Porfirio Muñoz Ledo
Los judíos practicaban el rito propiciatorio del cordero pascual, consumido para la redención de los pecados. En la escena precaria de la política mexicana se ha instalado una réplica vernácula de ese ejercicio: la inflación artificial de un personaje menor del gobierno para que sirva de parapeto publicitario frente a los adversarios, pastor de huestes internas y garantía de dócil continuidad ante los poderes fácticos.
Entre los incontables errores de Calderón, ésta es la maniobra menos torpe que se le conoce: ungir a su secretario de Hacienda como su virtual sucesor, al más añejo estilo del antiguo régimen. Convertirlo en el predilecto de su “delfinario”, según la frase aguda de René Delgado. Construir a golpes mediáticos un centauro con patas y cola de Mouriño, torso financiero y brazos repartidores de José Córdoba y lengua suelta y encubridora de Rubén Aguilar.
En la fase menguante de su administración descubre la significancia de una jefatura de gabinete, así sea virtual, que amortigüe los embates externos, lo proteja en su estratósfera de frases huecas y gestos amenazantes, al tiempo que distrae al vulgo de la evidente decadencia del régimen. Una suerte de pararrayos que apacigüe las ambiciones desbocadas de sus colaboradores. Alguien que supere sus propios dislates e incoherencias verbales.
Ha comisionado a un tecnócrata bravucón para que atraiga las candilejas, rete a los pendencieros del barrio y mueva la agenda pública de los temas de seguridad, en los que se encuentra acorralado al desempeño económico en el que supone tener ventajas relativas: de la aritmética irrefutable de las muertes a las amañadas estadísticas económicas. Pretende emparejar el terreno al menos con sus contendientes del PRI, ya que en materia de políticas neoliberales son coautores gemelos del despeñadero.
Envía además un mensaje inequívoco a las finanzas trasnacionales: la guerra contra el narco podría volverse insostenible, pero la supeditación al consenso de Washington se mantendrá incólume. García Luna no será elevado a los altares, pero Carstens podría ascender al trono del FMI. Finalmente, la matriz originaria de la dependencia no es el Pentágono, sino el departamento del Tesoro. Semejante rotación a la que se efectuó en los ochentas, cuando se fueron los dictadores latinoamericanos al son de la deuda externa.
Como en la otra guerra, los daños colaterales de esta táctica no son pocos. Ha puesto en efervescencia a las fuerzas no domesticadas de su partido y les ha acercado un ovino a su paladar. Ha obligado a revirar a la maestra Gordillo en defensa de su propio pupilo dentro del gabinete y, lo que es peor, está colocando en el eje de la discusión los desastres generados por el ciclo neoliberal: el estrangulamiento de la economía, la pauperización de la sociedad y la indecible dependencia a los intereses y dictados del extranjero. Precisamente aquellos que son la causa eficiente de la inseguridad.
Resulta ofensivo que el funcionario mejor pagado del aparato estatal incida en la apología de los salarios de hambre y desafíe la razón tratando de maquillar lo inocultable: que el descenso de la remuneración al trabajo ha sido continuo e implacable durante los últimos 30 años. Se estima en 78% por lo que hace al salario mínimo, 63% el salario promedio, 52% el industrial y 42% el de la contratación colectiva. Según el Observatorio del Salario, el mínimo debiera ser cinco veces superior al actual, esto es 8 mil 412.49 pesos mensuales.
Al llegar al poder, la izquierda uruguaya centró su programa de recuperación en una elevación radical de todos los salarios y probó que éstos por sí solos no generan inflación. Lo que se requiere son políticas de expansión, que no malabarismos aritméticos. Por fortuna vuelve al debate el cambio de modelo económico y la necesidad imperiosa de una alternancia verdadera. En ese pastizal, tanto los carneros del PRI como los corderos del PAN deben su engorda a la injusticia.
Diputado federal del PT
No hay comentarios.:
Publicar un comentario