Eduardo Ibarra Aguirre
Tras empecinarse en una confrontación discursiva con los organizadores de la Caminata-Marcha por la Paz con Justicia y Dignidad, que partió el 5 de mayo de Cuernavaca, Morelos, y concluyó ayer con una magna y diversa concentración en el Zócalo capitalino, Felipe Calderón Hinojosa supo enhorabuena recular.
Para el lugar común es de sabios rectificar. En este caso está por verse si el comunicado de la Presidencia constituye un giro en los beligerantes discursos pronunciados en la capital poblana, el día 5, y el difundido en cadena nacional, el miércoles 4, o simplemente estamos ante una de las maniobras políticas del señor que abusa del uso de la banda presidencial y tiene que recordarles a los gobernados que es “el presidente de todos los mexicanos”, pero demuestra lo contrario al descalificar a los promotores de “salidas falsas”, a los que “de buena o mala fe quisieran ver nuestras tropas retroceder”. Y no respalda con hechos su “Patria es antes que partido”
También tuvo frases bellas y ajenas por la pérdida creciente de credibilidad de su palabra ante las innúmeras víctimas de la inseguridad pública, y se apoyó en Ignacio Zaragoza, el nativo de Puerto Isabel, Texas, para jurar el jueves 5: “Yo prometo que en la presente jornada conquistaréis un día de gloria”. Además manoseó al oaxaqueño Andrés Henestrosa al citar: “cuando todo parece que se ha perdido, es cuando nacen el héroe, el apóstol, el libertador, el mártir, el profeta, el poeta que con su canto levanta murallas para defender la patria”.
El poeta Javier Sicilia, el obispo Raúl Vera, las madres de los niños muertos en la guardería ABC y cualesquiera de los múltiples caminantes sólo bregan por la paz con justicia y dignidad, ajenos a heroicidades, martirologios y demás, cuando lo que urge es eficacia del Estado y su presunto jefe para proporcionar seguridad en la vida y los bienes, pero sin violentar la Constitución.
Le costó trabajo a Calderón entender que la confrontación con los organizadores de la caminata-marcha –entre ellos dirigentes de asociaciones auspiciadas por Los Pinos, que reciben apoyo económico de la Secretaría de Seguridad Pública y además tienen familiares que trabajan en ella--, no era la vía más redituable para su gobierno porque lo distancia de los nuevos liderazgos autónomos que simboliza el colaborador del semanario Proceso, y coloca en situación desventajosa a sus aliados.
Hace bien el abogado, economista y administrador público en asumir, por medio de un boletín de prensa y no de uno de sus discursos, lo que implicaría desmentirse, que la movilización en la que convergieron las más diversas expresiones del movimiento, “revitaliza la acción ciudadana como una vía fundamental para superar inercias e impulsar las decisiones y los cambios que requiere nuestro país en temas fundamentales como la seguridad y la justicia”.
En efecto, “trabajando juntos, sociedad y gobierno, nuestro país es más fuerte y más grande frente al enemigo de todos los mexicanos: el crimen organizado” (que no excluye al de cuello blanco y mucho menos a los circuitos financieros en los que lavan sus dineros).
La muy limitada presencia de la sociedad en las estrategias de Calderón Hinojosa –léase de la Casa Blanca-- es su talón de Aquiles, aunque sólo la contempla de manera tangencial.
Para que la sociedad irrumpa en la hora llamada lucha por la seguridad es indispensable que el gobierno se disponga a consensar las políticas y programas a poner en marcha. Y Calderón es el primero que debe entenderlo porque está acostumbrado a imponer las estrategias y a regañar a los que no lo apoyan en su aventura militar de matriz extranjera.
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