El asesinato
de la líder campesina e indígena hondureña Berta Cáceres no es un caso
aislado. Miles de mujeres luchan a diario por los derechos de la tierra y
de quienes viven de ella
Madrid, 24 jul. 17.
AmecoPress/ANRed.- En marzo del año pasado el asesinato de Berta Cáceres
llevó a todos los medios de comunicación la lucha de las comunidades
campesinas e indígenas contra las empresas multinacionales. Berta, líder
del pueblo lenca de Honduras, llevaba años conviviendo con amenazas a
causa de sus denuncias contra las concesiones de proyectos
hidroeléctricos que, en caso de ejecutarse, expulsarían a las
comunidades y contaminarían el medio ambiente, afectando de forma
irreversible sus formas de vida. Su organización, el Consejo Cívico de
Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), consiguió que
la mayor constructora de represas a nivel mundial, la empresa de
propiedad estatal china Synohidro, abandonara sus proyectos en la zona,
aunque posteriormente serían retomados por empresas locales.
El caso de Berta despertó la movilización internacional contra la
persecución de quienes defienden el territorio de los intereses del
capital ante Estados que no solo no ofrecen protección sino que, como en
el caso de Berta, son cómplices de los poderes económicos. El cálculo
es angustioso: cada tres días una persona como Berta es asesinada.
La tercera semana de julio se celebra en Derio, Bizkaia, la VII
Conferencia de La Vía Campesina, un movimiento internacional que, desde
1993, agrupa a 200 millones de personas de 164 organizaciones campesinas
de 73 países. “Berta estará muy presente”, dice Alazne Intxauspe, una
joven baserritarra que forma parte de la organización anfitriona, el
sindicato agrario EHNE Bizkaia, que lleva meses participando en la
preparación de este importante acontecimiento.
Está previsto que acudan 600 personas campesinas e indígenas para
reflexionar sobre los desafíos a los que se enfrentan y sobre los
avances en la construcción de la soberanía alimentaria mediante la
agroecología, la defensa de la tierra y los derechos campesinos. “Las
organizaciones de Centroamérica traerán a la asamblea la criminalización
contra el campesinado como un eje central, por eso el caso de Berta
será energía y reafirmación”, explica Alazne.
Como muchas familias campesinas de Euskadi, la de Alazne dejó atrás
su dependencia del sector agrario pero ha mantenido una economía mixta
en la que la huerta y los animales son complementarios. Alazne, como
cada vez más jóvenes en Europa, es campesina a tiempo completo. “Y lo
digo con mucha dignidad. De hecho, a veces me parece que aún me queda
mucho para sentirme campesina, pues al lado de tantas historias de vida,
esfuerzos y buenhacer, sentirse campesina son palabras muy enormes”.
En el sector agrario, como en otros ámbitos, las mujeres se enfrentan
a más dificultades que los hombres, entre otras cosas por tener más
complicado el acceso a los medios de producción, responsabilizarse de
tareas poco valoradas como los cuidados y sufrir condiciones de
violencia. La Vía Campesina es consciente de los profundos cambios que
deben hacerse en sus prácticas organizativas para que se escuche y
valore más la voz de las mujeres.
El cálculo es angustioso: cada tres días es asesinada una activista campesina como Berta Cáceres por luchar por el territorio.
Como todas las que con su testimonio ilustran este reportaje,
Elizabeth Mpofu, de Zimbabwe, pertenece a ese tejido de organizaciones
que han roto la dicotomía norte-sur. “La única forma de conseguir que
los gobiernos hagan caso a los campesinos es trabajar de forma conjunta
con quienes están en situaciones similares”, explica Elisabeth, quien
asume desde hace cuatro años la coordinación de La Vía Campesina.
Activista, agricultora y abuela de nueve nietos, a pesar de su
infancia difícil se las ha arreglado para luchar apasionadamente para
que las gentes campesinas recuperen su dignidad. “Alimentamos nuestros
pueblos y construimos movimiento para cambiar el mundo” será el lema de
los próximos días de trabajo en Euskadi. En todo el mundo existen miles y
miles de mujeres que luchan contra un modelo excluyente y que devora el
territorio. Estas son algunas de sus historias.
