By Redacción Revolución
“No fuimos capaces de detener a infames que, como
Calderón y Enrique Peña Nieto, mandan a los jóvenes a matar y morir”,
afirmó contundentemente el periodista, fundador y director del Consejo
Consultivo de Revolución TRESPUNTOCERO, Epigmenio Ibarra; durante el encuentro Diálogos culturales de invierno 2017. Resistencia latinoamericana ante la amenaza intervencionista, celebrado en El Salvador.
Cabe destacar que el periodista
Epigmenio Ibarra fue corresponsal en El Salvador durante la Guerra
Civil. Siguiendo paso a paso los enfrentamientos entre el Ejército y la
insurgencia. Advirtiendo que lo que más le conmovió, “fue el asesinato
de los seis sacerdotes jesuitas ocurrido en la madrugada del 16 de
noviembre de 1989”.
Conociendo
de manera amplia y vasta los entretelones de uno de los conflictos
bélicos de mayor relevancia en la historia del siglo XX, durante su
discurso en el encuentro, cuestiona constantemente como México
desaprovecho la experiencia de El Salvador, como un espejo para seguir
su propio camino hacia la libertad y la democracia.
El periodista Epigmenio Ibarra, pronunció: Vengo aquí, a ésta mi segunda patria, a hablar de México. De aquí me fui marcado por la guerra. Marcado también por el heroísmo de este pueblo que supo combatir con valentía e imaginación y que también tuvo el coraje, la generosidad, la creatividad y la audacia de construir la paz a través de un ejemplar proceso de negociación.
De aquí
me fui con la convicción de que la victoria es posible y la conquista de
la paz y la justicia también. Vi a este pueblo, abrir con las armas en
la mano y porque no quedaba otro remedio, espacio a la libertad y la
democracia.
Y vi a
esas y esos mismos que empuñaron las armas renunciar a la conquista del
poder a través de ellas y apostar a los votos y no a las balas. Me fui
de este país en 1992 con la esperanza de que la guerra, esa catástrofe
que conocí en estas tierras, no alcanzara jamás a mi patria.
Me fui
iluminado por la experiencia heroica de este pueblo. Por la ejemplar
disposición de quienes libraban la guerra a poner por encima de sus
propios y legítimos intereses el interés superior de la nación.
Me fui pensando que esta guerra
Que la conquista de la paz
Nos mostraría en México el camino a seguir.
Me equivoqué.
Ni la
derecha ni la izquierda en México tuvieron ni la humildad ni la grandeza
de saber aquilatar lo que aquí en El Salvador había sucedido, lo que
aquí sigue sucediendo.
Mirando sólo hacia al norte no aprendimos de ustedes. Hoy más de 200 mil muertos, 50 mil desparecidos, un millón de desplazados por la violencia dan testimonio no sólo de mi error, de mi esperanza fallida sino, sobre todo, del fracaso de una generación entera; de mi generación.
No
supimos conquistar la democracia. No supimos construir organizaciones
capaces de mantenerse incólumes ante la corrupción que en México todo lo
corroe. Nuestro historial de fraudes electorales es largo y
vergonzoso.
Larga y
vergonzosa es también la lista de derrotas y traiciones. Nuestra
incapacidad de defender los votos habla de la fragilidad de las
convicciones de un pueblo idiotizado frente a la televisión, de su
memoria frágil que permite al régimen corrupto cometer una y otra vez
los mismos crímenes y, sobre todo, de una indiferencia brutal ante el
sufrimiento ajeno.
Y si nos
roban las elecciones. Si pasan impunemente sobre la voluntad ciudadana
expresada en las urnas como no iban a pasar también encima de nuestras
aspiraciones de paz y justicia.
Apáticos
Desmemoriados
Desorganizados
Les permitimos mansamente que instauraran entre nosotros la guerra. No fuimos capaces de detener a infames que, como Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, enarbolan banderas manchadas con la sangre de otros y mandan a decenas de miles de jóvenes a matar y morir.
