Lydia Cacho
A Javier Sicilia le asesinaron a su hijo y se lanzó a lavar su dolor en un vía crucis que para muchos hace sentido. Para otros no. Ciertamente, Sicilia no inventó la denuncia multitudinaria; desde hace más de una década las organizaciones civiles han caminado el país, las madres de Chihuahua han denunciado ante las autoridades las desapariciones forzadas y el asesinato de sus hijas. Llevan una década exigiendo a gobiernos estatales y federales que hagan su trabajo para esclarecer las muertes, para encontrar a las hijas perdidas, para hacer justicia. Planes vienen y planes van y las mismas madres lloran los mismos llantos, y acogen a las nuevas familias con sus nuevos muertos. Con la guerra no comenzó la masacre, se potenció la muerte y la podredumbre de los estados y del Estado.
Ellas cargan fotos deslavadas de sus criaturas en el pecho y nada nuevo ha sucedido, los culpables están libres. Para ellas la propuesta de Sicilia y sus hombres es añeja, dicen, es lo mismo que se ha exigido a lo largo de la última década. Por eso algunas no firman, porque cargan a sus muertas y encima de ellas las promesas incumplidas de alcaldes, gobernadores, fiscales y presidentes. Están pues, en su derecho de negarse a firmar un pacto más con la autoridad, porque saben que su espíritu no da más cabida a una esperanza que será derrotada.
Sin embargo siguen trabajando en su comunidad, con proyectos educativos y artísticos de prevención de violencia, siguen colaborando, fortaleciendo el sistema de juicios orales, resisten sí, pero no se cruzan de brazos. Chihuahua no es una tierra sufrida, por el contrario, es el ejemplo de fortaleza más grande de este país. Porque a pesar de todo, siguen uniéndose, creyendo, trabajando, educando, exigiendo, que no suplicando. Ese tipo de dignidad cívica no lo he visto en otro estado con tanta claridad.
Y sí, Sicilia hace bien en compartir su dolor y su poesía, en hacer de la muerte de su hijo la muerte de las hijas y los hijos nuestros, pero el peligro está en sembrar falsas expectativas en víctimas que a lo largo de la geografía han dicho una y otra vez "Sicilia llevará mi caso al Presidente".
Durante los últimos 50 años los movimientos cívicos mexicanos han exigido la división de poderes para lograr un equilibrio democrático.
La guerra y la militarización sí recaen sobre el presidente Calderón, pero también sobre diputados y senadores cobardes e inútiles que en cinco años han dejado hacer sin reaccionar desde el Poder Legislativo. Y sus otros cómplices están en el Poder Judicial, desde donde los ministros, juezas y jueces honestos no se han atrevido a impulsar una limpia indispensable.
Mientras tanto, quienes piden la salida de García Luna saben que nunca sucederá, porque es el único operador de confianza del presidente Calderón. A pesar de saberla perdida la exigencia es válida, porque evidencia que la sociedad entiende quién está entregando el sistema de inteligencia mexicana a Washington y haciendo montajes judiciales inaceptables.
Pedir que se detenga el Plan Mérida es una forma de rebelarse contra una guerra impuesta, ciertamente, pero es también causa perdida. Lo más que sucederá es que el Senado norteamericano operará ciertos cambios, y siendo optimistas, que Hacienda y SIEDO lleven a cabo investigaciones de bienes patrimoniales de delincuentes y políticos. Hay visos de que esto podría suceder, pero más bien por razones electorales.
La visita de Sicilia a Calderón no será una negociación, sino un acto político, el Presidente ha demostrado que no considera a la sociedad civil su interlocutora. Pero es necesaria para demostrar cómo opera el Estado. Lo importante no es la visita, o el supuesto diálogo, sino lo que sucederá después.