Chukki Nanjundaswamy
India. “La mujer representa tanto la vulnerabilidad como la fuerza”
Chukki se crió en el seno de una familia campesina en Karnataka,
India, y desde muy joven se convirtió en activista contra la
globalización. Hoy ocupa la presidencia de la Karnataka State Farmers
Movement y además lidera la coordinación de todos los movimientos
campesinos de la India.
“El capitalismo está secuestrando todo en nombre del desarrollo”,
explica Chukki. “Corporaciones como Monsanto promueven una agricultura
industrial con patentes y transgénicos donde nosotras sobramos. La
uniformización de los cultivos, como ocurre aquí con el algodón, es una
mirada reduccionista que nada tiene que ver con un país diverso donde
cada 100 kilómetros cambia la comida y la lengua que se habla”, añade.
La ruina de muchas producciones y el endeudamiento que conlleva
asumir este modelo productivo lleva a miles de hombres al suicidio,
dejando a las mujeres como únicas responsables de la alimentación
familiar. “Las mujeres mantienen una agricultura altamente diversificada
mediante la salvaguarda y reproducción de las semillas autóctonas”,
dice.
El movimiento campesino no cesa de luchar. Chukki cuenta cómo en
Maharastra, la población campesina dejó de llevar comida a la ciudad
durante dos días para protestar por los bajos precios y consiguió que
los gobernantes asumieran sus exigencias. La organización de Chukki
promueve escuelas campesinas de agricultura natural, sin dependencias,
“un modelo en el que producimos todo lo que necesitamos”.
Ramona Duminicioiu
Rumanía. “El destierro nos lleva a los invernaderos”
Ramona denuncia que son muchas las personas campesinas de su país que
no tienen otra opción que migrar a Europa Occidental para trabajar en
granjas industriales. “Nos encontrarás trabajando en mataderos, sobre
todo hombres, y a las mujeres en los invernaderos de Almería y Huelva,
en la fresa o empaquetando hortalizas. Son historias muy dramáticas”,
relata.
Las razones de la pobreza en el campo rumano, potencialmente muy
rico, son políticas: “Durante la época comunista nuestra tierra fue
arrebatada por el Estado en procesos llamados de colectivización y las
personas que se opusieron fueron encarceladas o enviadas a campos de
trabajo. Cuando el comunismo cayó, hubo una reforma agraria y algunas
tierras se devolvieron”.
Sin embargo, Ramona cuenta que los jóvenes como ella viven
actualmente un nuevo fenómeno de desposesión. Fondos de inversión como
los de Rabobank o multinacionales del agro como Cargill invierten y
compran tierra en Rumanía esperando el momento para venderla al mejor
precio. “La situación final es un círculo perverso, el campesinado
rumano, sin posibilidad de vivir de su trabajo, deja por un periodo sus
tierras facilitando que acaben en manos de acaparadores”, añade.
Desde el sindicato de Ramona, Ecoruralis, trabajan en todos los
frentes posibles y se organizan con otros territorios de Europa Oriental
para tejer una resistencia más amplia en procesos como el
reconocimiento por las Naciones Unidas de los Derechos Campesinos.
María Montávez
Andalucía. “La tierra es mi segunda madre”
María es de Jódar, el pueblo de Andalucía con más gente campesina sin
tierra, y forma parte de uno de los colectivos más excluidos,
marginados y empobrecidos de Europa, las personas jornaleras. Ella dice
que también es uno de los colectivos más luchadores, combativos y más
reivindicativos de todo el mundo.
En el caso de Andalucía, se organizan en torno al Sindicato de
Obreros del Campo (SOC) —ahora integrado en el Sindicato Andaluz de
Trabajadores (SAT)— desde donde se articula la denuncia del latifundismo
de unos pocos aristócratas, de los políticos corruptos o de los
empresarios de la agroindustria, y sus consecuencias, como la falta de
trabajo, la precariedad y la migración forzosa. “No queda otra que
rebelarse ante el patrón de turno —dice María— y las mujeres en
especial, porque nos hemos ido quedando sin trabajo desplazadas por la
maquinaria”.