El
primero luego de robarse la presidencia buscó en el odio y el miedo la
forma de hacerse de una legitimidad de la que de origen carecía. Se
disfrazó de general y desde sus oficinas blindadas, sin exponerse jamás
al menor peligro, ordenó el despliegue de miles de efectivos del
ejército y la marina.
No mandó
Calderón a las fuerzas armadas a someter a la justicia a los narcos.
Fue más banal, más expedito, más criminal. Ordenó simplemente
aniquilarlos.
El fuego no se apaga con gasolina.
Por cada
capo muerto surgían y surgen 10 más. Los sicarios que antes se rendían
sin combatir al saberse condenados a muerte ya no se rinden: combaten
hasta morir. Atrapada entre dos fuegos la población civil sufre los
efectos de esta espiral de violencia incontenible.
Las bajas “colaterales” de tan cuantiosas como frecuentes dejaron de importar.
Las víctimas perdieron rostro y nombre; se volvieron cifras.
Las cifras se volvieron estadística.
Las estadísticas, merced a la manipulación y la propaganda mentiras.
El
proceso de descomposición de un ejército que ha mantenido nexos
históricos con el crimen organizado al grado de mimetizarse con él se
hizo, por los excesos y las atrocidades, aún más agudo.
Siguiendo los lineamientos de la CIA la Marina se convirtió prácticamente en un escuadrón de la muerte. Cada operación es una masacre; se remata a los heridos, se ejecuta sumariamente a quienes debería enviarse ante un juez.
Jamás en
mis años de cobertura de guerra, aquí y en otros países, supe de
combates, como los que se producen en México, en los que todas las bajas
son mortales.
No hay heridos
No hay prisioneros
Y ante esto
La radio calla
Llama eufemísticamente a las masacres; enfrentamientos.
La televisión cierra los ojos.
La prensa olvida
Si una reportera o un reportero se atreve a alzar la voz se le ejecuta
Sólo en marzo de este año fueron asesinados 7 periodistas
La guerra, la narcoguerra necesita, para seguir cebándose con las más débiles, del silencio cómplice y ominoso de la prensa.
Si algún resto de soberanía quedaba en México se perdió en el momento en que Felipe Calderón comenzó a librar esta guerra inútil y sangrienta por órdenes de Washington. Una guerra que con Enrique Peña Nieto se ha hecho todavía más sangrienta y tanto que hemos vivido en las últimas semanas algunos de los días más violentos de nuestra historia.
La droga
que sigue pasando al norte pese al despliegue de casi 200 mil efectivos
en el territorio nacional garantiza la paz social en los Estados Unidos
en tanto que cubre de sangre a México.
Ellos desde el norte mandan los dólares y las armas; nosotros en el sur ponemos los muertos.
Mientras
que el comercio de la droga oxigena con miles de millones de dólares la
economía estadounidense en nuestro país la gente, víctima del crimen
organizado, que es la otra cara de la moneda del régimen corrupto, se
ve forzada a abandonar sus casas, sus tierras, sus trabajos, sus
empresas.
Ellos al norte administran la riqueza: nosotros al sur sufrimos la desigualdad y la miseria.
Vengo
aquí a hablar con dolor y con rabia de un país herido donde hasta la más
mínima noción de soberanía nacional se ha desvanecido por completo.
¿Necesitan los Estados Unidos intervenir en México?
¿Enviar a los marines?
¿Derrocar al gobierno?
¿Decretar un bloqueo?
¿Iniciar campañas de sabotaje y desestabilización?
¿Actuar como lo han hecho durante décadas en el continente americano?
¿Reeditar
el plan solario que, establecido en junio de 1953, por el entonces
presidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower, dio a la CIA carta
blanca para orquestar golpes militares como el de Guatemala vs Arbenz o
el de Chile vs Allende y muchos más?
¿Para qué?
¿Cómo?
¿Qué sentido tendría intervenir en un país del que ya hace tiempo se han apoderado por completo?
