WALTER OPPENHEIMER / CHARO NOGUEIRA/ El País
Hay pocas cuestiones más sensibles que los efectos que la publicidad y el comercio tienen sobre los niños y en particular el impacto que tiene en su sexualidad. En Reino Unido en particular, basta un reportaje periodístico mostrando a una niña pequeña vistiendo un biquini sensual o calzando tacones altos para provocar una tórrida catarata de informaciones alertando de las consecuencias de lo que los británicos denominan la “sexualización y la comercialización de los niños”.
La conclusión inmediata de los tabloides es que hay que proteger a los niños de esos peligros. Y la manera de protegerlos es separarles de los factores de riesgo. Es decir, prohibir la venta de la ropa infantil demasiado sensual, prohibir los anuncios demasiado eróticos y hasta prohibir los vídeos musicales demasiado insinuantes.
En 2007, el entonces Gobierno laborista intentó coger el toro por los cuernos y le encargó un informe independiente a David Buckingham, profesor de Educación y director del Centro para el Estudio de los Niños, los Jóvenes y los Medios, del Instituto de Educación de la Universidad de Londres.
Dos años después, Buckingham publicó un trabajo de 190 páginas cuya conclusión más notable era que, en realidad, sabemos muy poco sobre los verdaderos efectos de la comercialización en los niños, tanto de los impactos negativos como de los efectos positivos. "Hay una serie de investigaciones que establecen una asociación entre el mundo comercial y aspectos negativos del bienestar de los niños. Sin embargo, en diversas áreas clave -y en especial las relacionadas con obesidad, materialismo y sexualización- hay evidencias muy limitadas de que exista alguna relación causal. Necesitamos más estudios centrados en aspectos concretos que aborden las cuestiones clave y comprender su complejidad".
El año pasado, también por encargo del Gobierno laborista, la psicóloga Linda Papadopoulos, profesora de la Universidad Metropolitana de Londres, estudió más concretamente las consecuencias de la sexualización de los niños. Sus conclusiones eran más drásticas que las de Buckingham y sus recomendaciones alternaban el trabajo preventivo, sobre todo a través de la educación y la inculcación de la igualdad de género en niños y maestros y el trabajo en común de padres, profesores, médicos, publicistas, comerciantes y políticos, con medidas más concretas.
Medidas como dificultar mediante barreras técnicas controladas por los padres el acceso de los niños a Internet, bloquear el acceso a portales de Internet pro anorexia o pro bulimia, obligar a los medios a introducir un sistema de símbolos que permita saber el grado de manipulación a que se ha sometido una fotografía para mejorar la apariencia física de los famosos en las revistas para jóvenes, limitar u obligar a justificar la emisión de vídeos musicales sexualmente provocativos antes del horario nocturno (que empieza a las nueve de la noche), o buscar un consenso con los comercios de ropa sobre qué diseños son adecuados de acuerdo con los grupos de edad.
Ahora, el Gobierno de conservadores y liberales demócratas ha puesto el debate en manos de Reg Bailey, director de Mother's Union, una organización cristiana de apoyo a las familias. Bailey subraya dos ideas que más parecen premisas que conclusiones. Primero: aunque admite la necesidad de investigaciones adicionales para buscar pruebas sobre el daño real que la comercialización y la sexualización tienen en los niños y cómo se produce ese daño, considera que hay que actuar de inmediato porque "la falta de pruebas conclusivas sobre ese daño a los niños no significa que ese daño no exista". Y, segundo: esas medidas han de tener más en cuenta la opinión de los padres que la de la sociedad en su conjunto.
A partir de ahí, Bailey ha propuesto un catálogo de medidas a implementar no solo por el Gobierno, sino por los reguladores y la industria, ya sea publicitaria, musical o las cadenas de ropa. Sugiere que el comercio se regule a sí mismo y que, si no lo hace de forma efectiva, el Gobierno legisle para imponer restricciones a la venta de ropa infantil sexualizada. El Consorcio Británico de Comercios, que agrupa a todas las grandes cadenas comerciales, ha acatado el reto de inmediato y ha publicado ya un código deontológico que aborda desde cuestiones comerciales a etiquetado (como mostrar tallas por edades más que por medidas) y a las relacionadas con el diseño, como la altura máxima de los tacones o el color de la ropa interior.