María, sus hijas y sus nietas, viven junto a otras familias
jornaleras en la finca hoy rebautizada como Cerro Libertad. Estas 73
hectáreas de tierra fueron recuperadas por el sindicato en marzo de 2017
de las manos especuladoras del BBVA, el día que se cumplía un año de la
entrada en prisión de Andrés Bódalo, jornalero también de Jódar que,
como ella, hacen del compromiso un reto vital. “No es posible que unos
puedan tener tanta tierra para especular y enriquecerse mientras que
nosotras lo que esperamos de la tierra es recibir alimentos. La tierra
es mi segunda madre”, dice María orgullosa. “Estamos mejorando el
huerto, ya está en plena producción, estamos generando vida”.
Huda Jaber
Cisjordania. Olivos para vivir
Unos años después de la muerte de su marido, Huda quiso retomar el
cultivo de sus tierras para mantener a sus cinco hijos. Las tierras de
Huda, como las de la mayoría del campesinado palestino, están bajo
control civil y militar israelí, y en cualquier momento pueden ser
confiscadas para la expansión de los asentamientos de colonos. El 62% de
la tierra de Cisjordania se encuentra en esta situación.
Huda se integró en la Unión de Comités de Trabajo Agrícola (UAWC),
una organización formada en 1986 para dar respuesta a la vulneración de
los derechos campesinos por las políticas de ocupación israelí, que
además de territorio, confiscan también el agua.
Gracias a su apoyo, Huda pudo reclamar sus tierras, recuperarlas y
plantar olivos, viñas y construir un pequeño invernadero para
hortalizas. Ha conseguido ayudar a todos sus hijos a seguir con los
estudios y tener un título universitario.
Sin embargo, en este tiempo Huda ha tenido que enfrentarse a los
colonos que reclaman el terreno e incluso ir a los tribunales para
demostrar que es ella la legítima propietaria de la tierra y poder
protegerla. Hoy su finca es la más productiva de la zona, ella es la
persona más activa en la comisión agrícola de la UAWC y una referencia
en su pueblo, Al-Khader. La historia de Huda es una muestra de los
riesgos diarios a los que se enfrenta la población palestina en zonas en
las que el uso del poder militar israelí viola constantemente las leyes
humanitarias internacionales, creando miles de horribles historias.
Perla Álvarez
Paraguay. “Somos un pueblo con esperanza”
Después de Haití, Paraguay es el país con más pobreza en América
Latina y la causa se puede resumir en un nombre, Monsanto, multinacional
contra la que lucha Perla Álvarez y sus compañeras de la organización
de mujeres campesinas Conamuri. Perla es campesina y académica de la
lengua guaraní, y el vínculo para ella entre identidad y tierra es muy
estrecha.
La llegada a Paraguay de la soja transgénica de Monsanto ha sido un
factor fundamental para que se acrecentara la presión por el control de
la tierra fértil. Hoy, más del 85% de las tierras agrarias están en
manos de un escaso 2% de propietarios. “Existe una verdadera voluntad
estatal de aniquilarnos, de acabar con el campesinado”, explica Perla, a
la vez que recuerda la masacre de Curuguaty donde 17 personas fueron
asesinadas. “Hace poco, para desalojar a 150 familias en un territorio
público se emplearon 1.500 policías, destruyendo casas, huertos y pozos
de agua”.
En julio se celebra en Euskadi la VII conferencia de La Vía Campesina, un movimiento que agrupa 200 millones de personas.
El monocultivo de soja va asociado con la aplicación del herbicida
glifosato, también de Monsanto, clasificado como probable cancerígeno
por la OMS. Perla asegura que hay pruebas de que en las zonas en las que
se ha introducido el modelo sojero la fumigación con estos tóxicos
provoca en la población rural graves enfermedades, malformaciones
congénitas en bebés e incluso la muerte. “Las comunidades campesinas e
indígenas estamos poniendo nuestros cuerpos para resistir fumigaciones y
represiones porque somos un pueblo con esperanzas”, concluye.
