Ricardo Raphael
Hay oficios que se dedican a celebrar las fiestas decembrinas como si ninguna otra época del año pudiera ser tan entretenida. El cuetero, por ejemplo, a quien las leyes le tienen sin cuidado, en estas fechas vive de vender pólvora para iluminar el cielo y de lastimar con sus sonidos los oídos de los perros. También están el juguetero, el vendedor de vino, el mariachi o el restaurantero; todos padecen muchos meses de austeridad porque saben que su jauja ocurre durante el invierno.
Para la gran mayoría, la Navidad es un agradecible invento de la civilización. Ayuda a pasar con menor incomodidad el frío y los ciclos bajos de la economía gracias al auge del comercio. Otros oficios, sin embargo, se han vuelto refractarios ante los humores decembrinos. El del político parece ser, durante este fin de año, el más apartado del entusiasmo colectivo.
Entre posadas, ponche y lucecitas, un ambiente como de velación de armas flota sobre quienes comparten esa extraña profesión. Están ellos conscientes de que 2011 será época de dura guerra por el poder y sólo tal realidad pareciera importar. Dentro de la casa de los partidos se resiente la tensión y la adrenalina. No hay ahí humanidad buena sino ánimo puro y duro de confrontación.
Los que antes eran aliados, durante el año próximo van a desencontrarse. Quienes ayer eran adversarios, en breve ratificarán su posición como enemigos jurados. De izquierda a derecha, el tema único se volvió ya la sucesión presidencial.
Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard Casaubon no se tienen esta Navidad un sólo regalo. A pesar de lo que dicen todas las encuestas, el primero sigue convencido de que la suya debe ser la candidatura que se imponga para el PRD.
De su lado, el jefe de Gobierno capitalino tiene claro que, sin el apoyo de AMLO, su bandera ondeará muy rasgada. Un choque de trenes entre ambos políticos va a dejar a la izquierda muy inválida para la contienda que viene. Es obvio y, sin embargo —como dos planetas que deben estrellarse debido a su ineludible órbita gravitacional—, López Obrador y Ebrard se aproximan indolentes hacia el colapso.
En el Partido Acción Nacional, la dinámica no es muy distinta. Aún no cuenta este instituto con una candidatura más alta que las otras y curiosamente —en lugar de mostrarse cada uno como la mejor opción— los presidenciables azules andan ocupados en mostrar que el correligionario de enfrente es aún más chaparro. El fuego amigo, dentro y fuera del gabinete calderonista retumba tanto o más fuerte que la pólvora del cuetero.
Acaso sea dentro del Partido Revolucionario Institucional donde los ánimos tengan, por ahora, mayor certidumbre. El acuerdo reciente entre los grandes barones y baronesas alrededor del nombramiento de su futuro dirigente partidista, está siendo una razón buena para celebrar en estas fiestas. Pareciera que los tricolores aprendieron bien su lección después de las escandalosas rupturas que padecieron durante el primer lustro de este siglo.
Con todo, tanta alineación virtuosa dentro de su morada no hace menos beligerantes a estos políticos mexicanos. Probablemente ocurra lo contrario. Con la sucesión presidencial colocada como faro único en el horizonte, los acuerdos con el presidente Calderón y su respectivo partido se han vuelto materia electoral improductiva. Cada día con mayor arrogancia dicen no a las soluciones que, únicamente con el concurso de la pluralidad partidaria, podrían alcanzarse.
No a la reforma electoral. No a la reforma política. No a cualquier tema que pudiera mejorar la imagen del presidente en turno. En efecto, a las batallas que dentro de cada tribu se están librando ferozmente, se sumará el próximo año la gran confrontación entre todos los gladiadores del coliseo.
¿Cuándo ocurrió en México que los poderosos sólo pudieran pensar en clave electoral? ¿En qué momento los otros temas de la tarea política pasaron a ocupar un lugar tan de segunda? ¿Qué hemos hecho mal los demás mexicanos para que ese autismo electorero no pague nunca los costos que se merecería?
