2/09/2012

¿De qué te ríes, Josefina?


Adolfo Sánchez Rebolledo
Pletórica, la candidata aparece ante los suyos después de recibir al Presidente y su esposa en la sede nacional del partido. La acompañan los dos contendientes que ella enterró en el camino: Creel y Cordero. Con decoro deportivo, ambos le alzan los brazos bajo la mirada del presidente Madero. Sobre el estrado oficia la ex comisionada de Migración, ahora pieza clave del engranaje blanquiazul. La televisión especula con el inminente arribo de Felipe Calderón, pero la noticia se confirma cuando ya se ha retirado, luego de conversar con los tres: no habrá escándalo que lamentar por las quejas recibidas los días previos. Cordero, delfín presidencial, mal disimula su disgusto, pero alguien le recuerda que así es la política y así son los panistas. ¿Será? Ella, la gran triunfadora, es felicidad pura. Esa es su tarde, su noche y su día, su fiesta. “¡Qué emoción! –se repite– ¡Voy a ser la primera presidenta de México en toda la historia del país! Es un mensaje optimista para curar heridas y relanzar la unidad quebrantada por las disputas previas. La frase suena espontánea, pero se nota trabajada para ser una suerte de leit motiv que se repetirá una y otra vez en los meses que vienen.

El panismo –que no el presidente Calderón– acertó al postular a una mujer a la Presidencia de la República; sin embargo, los resultados de la votación son sorprendentemente bajos. Ni con todos los medios a su disposición les fue posible movilizar a más de la mitad de la militancia inscrita en el padrón y el debate se redujo a cuidar o reducir la ventaja sin comprometerse a dibujar ideas nuevas. El sueño neopanista de hacer de Acción Nacional un partido de masas volvió a disiparse a favor del partido de elites, tan imbricado con la autoridad y las corporaciones de aire conservador y empresarial que son su apoyo natural. Con el pretexto de que estaban de acuerdo en los grandes asuntos programáticos, los aspirantes, incluida Josefina Vázquez Mota, sacrificaron ideas aunque, para mayor gloria democrática, se las ingeniaron para hacer uso de las prácticas viciadas aprendidas con rigor luego de la victoria cultural que tanto les enorgullece. El tema es importante pues indica que el debate de los grandes problemas nacionales interesa tan sólo si está en sincronía con el entretenimiento de masas, es decir, cuando corresponde a la lógica de la mercadotecnia y no a la naturaleza de los problemas cuyas soluciones urge plantear. Josefina no quería debatir con sus contrapartes cuando estaba arriba en las encuestas, pero ahora elimina la referencia a López Obrador con el propósito de declararlo (mediáticamente) inexistente. Josefina, es obvio, atiende las indicaciones de sus asesores, pero al hacerlo confirma que el PAN no piensa en términos del pluralismo real de la sociedad mexicana sino en la visión bipartidista que es, en definitiva, el modelo a seguir. Está de regreso la visión foxista que a fuer de simplificar la historia de México y las disyuntivas de la realidad creó una suerte de milenarismo trivial que resultó ser funcional a la consolidación de los nuevos poderes oligárquicos. El problema inmediato es que dicho esquema, que no se plantea siquiera el cambio de régimen sino reformas como parches, conduce a la polarización, a la exacerbación de los conflictos y, en última instancia, a la utilización de medios cuyo uso contraviene el juego más elemental. Después de lo que se ha visto en las campañas internas habrá que mantenerse alerta ante las maniobras de los estrategas blanquiazules y sus jefes políticos.

Josefina quiso hacer un discurso alejado de los grandes problemas y se deslizó por la suave pendiente del circunloquio afectivo. Apeló al país como extensión de la familia, como si tal paradigma fuera neutral, sin asideros muy fuertes a la doctrina moral y las enseñanzas de los jerarcas eclesiales, tan contrarias a la extensión de los derechos de las mujeres. Dijo que cuidaría de México como lo había hecho con sus hijas, pensando que la ciudadanía no distinguiera entre las virtudes privadas y los vicios públicos, advirtiendo la cauda de hipocresía que une las impostaciones éticas de la derecha con las exigencias de fuertes grupos de poder. Josefina hará campaña con la bandera de la mujer, atacando el machismo reinante, y eso está bien. Pero la sonrisa no basta. No hay ni por asomo compromiso con el Estado laico. Ni verdadero compromiso social. Tal vez sea pronto. Se puede aguantar por un tiempo la superficialidad de un discurso vacío sin causar un problema mayor, pero sería muy grave convertir tanta frescura en una vía de escape para eludir la deliberación sobre el país. Es increíble que la abanderada panista identifique al Presidente como el Primer Panista de México sin ser acusada de plagiaria. O que la idea de un México posible le parezca nueva y sin significados. La distancia, real o imaginaria, con el Presidente, le permitió configurar un perfil propio que hasta ahora sigue oculto en el ritual de las lealtades que le exige. El PAN quiere capitalizar el sentimiento antipolítico y el desencanto de sectores de la sociedad civil, pero no puede negar su condición partidista. Eso, al menos, quedó claro con la inmediata operación cicatriz que Josefina aplicó la noche de su triunfo.

PD. El encuentro entre Cárdenas y López Obrador es un paso de enorme importancia para configurar una fuerza nacional capaz de avanzar hacia la mayoría electoral. Frente a la vacuidad de otras opciones, la izquierda progresista reivindica el valor de las ideas y la necesidad de la más amplia convergencia. Nadie dijo que sería fácil.

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