María Teresa Priego
“La conducta de la memoria onírica es seguramente de altísima importancia para toda teoría general de la memoria. Nos enseña, en efecto, que nada de aquello que hemos poseído una vez espiritualmente puede ya perderse por completo”, Scholz.
Volver al “Soy donde no pienso”. Ese lugar desde el cual alguien nos habla adentro nuestro. Aceptarnos allí. En el centro de los círculos concéntricos de los contenidos inconscientes, están nuestros sueños. Si una amaneciera con ánimos de indagarse. Cuando los recuerda. Fascinante amenaza. Indagar. La aparente inmovilidad de una persona que duerme. Bien dicen: La procesión va por dentro. Saber. Pero ¿queremos saber? ¿Qué tanto? Algo adentro aprehende nuestras verdades de una manera distinta mientras dormimos. Más retorcida en su expresión. Y más cierta. Ese estado “ajeno” a la vigilia, nos arrastra. Nos desgreña. “Amanecí feliz, ¿qué habré soñado?” Pero también: “Amanecí angustiada. Llena de miedos”. O sin razón aparente: “Amanecí cucha”. Y decimos “dormí mal”, “dejé la ventana abierta y me dio ‘un aire’. Me acosaron los mosquitos”.
Puede ser, ¿verdad? Sumado a que el inconsciente es un ventarrón ofreciéndonos datos interiores. Una entera banda de mosquitos picándonos justo en aquello que no deseamos saber. O que todavía no estamos en condiciones de saber. “Algo” que lucha adentro nuestro por salir, expresarse. Ser reconocido. ¿Acaso ya podemos soportarlo? ¿Estará nuestra fragilidad ya no tan frágil? Una no decreta si sueña, ni los contenidos del sueño. Sucede. Somos “decretados”. Un verdadero viaje a Ítaca. Con bellezas y cíclopes incluidos. Las memorias, experiencias, rabias, anhelos. Personajes desconocidos. Diálogos desopilantes como Beckett o Ionesco.
Reconocemos una sonrisa. Un mar. Pero ¿por qué se deslizaron en el sueño justo anoche? ¿Por qué escuchamos palabras que suponemos sin sentido? Cuando soñamos, somos los habitantes de un mundo otro. Ese mundo por el cual estamos habitados. Y no hay nada en un sueño que no tenga un sentido. Personalísimo. ¿Indescifrable? Quizá no. Si aceptamos “las reglas del juego”. Sueño porque tengo una memoria inconsciente. Deseos y emociones inconscientes. ¿Puedo acercarme a ellos?
A veces recordamos sueños largos y detallados, otras, sólo fragmentos. Podemos recordar al despertarnos, y nos las ingeniamos de manera misteriosa para ir olvidando a lo largo del día. Sucede que al contrario, durante el día surjan imágenes que nos regresan a ese estado alternativo. En ciertos periodos de agitaciones, descubiertas, dolores, cambios, el insomnio toma el poder. No podemos dormir. ¿Quizá atravesamos un periodo en el que nos da miedo soñar? Vuelvo a la frase imprescindible de Lacan: “El inconsciente está estructurado como un lenguaje y puede por lo tanto ser descifrado”. Mi inconsciente “habla” en mis sueños de un “Yo misma”, censurado por la vigilia. Nos dormimos. Las “protecciones” interiores bajan su nivel. Nos desinhibimos. Las imágenes llegan. Me permito murmurarme dormida, lo que no aguantaría decirme despierta.
“Aportaré la demostración de la existencia de una técnica psicológica que permite interpretar los sueños, y merced a la cual se revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un lugar perfectamente determinado en la actividad de la vida despierta”, escribió Sigmund Freud en sus ensayos acerca de los “Problemas oníricos”. Y nos describe la “intervención” de distintos tipos de estímulos en los sueños: un estímulo sensorial externo (objetivo), estímulo sensorial interno (subjetivo), Estímulo somático interno (orgánico), Fuentes de estímulo puramente psíquicas. Pero las “fuentes” psíquicas nunca fallan a la cita. Por ejemplo: una persona sueña que está en medio del fragor de la revolución francesa, lo detienen. El tribunal popular lo condena a ser decapitado. Cuando se despierta aterrado descubre que un cortinero se desprendió y le cayó en el cuello (estímulo sensorial externo objetivo). Más allá de ese estímulo sensorial, ¿por qué él soñó concretamente con una revolución? ¿Por qué en la francesa y no en otra? “Una de las fuentes de las que el sueño extrae el material que reproduce, y en parte aquel que en la actividad despierta del pensamiento no es recordado ni utilizado, es la vida infantil”.
El sueño está conformado de “representaciones”, “imágenes” involuntarias. Y además “distorsionadas”. La “deformación onírica”, en la cual, un gato no necesariamente nos significa un gato. Una persona a la que identificamos como conocida, tal vez está allí en el lugar de otra persona, cuya importancia estamos ocultando, pero que nos significa más. Podemos soñar que nos paseamos en un paisaje que juramos extraño, y un día darnos cuenta que no recordábamos el paisaje. Pero sí lo conocíamos. Y nos importaba. En el sueño sucede como con las muñecas rusas. Un significado contiene otro, que a su vez contiene otro. Hasta un punto. Donde a veces una puede decir: “Creo que ya me entendí”. Hay un contenido “Manifiesto” Tuve que volar para salvarme. Y un contenido “latente”. Oculto. ¿Cómo de qué me andaré “salvando”?
¿Qué está “escrito” en el escenario onírico? Freud propone analizar el sueño tomando —como en un rompecabezas— cada una de sus partes. Cada pieza es una clave. Indispensable. Trabajar la asociación libre. Cada imagen. Cada palabra responde a la singularidad de quien sueña. Existen sueños repetidos de una persona a otra. Clásicos: Volar, los dientes que se caen, la desnudez en un lugar público, el del mar devorante, el peligro del que logramos escapar un segundo antes de que se realice. Pero cada quien trae la especificidad de su propio mar. De su propia desnudez. Y de su propios dientes. En la madrugada me desperté de un salto. Mareada. ¿Tendré las fuerzas de saber? ¿O me picó un mosquito?
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