Es diciembre y en la galaxia donde vive la clase política muy poco es lo que se festeja. Temporada previa al quebradero de platos y el divorcio. Navidad entre adultos que comparten únicamente emociones infértiles. Navidad sin sexo porque durante el 2011 se tiene ya prevista una endemoniada separación.
Analista político
Para la gran mayoría, la Navidad es un agradecible invento de la civilización. Ayuda a pasar con menor incomodidad el frío y los ciclos bajos de la economía gracias al auge del comercio. Otros oficios, sin embargo, se han vuelto refractarios ante los humores decembrinos. El del político parece ser, durante este fin de año, el más apartado del entusiasmo colectivo.
Entre posadas, ponche y lucecitas, un ambiente como de velación de armas flota sobre quienes comparten esa extraña profesión. Están ellos conscientes de que 2011 será época de dura guerra por el poder y sólo tal realidad pareciera importar. Dentro de la casa de los partidos se resiente la tensión y la adrenalina. No hay ahí humanidad buena sino ánimo puro y duro de confrontación.
Los que antes eran aliados, durante el año próximo van a desencontrarse. Quienes ayer eran adversarios, en breve ratificarán su posición como enemigos jurados. De izquierda a derecha, el tema único se volvió ya la sucesión presidencial.
Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard Casaubon no se tienen esta Navidad un sólo regalo. A pesar de lo que dicen todas las encuestas, el primero sigue convencido de que la suya debe ser la candidatura que se imponga para el PRD.
De su lado, el jefe de Gobierno capitalino tiene claro que, sin el apoyo de AMLO, su bandera ondeará muy rasgada. Un choque de trenes entre ambos políticos va a dejar a la izquierda muy inválida para la contienda que viene. Es obvio y, sin embargo —como dos planetas que deben estrellarse debido a su ineludible órbita gravitacional—, López Obrador y Ebrard se aproximan indolentes hacia el colapso.
En el Partido Acción Nacional, la dinámica no es muy distinta. Aún no cuenta este instituto con una candidatura más alta que las otras y curiosamente —en lugar de mostrarse cada uno como la mejor opción— los presidenciables azules andan ocupados en mostrar que el correligionario de enfrente es aún más chaparro. El fuego amigo, dentro y fuera del gabinete calderonista retumba tanto o más fuerte que la pólvora del cuetero.
Acaso sea dentro del Partido Revolucionario Institucional donde los ánimos tengan, por ahora, mayor certidumbre. El acuerdo reciente entre los grandes barones y baronesas alrededor del nombramiento de su futuro dirigente partidista, está siendo una razón buena para celebrar en estas fiestas. Pareciera que los tricolores aprendieron bien su lección después de las escandalosas rupturas que padecieron durante el primer lustro de este siglo.
Con todo, tanta alineación virtuosa dentro de su morada no hace menos beligerantes a estos políticos mexicanos. Probablemente ocurra lo contrario. Con la sucesión presidencial colocada como faro único en el horizonte, los acuerdos con el presidente Calderón y su respectivo partido se han vuelto materia electoral improductiva. Cada día con mayor arrogancia dicen no a las soluciones que, únicamente con el concurso de la pluralidad partidaria, podrían alcanzarse.
No a la reforma electoral. No a la reforma política. No a cualquier tema que pudiera mejorar la imagen del presidente en turno. En efecto, a las batallas que dentro de cada tribu se están librando ferozmente, se sumará el próximo año la gran confrontación entre todos los gladiadores del coliseo.
¿Cuándo ocurrió en México que los poderosos sólo pudieran pensar en clave electoral? ¿En qué momento los otros temas de la tarea política pasaron a ocupar un lugar tan de segunda? ¿Qué hemos hecho mal los demás mexicanos para que ese autismo electorero no pague nunca los costos que se merecería?
Es diciembre y en la galaxia donde vive la clase política muy poco es lo que se festeja. Temporada previa al quebradero de platos y el divorcio. Navidad entre adultos que comparten únicamente emociones infértiles. Navidad sin sexo porque durante el 2011 se tiene ya prevista una endemoniada separación.
Analista político
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