concha
La transparencia, la
rendición de cuentas y el acceso a la información pública son elementos
esenciales de un gobierno democrático. Sin embargo existe un fenómeno
frecuente que atenta contra la ética pública y la rendición de cuentas:
la corrupción. Pese a que existen diversas definiciones, la más sencilla
y aceptada afirma que la corrupción es el abuso del poder público para
beneficio privado. La corrupción es un fenómeno multicausal difícil de
medir y combatir. Ello no obstante, son tangibles sus elevados costos en
términos económicos, sociales y políticos, lo que se ha traducido en
una crisis de confianza en las instituciones y en la difusión de la
especie de que las prácticas corruptas se pueden mantener sin
consecuencias.
Cabe mencionar que en su desarrollo participan tanto autoridades como
la sociedad y las empresas, pese a que, por otro lado, la percepción de
la propia sociedad nos dice que el problema es serio y aumenta. Los
analistas de la corrupción señalan que ésta sucede a través de redes
integradas por servidores públicos que se organizan para obtener un
provecho personal –individual o colectivo, directo o indirecto, tangible
o intangible–, derivado del ejercicio de las atribuciones y/o usos de
los recursos que les son otorgados.
Al respecto en México se han desarrollado estudios, como el Índice
Nacional de Corrupción y Buen Gobierno 2010, realizado por la
organización Transparencia Mexicana (TM), que, abonando al amplio debate
sobre el tema, muestra con evidencia empírica que no existe una
relación lineal entre mayor transparencia y menos corrupción. El índice
es una encuesta que mide la corrupción que afecta a los hogares,
registrando la corrupción en servicios públicos ofrecidos por los tres
niveles de gobierno y por empresas particulares en todo el país. Los
resultados muestran que las entidades federativas que obtuvieron buenos
resultados en el control de la corrupción en trámites y servicios no
necesariamente obtuvieron buenos resultados en transparencia, y al
revés, que mayor transparencia no significa necesariamente menos
corrupción.
El Distrito Federal obtuvo, por ejemplo, los mejores niveles en
transparencia y los peores en corrupción, mientras Baja California Sur
tuvo los niveles más bajos en transparencia y los más bajos también en
corrupción en trámites y servicios. Otro dato interesante que arroja el
estudio es que en promedio una mordida les costó en 2010 a los
hogares mexicanos en promedio 165 pesos, mientras en 2007 les costó 138
pesos. De lo anterior se concluye que es fundamental desarrollar una
política pública en materia de transparencia, pero también una política
anticorrupción efectiva, de lo contrario se abrirá la puerta a mayor
impunidad, y la rendición de cuentas no trascenderá de un espacio
normativo y discursivo a uno real. Actualmente nos encontramos en el
país en un momento de coincidencia cronológica entre la renovación
normativa del tema de transparencia y la construcción de un marco legal
del Sistema Nacional Anticorrupción, que sólo en el ámbito federal se
traducirá en la creación de gran cantidad de leyes.
Por lo que se refiere al primer tema, ya hice notar en otras
ocasiones que queda un largo trecho por recorrer en lo que se refiere a
la consolidación de las nuevas atribuciones del Instituto Nacional de
Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales.
Los transitorios de la Ley General establecieron como plazo un año para
armonizar las leyes estatales. Así que hasta que se cumpla el plazo, el
instituto podrá ejercer en su totalidad sus nuevas atribuciones. Y, por
supuesto, no se puede dejar de mencionar los retos en materia política,
pues existe gran resistencia entre los funcionarios a entregar
información. Es, por tanto, muy importante recalcar que el derecho de
acceso a la información y la transparencia lleva implícito un cambio de
cultura en la burocracia y en la forma de operar y dirigir las
instituciones públicas. Y sobre el marco legal del Sistema Nacional
Anticorrupción, una serie de organizaciones e instituciones agrupadas en
la Red por la Rendición de Cuentas, ha manifestado su preocupación por
que la construcción de las leyes generales sobre las responsabilidades
administrativas de los servidores públicos abone a la articulación de un
sistema más robusto para la rendición de cuentas y el control del poder
en la esfera pública. Ambos sistemas, entonces, el Sistema Nacional de
Transparencia y el Sistema Nacional Anticorrupción, son imprescindibles
para garantizar el acceso a la información pública y la rendición de
cuentas por los gobernantes hacia la población. Pero, sobre todo, son
herramientas indispensables para fortalecer nuestra decadente democracia
y vigilar mejor la gestión pública. La sociedad mexicana tiene la
oportunidad de seguir debatiendo sobre el tema, así como de promover y
recuperar el concepto de la ética pública y los valores que acompañan a
la transparencia y la rendición de cuentas, lo que resultará en un mejor
ejercicio de la gestión pública y mejores condiciones de vida para que
la población ejerza y vea garantizados sus derechos humanos.
Un punto sensible para la población que será necesario resolver en la
legislación es el correspondiente a los procedimientos y sanciones a
los que deberán estar sujetos los funcionarios federales y locales de
todo nivel y poder que sean sorprendidos y señalados como responsables
de corrupción, pues ya no es posible que tales actos sigan siendo
solapados por las instituciones, la ley, y queden impunes.
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