Editorial La Jornada
Un año después de que
los jóvenes estadunidenses detonaran un movimiento nacional para exigir
a los políticos de su país poner fin al descontrol absoluto en la
tenencia de armas de fuego que casi cada semana son usadas en tiroteos
masivos, la estudiante sueca Greta Thunberg ha logrado despertar entre
las juventudes un movimiento global de alerta ante el cambio climático y
llama a la acción urgente para encarar este desafío. Aunque pudieran
parecer hechos inconexos, además de la edad de sus protagonistas, a
estas manifestaciones las hermana un detonante: la constatación de que
las personas en posiciones de poder, en su mayoría adultos, tienen nulo
interés por el futuro del planeta y de las siguientes generaciones de
seres humanos.
Esta conciencia queda plasmada en los lemas adoptados por quienes se
han sumado a la huelga estudiantil contra el cambio climático, cuya
consigna más repetida fue "si ustedes no actúan como adultos, nosotros
lo haremos".
El estado de emergencia que trasmiten lemas como
están destruyendo nuestro futuro,
actúa ahora, o nadao
no hay un planeta Bdistan de ser exageraciones: la temperatura global promedio es un grado más alta que antes de la era industrial y se estima que de continuar la tendencia de calentamiento, para finales de siglo el nivel medio del mar aumentará más de 60 centímetros, con catastróficos efectos para las poblaciones costeras del orbe.
Las consecuencias ya son palpables con fenómenos meteorológicos año
con año más devastadores en términos de pérdidas humanas y materiales,
así como en el daño probablemente irreversible a las criaturas con las
que compartimos la Tierra: en menos de 50 años las actividades humanas
han provocado la desaparición de 60 por ciento de las poblaciones de
especies de aves, peces, mamíferos, anfibios y reptiles.
Por ello resultan incomprensiblemente mezquinas las reacciones como
la del presidente de la Asociación de Directores de Secundaria de Nueva
Zelanda, Michael William, quien descalificó el esfuerzo de los jóvenes y
advirtió acerca de consecuencias por la pérdida de clases. En cambio,
debe saludarse que estudiantes de todo el mundo demuestren una
gigantesca visión y madurez –en lo que claramente rebasan a muchos
adultos– para dimensionar la gravedad de un fenómeno que pone en jaque
su futuro, así como para tomar en sus manos la tarea de crear conciencia
en sus conciudadanos. En suma, cabe hacer votos porque este nueva
sacudida a la complacencia de los líderes mundiales y a la indolencia de
la mayor parte de las sociedades logre trascender su momento mediático y
sea un poderoso actor político que empuje la impostergable agenda en
pro de la cordura en el uso de los recursos naturales; tarea de la que
pende, de manera cada día más inocultable, la propia supervivencia
humana.
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