El dilema de los trabajadores será optar por un candidato que, más allá de las promesas, dará continuidad a las prácticas que los han mantenido en la postración: bajos salarios, sindicatos charros, impunidad e inseguridad, o intentar transitar hacia un cambio en favor de un gobierno cercano a sus intereses.
Si bien el charrismo o la represión a la organización libre e independiente de los trabajadores es un fenómeno común en todo el país, el estado de México se caracteriza por su dureza. Esta represión es común ante el más mínimo intento de organización autónoma; todos los indicadores así lo exhiben. El acceso a la información pública gubernamental en materia laboral es nula; las redes de complicidad entre las autoridades de trabajo y los líderes venales están entremezcladas. En la práctica es casi imposible dar trámite a los juicios colectivos, incluyendo los de titularidad o cambio de sindicato, a tal grado que el personal jurídico encargado de esta función dentro de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje ha sido disminuido a su expresión mínima. El estado de México presume un control absoluto sobre los trabajadores.
A pesar de las dificultades, los asalariados de esta entidad han dado ejemplo de luchas valientes y generosas para organizarse, mejorar sus salarios y hacer respetar sus derechos. En todo el territorio mexiquense, incluyendo Xalostoc, Ecatepec, Naucalpan, Coacalco, Tlalnepantla y Cuautitlán, viven los héroes conocidos y anónimos de esas batallas, aquellos quienes desde principios de los 70 nos dieron grandes enseñanzas. Vienen a la memoria sus lugares de trabajo, entre otros: General Electric, Vidrio Plano, Empacadora Bremer, Crinamex, Kraft, Alcon, Matosa, Acermex, Herdez, Altafisa, Harper Wyman, Kelvinator, Trailmóbile, Sealed Power, Rassini Reen, Lido Texturizado, Kimex, Kindy y Piplast. Cómo olvidar a los trabajadores de Pettibone, forzados a firmar su renuncia mientras les cubrían la cabeza con bolsas de plástico que les impedían respirar; cómo olvidar las andanzas del temido Wallace de la Mancha, gángster cetemista que tenía asolados a los obreros de las fábricas en la región; o la noche previa al recuento de Itapsa, cuando el grupo de golpeadores denominado Los chiquiticos secuestraron a los trabajadores, amenazándolos para impedir su voto en favor de un sindicato independiente. Cuánto habría que contar de Spicer, Ford o Vidriera y Alumex.
En estas luchas participaron diversas organizaciones independientes, como el Frente Auténtico del Trabajo, la Tendencia Democrática de los Electricistas y el Sutin, abogados democráticos, estudiantes, sacerdotes comprometidos y diversos grupos de izquierda que hacían causa común con los trabajadores. Entre ellos destacaba la Cooperativa de Cine Marginal, integrada por jóvenes con especial creatividad y dinamismo: Paco Taibo II, Paco Ceja, Belarmino Fernández, Paloma Saiz, el Rompecoches, Guadalupe Ferrer, Servando Gaja, Francisco Abardía, el Gallo Villarreal, Nena Cortés, Horacio Gómez, el Cabezón Aurecoechea, Luis Hernández Navarro, Beatriz Novaro, Saúl Escobar, Mario Núñez, Orlando Delgado, Jorge Fernández Souza, Miguel Lanz, Gisela Landazurri, Jorge Robles y Carmen Durán, cuyo temprano fallecimiento entristeció a todos.
En todas estas batallas, los procesos de formación política y laboral fueron elementos clave para la toma de conciencia, los círculos de estudio, las lecturas, la entrega de periódicos a puerta de fábrica, como La causa del Pueblo, Trabajadores en lucha o El obrero insurgente. Múltiples fueron las formas de organización que se convirtieron en armas de batalla.
Esta es la herencia que esos luchadores dejaron a los trabajadores que hoy, con su voto, pueden cambiar su historia. Imaginemos un gobernante cuya principal preocupación sea el bienestar de la gente menos favorecida. Imaginemos autoridades laborales que impartan justicia imparcial y honesta. Imaginemos, también, una política social y económica que logre mayor equidad y protección social, servicios otorgados no como un favor, sino en cumplimiento de una obligación del gobierno.
Alejandro Encinas, hoy candidato a la gubernatura del estado, es parte de esa generación de luchadores. Desde muy joven tuvo una clara vocación social y de compromiso con los más desprotegidos. Lo recuerdan algunos a primeras horas de la mañana durmiendo en su vocho, esperando la entrada de los obreros mexiquenses en alguna fábrica, para entregarles el volante o el periódico. Como académico, diputado y en su actuar como funcionario público, se ha distinguido por su honestidad, eficiencia y capacidad de concertación. Es, en pocas palabras, un aliado de los trabajadores del campo y la ciudad; raro, un político que no tiene cola que le pisen.
Hoy más que nunca es necesario recuperar la memoria histórica y recordar lo que han sido los regímenes priístas incrustados hace mucho tiempo en el estado de México. Estos gobiernos son los que han permitido toda clase de atropellos y abusos contra los más débiles. En la actual coyuntura electoral, la apabullante propaganda de los medios pretende hacer olvidar la condición social de los trabajadores y las causas de su marginación. Que no nos confundan: las falsas promesas, la saturación propagandística y las dádivas son las de siempre; la estrategia es que se olvide el pasado. En otras palabras, que los votantes pierdan de vista quién es quién en esta contienda.
Hoy, ir a votar es un compromiso con el pasado y el futuro. La mayoría de la población en el estado de México ha sido privada de los recursos y derechos necesarios para vivir mejor, y los gobernantes de siempre confían en el olvido. La interrogante es en qué medida las mujeres y hombres que viven de su trabajo votarán conforme a sus verdaderos intereses. Un estado de México distinto será posible si los trabajadores ejercen el poder que tienen en sus manos.
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