Zubaidah Tambunan
Indonesia. La abuela contra las plantaciones de palma
Su aldea, Aek Nagaga, en la zona septentrional de Sumatra, está
rodeada de palma africana por todas partes. Sumatra es la segunda isla
más grande de Indonesia, que actualmente encabeza el ranking mundial de
producción de aceite palma y, para conseguirlo, es también el país con
la mayor tasa de deforestación del planeta.
Bien lo sabe Zubaidah, una campesina que representa muy bien el
movimiento de mujeres que, dentro de la Unión Campesina Indonesia (SPI),
luchan con todas sus fuerzas para detener este cultivo, fundamental
para garantizar el funcionamiento del sistema alimentario de las grandes
corporaciones. Solo en su aldea de 1.700 habitantes, más de 1.300
personas, fundamentalmente mujeres, están con Zubaidah trabajando por
una reforma agraria que les permita recuperar y decidir cómo gestionar
sus bienes naturales.
Son muchas las veces que Zubaidah se tumba en las carreteras y
caminos que conducen a las plantaciones para detener a las empresas de
la palma africana, mayoritariamente de capital extranjero, como Wilmar
International, con sede en Singapur y recientemente denunciada por
Amnistía Internacional “por abusos sistemáticos de los derechos
humanos”, y que controla el 45% del mercado mundial de aceite de palma.
Cuando Zubaidah y sus compañeras bloquean las carreteras, un ligero
temblor se siente en las multinacionales Colgate-Palmolive, Kellogg’s o
Nestlé, dependientes de la producción de este aceite de Wilmar y de
otras compañías.
Isabel Vilalba, secretaria General del F
“Volveré y seremos millones”
Por enésima vez, los directivos de la minera canadiense llegaron al
pueblo para intentar aislar y criminalizar a quienes luchamos para
preservar nuestras tierras y casas de las detonaciones, de las
gigantescas excavadoras, de los lodos tóxicos que se entremezclarán con
el agua que hoy mana cristalina regando las huertas y los prados hacia
el Río Anllóns y la Ría de Corme y Laxe.
Aquí, en Punta Roncudo, uno de los acantilados más batidos por el
Océano Atlántico, se halla uno de nuestros mayores tesoros, los mejores
percebes del mundo. Poco sabíamos nosotras que los especuladores
financieros habían decidido utilizar el oro que durante siglos había
permanecido en las entrañas de nuestras tierras como valor refugio, y
que la alcaldía y el gobierno se iban a convertir en sus grandes
valedores, dando por buenos informes ambientales falsificados,
prometiendo cientos y miles de empleos inexistentes, aun cuando
determinaron que la actividad extractiva iba a ser prioritaria sobre la
produción de alimentos.
Pero también llegó la solidaridad y la fraternidad de las luchas.
Tejemos juntas una gran red, organizándonos en todas las latitudes, por
la soberanía alimentaria, contra el acaparamiento de tierras y la
privatización del agua y de las semillas, contra la criminalización de
nuestros movimientos, en defensa de la biodiversidad.
Como mujeres del Sindicato Labrego Galego y de la Vía Campesina, nos
inspira la dignidad de la compañera Maxima Acuña, de Perú, gritando su
voluntad inquebrantable de defender las montañas frente a los intereses
de la minería; la promesa de Berta Cáceres, asesinada en Honduras en
2016, de que volverá y seremos miles para defender los derechos de
nuestras comunidades, de los ríos, de los bosques; de las mujeres, de
las generaciones que nos sucederán. Miles de mujeres y de hombres en
lucha contra el capitalismo y el patriarcado, creando otro mundo en el
que los cuidados y la vida estén en el centro.
Fotos: ANRed. Fotografía de apertura, Álvaro Hurtado, para Saltamos.net.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario