Con
el fallo del Tribunal de la semana pasada queda claro el mapa político
del país. Cuatro grandes líneas me parecen las más relevantes. La
primera y más obvia es que el PRI no consigue la mayoría absoluta. El
patrón de ascenso que venía registrándose en las encuestas no se
convirtió en votos ni, por lo tanto, en respaldo político efectivo. El
nuevo presidente tendrá que hacer política en condiciones similares a
las de Zedillo, Fox y Calderón. Deberá cargar con los viejos pleitos
ideológicos y con los cálculos políticos de todas las fuerzas que
apostarán (como no lo dejó de hacer el PRI en 12 años de oposición) por
lo que les convenga a quienes dominen políticamente las bancadas. No
será fácil para la corriente peñista ir en contra de sus convicciones
mayoritaristas y ofrecer (como lo hizo otra fracción del PRI) la
posiblidad de un gobierno de coalición y pactar, en consecuencia, un
programa con apoyo legislativo estable. Más bien, lo que supongo
veremos, será una dinámica muy parecida a la de los últimos años en las
que se construyen mayorías ad hoc para determinados temas. El PRI, por
su gelatinosa ideología y su pluralidad interna, es un partido poco
dogmático y, por lo tanto, puede actuar con cierta libertad de pactar a
la derecha o la izquierda. En gran medida (como ha ocurrido en el
pasado), la línea discursiva dominante será la del presidente. Ya
veremos por dónde viene.
En
todo caso, me parece acertado el diagnóstico de la dirigencia de ese
partido en el sentido de que su triunfo obedece más al desgaste de los
panistas y a la reiterada incapacidad de la izquierda de articular una
mayoría, que a un desbordado entusiasmo por el programa electoral de
Peña. No se percibe en el país un ambiente de renovación ni tampoco
entusiasmo por el capítulo que empieza en la historia gubernamental;
más bien lo que se aprecia es cautela y tímida esperanza de que las
cosas puedan mejorar en los margenes (por los partidarios de Peña) y
una combinación de desencanto y temor regresivo en el resto de la
sociedad. El futuro nos dirá si el talante exhibido en el discurso del
EPN del viernes en el TEPJF, en el que convoca a la hazaña de cambiar
al país, se refleja en actitudes distintas y en una genuina voluntad de
cambiarlo. Ya lo veremos. Lo que está claro es que para cambiar el país
lo primero que habría que empezar a cambiar es al propio PRI y sus usos
y costumbres.
El
segundo elemento claro es que con la nueva correlación de fuerzas en el
Congreso hay dos partidos que quedan en una muy ventajosa situación
para negociar sus privilegios. No digo programas ni proyectos porque
los dos partidos en cuestión (el PVEM y el Panal) son institutos que
funcionan por canonjías mucho más que por otro incentivo político. Es
verdad que algunos de los 34 diputados verdes tienen autonomía
funcional (lo mismo sucede con alguno de sus nueve senadores), pero el
impulso central proviene de los intereses concretos del grupo que
controla ese partido desde su fundación. Si el Verde es un partido
familiar, en el caso del Panal tenemos una suerte de partido
personal/gremial que intentará en todo caso maximizar su influencia.
Las relaciones con el coordinador de los tricolores (Beltrones) es de
pronóstico reservado, porque es sabido que Manlio Fabio no es de los
que toleren los excesos de la maestra, pero está claro que la decena de
legisladores del magisterio serán los 10 diputados más caros de la
Legislatura porque con sus votos se puede alcanzar la mayoría simple.
El
tercer elemento claro es el dilema de la izquierda (que ya tratábamos
en semanas anteriores) y que se expresa en la hamletiana pregunta de
ser o no ser la segunda fuerza. Es claro que como bloque progresista
son más que los panistas, pero más que el número de asientos, lo que
cuenta en un Congreso como el nuestro es la capacidad de mantenerlo
unido con un proyecto común. La historia reciente demuestra que las
tensiones al interior del PRD lo han llevado a votar de manera dividida
en temas cruciales. Y el PT y MC han hecho (es su prerrogativa) sus
propias cuentas a la hora de votar y han demostrado una enorme
autonomía de criterio respecto a la coordinación institucional de la
izquierda. Que en teoría tienen incentivos para actuar juntos no me
cabe la menor duda, pero al mismo tiempo se reproduce la tensión entre
quienes jugarán el juego institucional y quienes seguirán la
desobediencia civil de AMLO. En efecto, con su posicionamiento del
viernes AMLO desconoce el fallo del Tribunal y al gobierno de EPN, con
lo cual reedita el mapa político del 2006 con dos consecuencias
directas para sus correligionarios. La primera es que con esta decisión
se autoproclama la cabeza del movimiento (y por ende candidato
presidencial para el 2018) de resistencia en la confrontación que él
mismo compuso. La segunda es que para los congresistas se abre
nuevamente la tensión entre pactar con las otras fuerzas desde una
posición de autoridad o pactar en lo oscurito para que no los
descalifique el tabasqueño. No la tienen, ni Marcelo Ebrard ni los
legisladores, nada fácil. Llevarle la contra a AMLO constituye todavía
un peaje muy alto en la izquierda política y mediática de nuestro país.
El
cuarto elemento es el PAN. No está nada claro que ese partido haya
hecho una lectura profunda de lo que las urnas dijeron tanto a nivel
nacional como a nivel local. Un sector del PAN sigue actuando como si
el 30 de noviembre no fuese a llegar nunca y el poder relativo de FCH
no fuese a disminuir brutalmente el año próximo. Por otra parte, el
grupo más derechista, llamado genéricamente El Yunque, asume que en el
declive relativo de ese partido ellos no tienen vela en el entierro a
pesar del severo varapalo que recibieron en Jalisco. Josefina no ha
dado color sobre lo que quiere hacer y en consecuencia el PAN navega
inercialmente esperando que en unos meses los desempleados y los
muertos dejarán de ser de Calderón y pasarán a ser propiedad putativa
del próximo presidente, porque es sabido que desde la sequía hasta el
precio del huevo, casi todo es atribuible a la responsabilidad del
presidente en turno. Su consuelo es que los priístas ahora tendrán que
asumir la responsabilidad que han esquivado en estos 12 años de
vacaciones en la solución de los problemas del país. Cumplir el papel
de oposición responsable no les costará a los azules (sobre todo si la
izquierda les deja el campo abierto); el gran desafío es si podrán
rearticularse como eje de la mayoría. En las entidades en las que el
PAN ha perdido el poder le ha costado rearticularse como fuerza
política y reconquistar posiciones de gobierno. Pero eso ya es otro
asunto, por lo pronto veremos hoy cuál es el talante de FCH en su
último informe.
@leonardocurzio
Analista político y conductor de la primera emisión de Enfoque
Analista político y conductor de la primera emisión de Enfoque
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