En el siglo XIX nos arrebataron más de la mitad de nuestro territorio.
Hoy ya tienen en su poder la otra mitad.
Ni falta que hace que desplieguen tropas.
Sus
empleados locales; gobernantes, funcionarios, militares y policías se
encargan del trabajo sucio de poner a la nación de rodillas ante
Washington, ante España, ante China, ante quien ponga en sus bolsillos
un puñado de dólares. Permítanme
dar lectura a unas palabras pronunciadas en 1917 o 18 por Robert
Lansing, Secretario de Estado de los Estados Unidos (en la
administración de Woodrow Wilson, 1915-1920):
“México es un país extraordinario, fácil de dominar porque basta con controlar un sólo hombre: el presidente… debemos abrir a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y el respeto al liderazgo de Estados Unidos. Con el tiempo esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes, finalmente se adueñarán de la presidencia; entonces, sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queramos.
Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros.”
Somos presa fácil.
La frustración
La impunidad
La corrupción
La simulación
La mentira dominan
casi todos los ámbitos de la vida pública de tal manera que nos hemos
convertido, a fuerza de golpes y desencanto, en profesionales de la
derrota
Nos matan
Nos violan
Nos niegan justicia
Nos mienten
Nos roban impunemente
Se burlan y aprovechan de nosotros quienes deberían servirnos
Nadie en
México y les ruego pregunten a las o los mexicanos con los que tengan
relación, nadie digo, hoy y luego de ser víctima de un crimen piensa
seriamente que acudir a la policía será el inicio de un proceso para
obtener reparación del daño, para obtener justicia
No hay
mexicana o mexicano que hoy puede darse el lujo de pensar siquiera que
ante un ministerio público y luego frente a un juez obtendrá la justicia
a la que tiene derecho, la justicia que se merece.
Todas y todos, en México, sabemos que, de golpe, pasas de denunciante a inculpado, de víctima a victimario.
Casi
todas y todos, al enterarnos de que alguien; un amigo, un pariente, un
conocido ha sido secuestrado o asesinado, hemos llegado a pensar así sea
por unos segundos y a propósito de la víctima: “en algo andaría”
Dice el poeta Gabriel Celaya y viene a cuento:
Porque vivimos a golpe
Porque apenas y nos dejan decir que somos quien somos
Nuestros cantares no pueden ser, sin pecado, un adorno
Estamos tocando el fondo
Vive México una catástrofe ética.
El país, en estado de descomposición, se nos deshace entre las manos.
Como no ha de ser así si nos desayunamos con masacres, almorzamos con decapitaciones, cenamos con desapariciones masivas y no pasa nada. Si una sola noche, de un solo golpe, a sólo tres kilómetros del cuartel de Iguala son desaparecidos 43 estudiantes normalistas de una sola escuela: La Normal rural Isidro Burgos de Ayotzinapa y no pasa nada.
Si en
solo 11 años hemos perdido entre ejecutados, desaparecidos, familias
rotas, desplazados por la violencia casi una generación completa.
Si
centenares de miles de jóvenes están sobre las armas con órdenes del
estado y del narco, que suelen ser, insisto, las dos caras de una misma
moneda, de matar y morir.
Si otros
centenares de miles más están en prisión y millones no tienen acceso a
la educación, la salud, la cultura, un empleo digno.
Si 49
niños mueren calcinados en una Guardería subrogada por el estado a
particulares que la operaban en una bodega sin las condiciones mínimas
de seguridad y no pasa nada.
Si los
crímenes de género cobran un número creciente de víctimas ante la
indiferencia de muy amplios sectores de la población que permanecen
idiotizados frente a un televisor.
Si los
feminicidas operan a sus anchas en Ciudad Juárez, en Naucalpan,
Ecatepec, Oaxaca y muchas otras zonas del país y el estado se niega a
decretar la alerta de género que, dadas las circunstancias, debería
imperar a nivel nacional.
Cómo no
ha de ser así, que estemos tocando el fondo, si hemos perdido totalmente
la capacidad de asombro ante el horror, si el sufrimiento ajeno no nos
provoca la menor empatía.