Bailey propone otras medidas, como tapar las portadas de las revistas eróticas; reducir la cantidad de anuncios con contenido sexual en áreas de acceso habitual de niños, como se hace ya con la publicidad de alcohol; asegurarse de que se cumple la normativa que regula la difusión de contenidos eróticos en televisión; introducir una escala de edades en los vídeos musicales como se hace con el cine; facilitar a los padres el control del acceso de los niños a Internet; definir como niños a todos los menores de 16 años a efectos de las regulaciones publicitarias; prohibir el empleo de niños en las campañas comerciales peer to peer, o aumentar el papel de los padres a la hora de decidir la regulación en Internet.
"La iniciativa del Reino Unido es muy interesante", afirma Rosario Ortega, catedrática de Psicología de la Universidad de Córdoba. "En España no hemos dado importancia al hecho de convertir a los niños en un objeto erótico o un reclamo comercial. No somos conscientes de este problema, pero existe y es urgente tomar conciencia de ello", añade esta experta en las agresiones que sufren chiquillos y adolescentes.
La sexualización precoz afecta en mayor medida a las niñas, coinciden los expertos consultados. "Claro que hay un problema, sobre todo en relación con ellas", plantea la profesora de Psicología Evolutiva Amparo Moreno, de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). "Tiene relación con el papel de la mujer como objeto sexual y se ha ido adelantando la edad en que las menores se convierten en ello". Este trasunto se ve alentado por el desarrollo cada vez más temprano de las niñas y, también, por la aceptación social de ese papel de mujeres en pequeño. "Las niñas se ven animadas a proporcionar imágenes o comportamientos que no les corresponden por su edad", señala Moreno. Y en ello influyen no solo los medios de comunicación, la publicidad o los contenidos por Internet, sino también la educación, que pasa por esos filtros como "las revistas para adolescentes o los programas de televisión que también están a su alcance".
"¿Qué hace una niña de ocho años vestida de adulta y cantando coplas de desgarro amoroso con poses y actitudes impropias, maquillada y recitando pasiones, celos y desengaños amorosos en la televisión?", se pregunta Ortega. Detecta el problema de la sexualización precoz tanto en ese tipo de programas de niños artistas como en el incumplimiento de los requisitos del horario de protección infantil en las televisiones, "que permiten que programas de contenido obsceno estén al alcance de los niños".
Como Moreno, la catedrática de Córdoba también pone el dedo en la llaga de las revistas dirigidas a preadolescentes y añade los vídeos musicales y la desprotección de niños y jóvenes en los chats. La Red es el ámbito que más preocupa al Defensor del Pueblo y del menor de CastillaLa Mancha, José Manuel Martínez Cenzano. "Solo he recibido quejas por Internet", afirma. De ahí que haya promovido materiales didácticos para prevenir, por ejemplo, el mal uso de la imagen infantil.
Para algunos, el problema también está en las tiendas. "A las niñas se las convierte en objetos sexuales con la ropa. Hay establecimientos que solo ofrecen minifaldas y camisetas ajustadas para crías de ocho años", constata José Ignacio Pichardo, profesor de Antropología de la Universidad Complutense. Ropa con evocaciones de Lolita para niñas de poco más de un metro.
"Antes de tener una educación erótica sentimental correcta, los niños están viendo imágenes o posturas eróticas. No las pueden obviar. Eso les supone recibir una estimulación permanente antes de que su maduración psicobiológica les motive para el cortejo", reflexiona Ortega. "Hay que esperar a que los niños hagan su proceso erótico al ritmo de su psicobiología, sin impulsarles con lo que ven o lo que se comercializa para ellos. Es preciso respetar los tiempos, y no hiperestimular su sexualidad, porque eso puede conducir a una confusión sobre las claves de la identidad", añade. ¿Tiene consecuencias en el creciente adelanto de las prácticas sexuales? "No puedo afirmar eso, ni que la precocidad se deba a estímulos sociales", responde la experta.
Lo que sí tiene claro Ortega es que ha llegado el momento de "abrir un gran debate en España sobre la hipersexualización y manipulación de los niños". Considera que deberían participar en él desde las empresas hasta las instituciones y las asociaciones. En cambio, la Plataforma de Organizaciones de Infancia, que agrupa a más de 40 entidades, asegura que no se puede trasponer a España la situación y las medidas restrictivas del Reino Unido. Apuesta por articular medidas "desde una perspectiva más integral y preventiva", basadas en dotar de habilidades a los pequeños frente a las dificultades que puedan encontrar en la sociedad actual, afirma su director, Ángel Hernández Martín.
"Por supuesto que hay que proteger a la infancia, pero sin negar la sexualidad infantil. Ignorar el gran descubrimiento de Freud sería retroceder un siglo", concluye el catedrático de Psicología a Evolutiva de la UAM Josetxu Linaza.
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