Cada nueva tragedia invoca el dolor acumulado por las infamias anteriores. La marcha de Sicilia refresca las razones para no darse por vencidas, pese a todo. Pero también debemos entender a aquellas personas que hace 10 años ya estuvieron allí, que ya recorrieron el camino del desencuentro con las autoridades y sus pactos frustrados. Habrá que ser realistas y tolerantes, porque los consensos no pueden ser absolutos al interior de una comunidad violentada desde hace tantos años. Unos apenas van y otros ya están de regreso, lo importante es que transitan el mismo camino; el de la búsqueda del fin de una guerra absurda que lo descompone todo.
www.lydiacacho.orgT
witter: @lydiacachosi
Ellas cargan fotos deslavadas de sus criaturas en el pecho y nada nuevo ha sucedido, los culpables están libres. Para ellas la propuesta de Sicilia y sus hombres es añeja, dicen, es lo mismo que se ha exigido a lo largo de la última década. Por eso algunas no firman, porque cargan a sus muertas y encima de ellas las promesas incumplidas de alcaldes, gobernadores, fiscales y presidentes. Están pues, en su derecho de negarse a firmar un pacto más con la autoridad, porque saben que su espíritu no da más cabida a una esperanza que será derrotada.
Sin embargo siguen trabajando en su comunidad, con proyectos educativos y artísticos de prevención de violencia, siguen colaborando, fortaleciendo el sistema de juicios orales, resisten sí, pero no se cruzan de brazos. Chihuahua no es una tierra sufrida, por el contrario, es el ejemplo de fortaleza más grande de este país. Porque a pesar de todo, siguen uniéndose, creyendo, trabajando, educando, exigiendo, que no suplicando. Ese tipo de dignidad cívica no lo he visto en otro estado con tanta claridad.
Y sí, Sicilia hace bien en compartir su dolor y su poesía, en hacer de la muerte de su hijo la muerte de las hijas y los hijos nuestros, pero el peligro está en sembrar falsas expectativas en víctimas que a lo largo de la geografía han dicho una y otra vez "Sicilia llevará mi caso al Presidente".
Durante los últimos 50 años los movimientos cívicos mexicanos han exigido la división de poderes para lograr un equilibrio democrático.
La guerra y la militarización sí recaen sobre el presidente Calderón, pero también sobre diputados y senadores cobardes e inútiles que en cinco años han dejado hacer sin reaccionar desde el Poder Legislativo. Y sus otros cómplices están en el Poder Judicial, desde donde los ministros, juezas y jueces honestos no se han atrevido a impulsar una limpia indispensable.
Mientras tanto, quienes piden la salida de García Luna saben que nunca sucederá, porque es el único operador de confianza del presidente Calderón. A pesar de saberla perdida la exigencia es válida, porque evidencia que la sociedad entiende quién está entregando el sistema de inteligencia mexicana a Washington y haciendo montajes judiciales inaceptables.
Pedir que se detenga el Plan Mérida es una forma de rebelarse contra una guerra impuesta, ciertamente, pero es también causa perdida. Lo más que sucederá es que el Senado norteamericano operará ciertos cambios, y siendo optimistas, que Hacienda y SIEDO lleven a cabo investigaciones de bienes patrimoniales de delincuentes y políticos. Hay visos de que esto podría suceder, pero más bien por razones electorales.
La visita de Sicilia a Calderón no será una negociación, sino un acto político, el Presidente ha demostrado que no considera a la sociedad civil su interlocutora. Pero es necesaria para demostrar cómo opera el Estado. Lo importante no es la visita, o el supuesto diálogo, sino lo que sucederá después.
Cada nueva tragedia invoca el dolor acumulado por las infamias anteriores. La marcha de Sicilia refresca las razones para no darse por vencidas, pese a todo. Pero también debemos entender a aquellas personas que hace 10 años ya estuvieron allí, que ya recorrieron el camino del desencuentro con las autoridades y sus pactos frustrados. Habrá que ser realistas y tolerantes, porque los consensos no pueden ser absolutos al interior de una comunidad violentada desde hace tantos años. Unos apenas van y otros ya están de regreso, lo importante es que transitan el mismo camino; el de la búsqueda del fin de una guerra absurda que lo descompone todo.
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