Cómo no ha de ser así si una crisis humanitaria de proporciones catastróficas pasa inadvertida.
México y el mundo se horrorizan ante las imágenes de los migrantes que se ahogan en el Mediterráneo.
México y
el mundo callan ante la desaparición y la muerte de miles de migrantes
de El Salvador, Honduras, Guatemala que se pierden al cruzar ese mar
embravecido que va del Suchiate al Bravo.
Vergüenza
deberíamos sentir en México país de migrantes por permitir que se mate,
se desaparezca, se robe, se extorsione impunemente a quien con la
legítima aspiración de una vida mejor, cruza nuestro territorio
intentando llegar a los Estados Unidos.
Indignación
deberíamos sentir ante el hecho de que desde los tiempos de Vicente Fox
el gobierno mexicano hace en la frontera sur y a lo largo y ancho de
todo el territorio nacional, el trabajo sucio a Washington.
Decía,
citando a Gabriel Celaya, estamos tocando el fondo Y cómo no hemos de
estar así si quienes levantan la voz desde la prensa o defienden los
derechos humanos son
espiados
amenazados
asesinados
Si hemos pasado del “mátalos en caliente” de Porfirio Díaz al “se matan entre ellos” de Felipe Calderón; coartada perfecta para la masacre.
Cómo no
ha de ser que estemos tocando el fondo si gobierna el hombre de la casa
blanca y Tlatlaya y Tanhuato y Nochixtlan y Ayotzinapa y no pasa nada.
Si un
puñado de gobernadores, que no sólo tienen los bolsillos llenos de plata
pública sino también las manos manchadas de sangre inocente, medran a
su antojo.
Corrupción, impunidad y violencia son la misma cosa.
Corrupción, impunidad y falta de equidad también.
Corrupción y pérdida de soberanía van de la mano.
Ni falta
que hace que Washington despliegue sus armas; basta sólo con que saque
la cartera y eso sí que saben hacerlo, pero sólo para repartir limosnas y
hacerse a cambio y gracias a la complicidad de quienes mal gobiernan de
la riqueza del país.
No abundan testimonios de victoria como el del pueblo salvadoreño, en primer lugar porque no abundan en la historia de nuestro continente las victorias, en segundo lugar, porque quienes las han conquistado muchas veces no tienen o no se dan el tiempo para narrar su lucha, para dejar memoria de la misma y en tercero porque muchos, como me temo, la mayoría de las mexicanas y los mexicanos, no sabemos mirarlas, aquilatarlas, emularlas.
Urge vencer y urge contar como se ha vencido para mostrar a otras y a otros el camino.
Para romper con la frustración y el desencanto
Con esa resignación perniciosa que nos hace pensar y sentir que nada nunca ha de cambiar
Con esa
apatía generalizada que nos mantiene sordos, ciegos y mudos, incapaces
de sentir –más allá de unas horas- esa indignación que une y que libera a
los pueblos.
Esperanza, hoy que estamos tocando el fondo
Resistencia hoy que tantas y tantos se han rendido
Eso es lo que nos hace falta con urgencia en México
Eso es lo que a ustedes les sobra.
Tuvieron el coraje para combatir
La grandeza para negociar sin traicionar sus principios
Tendrán,
estoy seguro porque los conozco y conozco esta tierra como la palma de
mi mano, la fortaleza y la creatividad para mantener la paz que con
tanto sacrificio conquistaron y que hoy se ve amenazada otra vez por las
pandillas.
Pandillas que llegaron del norte
De los mismos Estados Unidos que invirtieron más de 7 billones de dólares para mantener la guerra en El Salvador
De ese mismo país que hoy nos impone en México una guerra.
No puedo menos que decir, para terminar, que, a este país, a su gente heroica y entrañable, me debo.
Que viva El Salvador
Que ya no siga muriendo México
Que sean la paz, la justicia, la democracia de aquí al Bravo
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